Estoy en esa edad en la que empiezan a cumplirse 25 años de muchas cosas, pero les juro que no soy tan viejo como para haber vivido en su momento el acontecimiento del que voy a escribir hoy: este año se conmemora el medio siglo de la edición de la Anthology Of American Folk Music, una recopilación de viejas grabaciones en discos de 78 revoluciones que reavivó el interés por músicas como el blues, el country o el gospel y sirvió de detonante para la resurrección del folk en los 50 y los 60, fenómeno en el que se incluyen tipos como Bob Dylan. De hecho, dicen también que su tardía edición en cedé a finales de los 90 tuvo su parte de responsabilidad en la nueva ola folkie que hemos vivido este siglo, la de los devendras y demás. Vamos, que esta colección de tres elepés dobles se acabó convirtiendo en uno de los álbumes más influyentes de la historia. El caso es que yo, en mi ignorancia oceánica, solo sabía que el responsable de aquella selección era un coleccionista de discos llamado Harry Smith, al que se suele nombrar siempre junto al título, pero no tenía ni idea de la fascinante personalidad (y apariencia) del sujeto hasta hace unos días, cuando leí un artículo sobre su figura en Uncut. Y ya saben que esto de internet es, en buena parte, cuestión de compartir las ignorancias recién perdidas, así que allá van cuatro apuntes con otros tantos enlaces a imágenes variopintas.
Harry Smith ya venía de familia peculiar, vinculada a la masonería y la teosofía, y mantuvo durante toda su vida el interés por el ocultismo y lo hermético: de hecho, la ilustración de portada de la antología de folk es el dibujo de un instrumento, entre musical y místico, llamado monocordio celeste. Creó varios tarots, incluido uno que fue adoptado por el Ordo Templi Orientis, la organización que lideró en su momento Aleister Crowley. Como la madre de Smith era profesora en una reserva india del noroeste de Estados Unidos, de jovencito tuvo la ocasión de ser iniciado en ritos chamánicos y se dedicó a registrar y transcribir rituales indígenas. A esa faceta esotérica sumaba un afán coleccionista cercano a lo enfermizo que no solo le llevó a acumular miles de discos, sino también, por ejemplo, huevos pintados ucranianos. Y, en fin, fue un destacado cineasta experimental que se dedicaba, sobre todo, a intervenir directamente sobre el celuloide, en el que realizaba ilustraciones a menudo abstractas, pero otras veces relacionadas con sus obsesiones gnósticas, que es una palabra que siempre gusta usar.
Aquí hay un tipo francés que se dedica a repasar una por una las canciones de la antología y ofrece versiones alternativas y una ampliación sobre los intérpretes. Así me quedo libre para colgarles, en lugar de algo como esto, el arranque de la película Heaven And Earth Magic, del propio Harry Smith. No es precisamente una pieza folk.