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Mentes abiertas, orejas cerradas

La pose es un asunto complicado incluso a la hora de explicarlo, pero creo que todos lo entendemos por pura experiencia personal. En cualquier sector de la cultura, junto a los aficionados genuinos, hay advenedizos que se suben al tren porque les gusta la gente que va dentro: la mayoría conoceremos a algún supuesto amante de la música electrónica, la comida japonesa o la novela del siglo XIX en el que se adivina cierta insinceridad. Es decir, da la impresión de que le motiva más la idea de pertenecer a ese club que la actividad del club en sí. Pero resulta difícil identificar a los impostores, quizá porque todos albergamos en nuestro interior una sombra de pecado, quizá incluso porque muchas pasiones auténticas enraizaron a partir de la pura pretensión.

Pensaba en esto el pasado fin de semana mientras leía un foro de Internet. Sitúo a los desubicados: existe algo llamado Last.fm que contabiliza las canciones que los usuarios escuchan en su ordenador y, por pura acumulación, va delimitando su universo musical, y existe algo llamado ‘índice de la apertura mental’ que analiza un perfil concreto de Last.fm y le asigna un número en función de su amplitud de miras, es decir, de la cantidad de géneros diferentes que aparecen en su listado. De ese modo un usuario –pongamos Pepito, o DarkKnightFromRottenHell– descubre que su índice de apertura mental es 114. No sabe si está bien o mal, porque ni siquiera queda claro cuál es el máximo, pero pronto comprobará que otras personas ostentan índices más altos y, probablemente, se active en él el mecanismo que conduce a la pose.

El hilo que me llamó la atención servía de ventana privilegiada e insólita sobre este fenómeno: la gente discutía cómo mejorar su índice. No deseaban ampliar su culturilla, sino superar al vecino. Y el remedio es fácil, sólo hay que escuchar estilos musicales que jamás te han interesado y que, de hecho, siguen sin interesarte. Free jazz, dub, bluegrass, motetes, power metal, dubstep, gamelán indonesio, jotas, ambient aislacionista, sludgecore, didgeridoo, música concreta, noise japonés, txalaparta, recopilaciones yeyés… Algunos están dispuestos a soportar cualquier tortura –porque bastantes de estos sonidos que he mencionado pueden resultar casi letales para el recién llegado– con tal de quedar como gente de mente abierta y orejas desprejuiciadas. Pero la cosa va más allá, porque, en rigor, no les hace falta escuchar la música, sino sólo que su ordenador la reproduzca, así que esta nueva generación de farsantes podrá cumplir el sueño de sus predecesores a lo largo de la historia: se convertirán en miembros distinguidos de clubes que les son completamente ajenos.

¿Qué, hace un poquito de gamelán?

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


agosto 2008
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