Pocos nombres se ajustan tan poco al sonido de un grupo como el de los Swans, los Cisnes neoyorquinos. Con ese apelativo, uno se imagina un conjunto de neofolk con querencias medievalistas, o quizá un proyecto de techno emplumado y fantasioso, pero, desde luego, no el pozo de oscuridad casi impenetrable que caracterizó a la banda en su primera época. Y, sin embargo, su fundador (Michael Gira, un sujeto físicamente enorme y espiritualmente temible) asegura que eligió el nombre con toda la intención: «Los cisnes son criaturas de aspecto bello y majestuoso con un carácter realmente feo», ha explicado el tío. Allá por comienzos de los 80, los Swans definieron un sonido único y extremo: lento, sufriente, como un holocausto de tonos graves y letras obsesivas que, a oscuras, llegaba a dar miedo. Aunque Gira siempre dijo que sus influencias eran fundamentalmente punk, sus canciones equidistaban del rock alternativo de la época (Sonic Youth, la no wave y demás compañeros de viaje), el metal más vanguardista (está claro que Godflesh, por ejemplo, los escucharon con aprovechamiento) y la música industrial (esa repetición inmisericorde conecta con Throbbing Gristle y demás monstruos).
Los Swans se disolvieron en 1997 y Michael Gira se dedicó a sus Angels Of Light y a su sello Young God, con bellas carpetas de cartón como la que se ve en el vídeo de abajo (es lo único que se ve, en realidad). El MySpace de la banda llevaba mucho tiempo encabezado por la frase «Swans are dead», pero esta semana ha cambiado a «Swans are not dead», porque han resucitado y anuncian álbum y gira. Así que, para prepararse, déjense despedazar por los cisnes en su clásico Young God, una cosita jovial: «Cuando llevo puesta tu carne, me amo a mí mismo», dice.