Mi querida esposa me llamó friki el otro día por escuchar a estos muchachotes japoneses. Lo decía, intuyo, por el aspecto que lucen los mozos en esta foto –que, imprudentemente, le enseñé– y por el hecho de que cuentan en su formación con un sitarista –dato que, sí, también mencioné al presentárselos–. Ni siquiera me dio tiempo a redondear el momento confesándole mi incapacidad para recordar el nombre de la banda, que se me borra constantemente de la memoria pese a que llevo un par de semanas enganchado a su música hipnótica y colorista: se llaman Kikagaku Moyo, que al parecer quiere decir algo así como Estampado Geométrico, pero siempre me bailan las ges y las kas y las vocales y acabó inventándoles nombres nuevos, que a saber qué barbaridades pueden significar en japonés.
En fin, el caso es que Kikagaku Moyo proceden del Tokio contemporáneo pero tienen sus mentes inflamadas de psicodelia vetusta, en una combinación que a mí me hace acordarme de Ghost (los japoneses, no los suecos del obispo satánico). Ahora mismo están en la cresta de la ola, aunque sea una ola pequeñita, porque se editan en Estados Unidos varias referencias suyas. Esta canción, Kodama (el título es el nombre de un espíritu de los árboles), está incluida en su álbum más reciente y presenta la cara más contenida, austera y bluesy del quinteto, que en su otro disco de este año tiende hacia los desarrollos largos, el desparrame y la improvisación. Escuchen, escuchen a Kokagayu Moko, Kiyogaku Mogo… ¡Kikagaku Moyo!