Uno no sabe nada de cine, pero… ¿no es alucinante que Control, la peli de Anton Corbijn sobre Joy Division, no se haya estrenado en España hasta ayer? Ha pasado tanto tiempo que uno casi se siente tentado de usar el pretérito simple, algo así como “la peli que rodó Anton Corbijn sobre Joy Division”. En esta era hiperacelerada, de comunicaciones instantáneas y perfectas, esta cinta ha tardado más de un año y medio en llegar de las pantallas británicas a las pantallas españolas o, si lo prefieren, porque también pasó por allí, del Zinemaldia donostiarra a alguna sala comercial de al lado. Digo yo que, en esta eternidad, todo el mundo al que le gustan Joy Division se habrá buscado la manera de ver la película, así que me intriga saber quién diablos va a apoquinar ahora en taquilla, con lo que encima algún lumbreras justificará la tardanza: total, no le interesa a nadie…

Pido perdón a la ministra González-Sinde y, si hay que abonar algo, voy y lo abono, pero yo sí he utilizado mi conexión de Internet para ver Control. Acháquenlo a la impaciencia, que es mala amiga del hombre templado. Pequé, sí, pero les prometo que no disfruté demasiado: más allá del asombroso parecido –lo de arriba es la peli, no la realidad–, Control me pareció una cosa bonita pero insatisfactoria.

Fíjense si habrá pasado tiempo que, en octubre de 2007, yo no supe colgarles un vídeo de YouTube en aquel post sobre Control. Ahora, en cambio, les dejo con the real thing.