Estoy siguiendo con curiosidad la tanda más reciente de declaraciones y artículos contra Stieg Larsson. Quizá hayan visto que Donna Leon declaró a El País que el primer libro de la trilogía Millennium le había parecido “patológicamente malo”, aunque tengo la impresión de que se trató de una traducción poco fina, ya que parece referirse a una supuesta perversión moral y no a falta de maña literaria. En cualquier caso, la valoración de la estadounidense trasplantada a Venecia –que no se acabó la novela por la “repugnancia” que le producía su falta de “calidez humana”, ya ven qué peculiar talante para una escritora de crímenes– encaja en la nueva moda: atacar a Larsson y decir que sus libros son basurita. Allá por junio, en mis vacaciones, la tendencia era la contraria: primaba cierto tono reivindicativo, incluso recuerdo haber leído a una desconcertante opinadora que decía “amar” al sueco pese a que las primeras doscientas páginas de su tercer libro le habían resultado “soporíferas”.
Yo, sinceramente, flipo con todo esto. Sobre todo, flipo con dos tipos de seres: aquellos que se han tragado los tres tochos de Larsson y no van a leer ni una página más en el resto del año y aquellos que desprecian sus libros sin haber leído ni línea. Pero entre ambos extremos también se da la opinión desencaminada. Creo que en este asunto hay varias verdades más o menos incuestionables: que el sueco escribía literatura de consumo –y no cabe compararlo, por ejemplo, con Le Clézio–, que era bastante bueno escribiendo literatura de consumo –les recuerdo que la gente se está devorando dos mil y pico páginas– y que su éxito ha alcanzado dimensiones desproporcionadas, ya que su literatura de consumo no es tan diferente de otra literatura de consumo que vende cien o mil veces menos. A partir de ahí, me parece que muchas valoraciones exageradamente negativas se sustentan sobre un andamiaje de pose y/o de expectativa desenfocada, mientras que muchas valoraciones exageradamente positivas se basan, con perdón, en la escasez de lecturas.
Por supuesto, a uno puede gustarle o no la trilogía, pero, por favor, no la vituperen por no cumplir lo que nunca pretendió ni la conviertan en una cumbre de la literatura. Ah, yo he leído los tres, me lo he pasado muy bien y he sentido esa urgencia que te impide soltar el libro hasta que lo terminas. Y la foto, que tanta envidia da vista desde aquí, es de María S. Nieto.