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La vida a 33 revoluciones

 

Empecé a leer las Biodiscografías de Iban Zaldua con la desconfianza que suele inspirarme la combinación de rock y literatura: estaré equivocado, como en casi todo, pero la irrupción del rock en un contexto de ficción me parece muchas veces forzada, como si los escritores se dejasen llevar por las ganas de exhibir sus claves culturales y se distrajesen de la lógica de su obra. Pero en este caso las claves culturales son el punto de partida, porque el autor guipuzcoano utiliza cuarenta y tantos discos que significan algo para él a modo de plataforma de despegue para otros tantos textos breves, en los que esos discos asumen de alguna manera el protagonismo: el lector desprevenido comienza el libro creyendo que va a encontrarse una sucesión de estampas biográficas, algo así como un dietario musical, y después se va dando cuenta de que esos pedazos de vida tienen pinta de ser imaginarios, total o parcialmente, y de que conviven con otros relatos de ficción desatada, donde los discos se trasladan a contextos inesperados e incluso desconcertantes. El resultado me parece un éxito, que unas veces descoloca y otras reparte codazos de complicidad.

Una de las citas que abren el volumen, editado en castellano por Páginas de Espuma, es aquella frase de John Peel sobre los vinilos en la que decía que “la vida tiene ruido de fondo”, y la periodista Elena Cabrera lleva la cosa más lejos en el posfacio al afirmar que “la música tiene un ruido de fondo, que es la vida”. Y de eso van los cuentos, de vida con música de fondo y de música con vida de fondo, y de seres humanos que a menudo dan más importancia a las canciones que a los hechos, tan bruscos y tan obtusos: muchos personajes son el equivalente musical a eso que en literatura llaman letraheridos, personas que enfocan el mundo a través de sus discos favoritos, gente -al fin y al cabo- tan normal como ustedes y como yo, al menos en eso. No les voy a destripar el contenido, porque llevo toda una vida despotricando contra las sinopsis y no es cuestión de incurrir ahora en ese error, pero tengo que mencionar que en el listado de discos aparecen algunos que también son muy importantes para mí (el Movement de New Order, el The Top de los Cure, el Hatful Of Hollow de los Smiths, el Floodland de The Sisters Of Mercy, el primero de The House Of Love…), que en los cuentos se recupera una manera perdida de vivir la música (ay, esas casetes grabadas, esos vanos intentos de ligar a través de discos y cintas, esos cuentagotas de información de la era previa a internet) y que el adicto al rock no puede evitar identificarse con algunas situaciones, como esas discusiones apasionadas, bizantinas y bastante cómicas sobre asuntos como cuál es el mejor álbum progresivo de la historia. Ejem, hasta aparecen algunas frases que yo he dicho más de una vez: me entró la risa al leer que Hatful Of Hollow es el mejor disco de los Smiths, pese a tratarse de una recopilación de grabaciones para la BBC y un par de sencillos, y que quien lo niegue no merece llamarse auténtico fan del grupo. Y me entró la risa porque enuncia una gran verdad, uno de los dogmas centrales de mi biodiscografía.

 

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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