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Hablando en indie

 

He aprovechado mi semanita de vacaciones de Pascua para leer Pequeño circo, la historia oral del indie que ha publicado Nando Cruz en la editorial Contra. Cuando anuncié mi propósito, por cierto, mi señora entendió que iba a meterme entre pecho y espalda una historia oral del hindi, el idioma, y no crean que una opción le parecía mucho menos apetecible que la otra. La verdad es que yo mismo me resistía a afrontar un empeño de novecientas y pico páginas, porque daba por hecho que un montón de los artistas incluidos en el tocho me iban a traer sin cuidado, o incluso me iban a dar grima y acidez de estómago, pero al final me lo he pasado muy bien, he aprendido bastantes cosas y, en cierto modo, he acabado revisitando también una parte de mi vida.

Porque supongo que este libro está dirigido a las personas que, de un modo u otro, vivieron esta parte de la historia musical española, y también me imagino que la mayoría llegará a la última página sin grandes revoluciones en su manera de valorar eso que llaman indie. A mí, lo que me gusta de verdad es lo que podríamos denominar preindie, ese santoral vicioso y viciado en el que entran Los Bichos, Cancer Moon, Lagartija Nick, Corcobado y Surfin’ Bichos, y después de eso solo seguí con auténtica devoción a Family (si es que su exigua discografía da para hablar de seguimiento) y a Penelope Trip (que son los de la foto de arriba). El libro me ha hecho revivir con una nostalgia inesperada y agridulce aquellas escuchas colectivas de Disco Grande, en nuestro piso de estudiantes sin cuarto de estar ni televisión, aguantando con estoicismo e indiferencia a grupos que se habían colocado bautismos como Long Spiral Dreamin’ o My Criminal Psycholovers. Nunca logré entender que, existiendo Los Bichos o Lagartija, a alguien le pudiesen gustar Usura, ni tampoco que fans de los Pixies y My Bloody Valentine se deshiciesen en elogios hacia el Mi hermana pequeña de Los Planetas, pero seguramente es una malformación mía.

Ya sé que estoy hablando más de mí que del libro, pero creo que Pequeño circo acaba teniendo mucho de revisión generacional y de comparación entre la propia juventud y las ajenas. Un servidor ha acabado escamándose un poco y reafirmando su rencor de clase ante tantos padres abogados y tantas familias que mandaban a los críos a Londres, pero también me he reconocido en las palabras de Fernando Alfaro (Surfin’ Bichos) sobre la obligación de imaginarse la música de la que leías, por la imposibilidad de acceder a los discos, o en el recuerdo que hace Tito Pintado (Penelope Trip) del importantísimo «lenguaje de las carpetas» en los institutos de la época. Más allá de las mil rencillas entre los protagonistas de la historia, la mar de entretenidas, hay anécdotas jugosas como la de Eric Jiménez (Lagartija Nick, Los Planetas) casándose a los 16 y bailando con la novia el Killing Moon de Echo & The Bunnymen, o la de Javier Corcobado firmando los cedés promocionales con frases de belleza brutilla que inmediatamente le suponían el veto en las emisoras. De los balances finales, coincido, cómo no, con los negativos, como el de Pedro Vizcaíno, de Grabaciones en el Mar: «No creo que haya ningún legado. El 95% de lo que se editó entonces no tenía ningún valor. O, perdón, no ha aguantado el paso del tiempo. Descartar un 95% no es mucho exagerar, ¿no?».

En ese niágara de voces y palabras que es el libro, para mí destacan poderosamente dos narradores vivaces y divertidos, Antonio Luque (Sr. Chinarro) y David Rodríguez (Bach Is Dead, Beef, La Bien Querida, etc.), y parece proceder de una realidad paralela el discurso de J (Los Planetas). «El indie es un movimiento cultural superimportante en España que ha hecho consciente a mucha gente de lo que pasaba a su alrededor. Y esta era su finalidad», sostiene el tío, tan desconcertante como si hablase en hindi.

 

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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