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Evadidos

Emos contra memos

Estoy siguiendo con estupefacción las batallas campales que enfrentan en México a emos y anti-emos. Según un periódico chileno, los agresores no soportan “sus peinados que tapan un ojo, su manera flopi de ver la vida y su forma de hablar con frases como ‘chao, besitos con sabor a leche de frutilla para ti'”, así que se dedican a perseguirlos y apedrearlos por calles y plazas. ¡Hay que ver qué capacidad tiene la gente para enzarzarse en pendencias estúpidas! Sé que a estas alturas no debería asombrarme: al fin y al cabo, vivo en un pequeño país donde mucha gente basa su visión del mundo en las diferencias que le separan del vecino (sí, sí, claro, las banderas son más importantes que los peinados raros y el maquillaje facial, porque sirven para… para… ¿para?), pero los alardes de irracionalidad como esta caza del emo me siguen sobrecogiendo. Son la enésima demostración de que a muchas personas particularmente necias les gusta sentirse superiores al otro y, si se tercia, machacarle, como manera fácil de ubicarse en el mundo y dar cierto sentido a su existencia. Y lo peor es que, como sabe bien cualquiera que suela leer comentarios de blogs, esa corriente de pensamiento está muy extendida hoy en día. Más, por ejemplo, que la ortografía.

En fin, espero que estén sanos y seguros todos esos emos mexicanos que, por razones que se me escapan, han dejado comentarios en nuestro post de los Horrors. Tengo que confesar que la corriente emo me resulta tan incomprensible como a cualquier otra persona de más de veinticinco años: los veo como góticos aligerados, superficiales, ajaponesados, mercadotécnicos, y me desconcierta que les suene rebelde lo que a mí me parece domesticado y trivial. Pero también diré que a veces me he cruzado por Bilbao con el club de fans de My Chemical Romance, que de cuando en cuando empapela de panfletos el Casco Viejo, y me han causado una impresión bastante positiva, algo parecido a una complacencia que sólo se me ocurre calificar de… paternal.

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


marzo 2008
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