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El iPod cumple diez años

El 23 de octubre de 2001, Apple presentó un cacharrito nuevo: blanco, minimalista, con un frontal en el que había una pantalla y un misterioso mecanismo circular, como una rueda. Era la primera generación del iPod, capaz de almacenar cinco gigas de música. Poco a poco las calles se fueron llenando de gente con cascos blancos, que venían a ser la negación de toda la cultura estética anterior relacionada con la moda auricular, y el iPod acabó convirtiéndose en el emblema de una nueva manera de escuchar (o, por utilizar un vocabulario más moderno y quizá más ajustado a los tiempos, de consumir) la música. Ya sé que no es un gadget universal, que muchas personas no han tenido nunca uno e incluso nunca han querido tenerlo, pero yo sí, y mi aparatito sirve como muestra de qué rápidamente lo moderno se vuelve obsoleto: es un iPod de cuarta generación, de veinte gigas y pantalla en blanco y negro, como el de la foto, así que tendrá seis o siete años y sobrevive como una antigualla que los jóvenes miran con sorpresa y cierta compasión cuando la saco en un ascensor. Porque, claro, después vinieron las pantallas en color, los Touch táctiles, los 160 gigas, los iPhones…

Como decía, hay gente que no posee iPod ni ningún equivalente, así que seguramente resulta un poco petulante decir que el aparatito ha cambiado el modo de escuchar música, así en plan global. Pero sí que nos lo ha cambiado a muchos. Yo venía del walkman y el discman, de forma que ya estaba acostumbrado a caminar por la calle con banda sonora y peligro de sordera, pero el iPod supuso mucho más que un paso cuantitativo. Su aportación fundamental, al menos en mi caso, fue la abolición del álbum como unidad de medida en favor de la canción, que siempre había estado un poco marginada por razones de comodidad: en tiempos del vinilo, el gran defecto del single era que tenías que levantarte cada tres minutos a darle la vuelta o cambiarlo, pero ahora uno puede llevar encima una gigantesca jukebox repleta de temas que le gustan y confeccionar listas de reproducción que sustituyan la rigidez del álbum. Vamos, lo que nos currábamos, en plan hacha de sílex, con las cintas grabadas en casa. Yo admito que cada vez escucho menos álbumes de un tirón. Lo que no tengo claro es si eso es bueno o si, unido a la disponibilidad de la música en internet, nos ha llevado a dar menos valor a esos sonidos que tanto nos gustan.

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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