Whitney Houston, como hace unos meses Amy Winehouse, es una nueva demostración de que el éxito y el dinero no bastan para dar la felicidad. Porque, más allá de sus muertes tempranas, a mí lo que me estremece del final de estas artistas es la deriva de desventura, derrota y tortura íntima que tomaron sus vidas en la última etapa. Whitney, ya lo saben, murió ayer por causas que aún no se han determinado, tras años de deterioro evidente. No voy a decir ahora que me gustase su música, pero creo que nadie podrá negar que tenía unas cualidades excepcionales: su gran voz, sumada a sus hechuras adolescentes de modelo, la convertía en una golosina para la industria, una apuesta segura. En una encuesta de hace seis años, su interpretación de I Will Always Love You (ya saben, una canción original de Dolly Parton) salió elegida como una de las favoritas para despedir a los seres queridos en sus funerales, y ahora mismo estará sonando por todas partes en su honor, pero aquí preferimos recordar a Whitney con un gospel, género que seguía cantando cuando tenía ocasión. La mujer que la contempla en el vídeo es su madre, Cissy.