Nuestra canción de la semana se sale un poco de los derroteros habituales de este blog, y eso que aquí nunca nos hemos caracterizado por marcarnos un itinerario recto y decidido. Perfectamente habría podido aparecer en Ningún fin de semana sin música, el espacio que regenta el compañero César Coca en el blog vecino Divergencias, porque al fin y al cabo se trata de música clásica, por mucho que los responsables de las listas de ventas británicas hayan rechazado que compita en esa categoría. Estamos hablando, digámoslo ya, de la banda sonora de un videojuego: Everybody’s Gone To The Rapture sitúa al jugador en un pueblecito británico del que han desaparecido todos los habitantes y le asigna la tarea de desentrañar qué ha pasado allí. Para ello, puede recurrir a unas misteriosas luces flotantes, como las de la imagen de arriba, que le van revelando fragmentos de lo sucedido. Por lo que leo, lo que plantea el argumento es una especie de sereno apocalipsis rural, pero mejor no spoileo más, sobre todo teniendo en cuenta que tampoco acabo de entender el asunto y que lo más cercano que he estado de ser un gamer fue mi probada destreza con el Tetris.
Las propias características del juego hacen que la banda sonora adquiera una gran importancia. Se ocupa de ella la compositora británica Jessica Curry, que ha explicado así sus intenciones en una entrevista con el Guardian: «Quería crear algo intemporal. La banda sonora se basa en la noción del ideal bucólico, esta nostalgia por una Inglaterra que nunca existió. Juega con el carácter inglés de Elgar y Vaughan Williams». Realmente ha conseguido una música difícil de datar, que deambula pensativamente entre lo melancólico y lo misterioso. A mí, en mi ignorancia, me hace acordarme de las bandas sonoras de Zbigniew Preisner para las películas de Kieslowski, aunque probablemente no tengan nada que ver, más allá de ser revisiones modernas y estilizadas de formas del pasado.
He dudado (y sigo dudando) sobre cuál de los veintiocho cortes del disco seleccionar como muestra: la mayoría son muy breves, casi miniaturas, y lo ideal es escuchar al menos unos cuantos para impregnarse de la sensación de pérdida y tristeza. Al final me he quedado con este The Sleep Of Death, pero no les ocultaré que, más allá de ser una preciosidad, también ha influido algo tan frivolón como que me gusta el título. Si no me equivoco, la solista es la soprano galesa Elin Manahan Thomas.