Hace años, estuve enganchado algún tiempo a la agencia de noticias norcoreana, un universo cerrado donde prácticamente todas las novedades se podían agrupar en dos categorías: el Querido Líder, Kim Jong-Il, visitaba alguna instalación agropecuaria o industrial supuestamente avanzadísima -destacaban, por supuesto, las factorías dedicadas a fabricar el vinalón, la incómoda fibra sintética norcoreana- o el Querido Líder, Kim Jong-Il, asistía a algún espectáculo perfectamente coreografiado donde se interpretaban canciones como El soldado escucha el susurro de las espigas de arroz o Defenderemos el liderazgo de la Revolución al precio de nuestras vidas, y no me he inventado ninguna de los dos. Lo norcoreano tiene un fuerte atractivo entre pop y kitsch: el problema es que, a cambio de esas piezas de iconografía fascinante, el país entero está prisionero y millones de personas sufren malnutrición.

El blog Kim Jong-Il mirando cosas se dedica a recopilar fotografías en las que se ve al dictador contemplando con sumo interés sierras circulares, cajas de pescado, muñecas, huevos o cualquier otro objeto absurdo que se les ocurra. Y veo en Time que, con Kim Jong-Il difunto, la atención se ha desplazado a su hijo y heredero, Kim Jong-Un, que también parece muy aficionado a examinar objetos: el nuevo Kim Jong-Un mirando cosas ya nos lo muestra absorto en un grifo de agua, una puerta corredera o, en la foto abracadabrante de arriba, un montón tremendo de jamada que no parece lo más apetitoso del mundo, pero que para sus hambrientos súbditos constituiría el espectáculo más hermoso.