Voy a decir algo muy impopular: los conciertos de rock son demasiado largos. La gente suele quejarse de lo contrario, se deja la garganta pidiendo bises para rentabilizar la pasta invertida en la entrada, incluso los hay que sacan cuentas para ver a cuánto les ha salido el minuto de actuación, pero la mayor parte de los grupos se hacen redundantes en su intento de alcanzar ese estándar de alrededor de una hora que se considera tolerable. Para mí, la duración ideal de un concierto es media horita: si los que están en el escenario son unos mantas, la cosa se sobrelleva buenamente sin dejar cicatrices en el ánimo; si merecen la pena, seguro que el efecto se optimiza al comprimir el repertorio en lugar de dilatarlo. Vale, sí, yo también disfruté en su momento viendo a los Cure durante tres horas sin quedar saciado, pero en la mayoría de los casos me reafirmo en mi postura de que menos es mejor.
Por eso me encanta el formato de los conciertos del concurso Villa de Bilbao, que empezaron el pasado jueves en Bilborock: media hora para que cada grupo demuestre, con el estímulo que implica competir, todo lo que sabe hacer. Entre los seleccionados e invitados de esta edición abundan las bandas de renombre comarcal –Mamba Beat, Las Culebras (en la foto), Dynamo, On Benito, Munlet, Eureka Hot IV y más– que ya están lo suficientemente rodadas para no decepcionar las expectativas, y los grupos extranjeros sirven para dar un toque cosmopolita aunque muchas veces sean peores que la representación canterana. A mí me encantaría bajar a Bilborock como hacía antaño, tomar unas cervezas de máquina y escuchar rock de base, pero… a las ocho de la tarde sigo aquí, en el tajo: la jornada laboral también es demasiado larga.