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Mi Bilbao BBK Live

 

 

Este año, el cartel del Bilbao BBK Live me ha obligado a superar mi festifobia, más acentuada a medida que voy acumulando años, y subir los tres días a Kobetas. Y no me arrepiento, aunque he vuelto a confirmar que no es mi ambiente y que, a menudo, la masificación implica renunciar a todo lo que más me gusta de la música en directo. El caso es que, de todos los conciertos a los que he asistido, dos me han parecido memorables: el de los Pixies (debí de tener suerte, porque desde mi sitio se escuchó todo perfecto, sin los problemas que han relatado Cubillo y más personas) y el de Nudozurdo. Y digo memorables porque hablo de manera subjetiva, no con la intención de emitir un dictamen imparcial de crítico robótico. Los Pixies partían con toda la ventaja del mundo, claro, porque son uno de los grupos más importantes de mi vida, pero superaron mis mejores expectativas con un repertorio inapelable que incluso me hizo tolerables las canciones nuevas. En concreto, enloquecí un poquito con la tanda Isla de Encanta/Broken Face y me maravilló la sucesión de Gouge Away/Hey/Rock Music/Tame/Nimrod’s Son. En cuanto a Nudozurdo, son uno de los escasos grupos en los que me creo eso de la música como necesidad expresiva, como manera de acorralar a unos cuantos fantasmas y expulsarlos un rato fuera de la cabeza, aunque puede que en eso me influya la inquietante presencia escénica de su líder. Disfruté como un perro en su actuación, fotografiada arriba por el amigo Santi Tejada.

El mal sonido hizo que otros dos conciertos que también deberían haber sido memorables se quedasen a medio camino. A New Order los escuché bajísimos, con un volumen ilógico que entremezclaba los instrumentos en una pulpa indiscernible: es pecado, por ejemplo, interpretar The Perfect Kiss sin que el bajo remonte su majestuoso vuelo, aunque de todas formas me emocioné en algunos momentos, especialmente en Ceremony. Y lo de Triángulo de Amor Bizarro me dio mucha rabia, porque los he visto ocho o nueve veces y siempre habían sonado perfectos, nítidos en su ensordecedor desbarre distorsionado: ayer, en cambio, parecían estar tocando al fondo de una gruta. ¡Con lo bien que se les había escuchado a través de monitores en la prueba de sonido!

Me gustaron mucho Courtney Barnett y lo que presencié de José González. Me encantó cómo estaba acondicionado Basoa, el nuevo entorno electrónico, aunque dos de las tres veces que pasé por allí me decepcionó lo que pinchaban. Me dio mucha rabia no poder ver entera a Grimes: aproveché para marcharme cuando sufrió el apagón, para coger sitio en Pixies. Volví a comprobar que algunas canciones de Arcade Fire poseen la capacidad de aburrirme mortalmente, sobre todo a un volumen tan ridículamente bajo como el que tuvieron (que sí, que sí, que otras me gustan mucho). En el extremo opuesto, me anonadaron con su derroche decibélico los animales de Slaves, que me obligaron a largarme para proteger mi tocado oído izquierdo. Y reconozco que uno de mis mejores ratos fue una especie de loca huida del talante festivalero: a los punks ingleses Bad Breeding los vimos unos cuarenta desheredados (cinco minutos antes de su actuación, cuando llegué, no había nadie frente al escenario) y después de su intensa media hora aún me dio tiempo de escuchar mis dos favoritas del repertorio de los contundentes Juventud Juché, Carne y Fuera. Fue como un desahogo por unas cuantas blanduras que ni siquiera mencionaré. En la fotito de aquí al lado tienen al cantante de Bad Breeding, el tío de negro: acabó el concierto abajo, entre el público, y una animosa instagramera se acercó a sacarse un selfi con él, que la rechazó con apurado gesto de espanto, como diciendo que los punks no suelen hacer esas cosas.

Ah, y por fin tuve delante a mi supuesto doble Abraham Boba, el cantante de León Benavente, después de que decenas de personas me hayan dicho que me parezco tantísimo a él: en realidad, nuestras facciones no tienen nada que ver, pero el pelo y la barba son tan similares que yo mismo me sentí raro en algunos momentos. El arranque del concierto de León Benavente me pareció arrollador, pero conmigo no funcionó la segunda mitad, que me fue dejando cada vez más frío en mitad del frenesí generalizado. “¿Recuerdas cuándo fue la última vez que escuchaste a los Smiths, a la Velvet o a Kortatu?”, adaptaron la letra de Aún no ha salido el sol. Aunque yo no acabo de sintonizar con lo suyo, apostaría a que la próxima vez van a estar en el escenario grande.

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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