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Imagen y semejanza

Mi primo, que es una autoridad tan buena como cualquier otra para empezar un post, suele afearme lo arbitrario y, en definitiva, injusto que soy cuando valoro a los grupos de rock que remiten indiscutiblemente a mis favoritos. Y tiene más razón que un santo, por mucho que cada vez le vea más alejado de esa santidad que prometía en su foto de Primera Comunión. Un día desprecio a Interpol porque no ofrecen nada que no estuviese en Joy Division y compañía, y al siguiente estoy escuchando sin descanso a She Wants Revenge porque reconozco en ellos, de manera aún más caricaturesca, la herencia de Joy Division y compañía.

Por mucho que intentemos sustentarlo con argumentos, el gusto tiene un componente arbitrario y, en definitiva, injusto que nos lleva a menudo a la contradicción. Y todo esto viene al caso porque llevo unos cuantos días enganchado a A Place To Bury Strangers, banda a la que han saludado por ahí como “la más ruidosa de Nueva York” pero que se podría definir mejor como “la más parecida a Jesus & Mary Chain”, aunque sólo los citen en tercer lugar dentro de su listado de referencias. Loop aparecen los cuartos y My Bloody Valentine, los novenos, pero esos vienen a ser los ingredientes fundamentales de su sonido, evidentemente distorsionado y descrito por ellos mismos como “un Tyrannosaurus Rex agonizante”. Tengo debilidad por los grupos con esas referencias, desde Triángulo de Amor Bizarro a los Psychic Ills, pero reconozco que A Place To Bury Strangers (por cierto, los primeros en la lista alfabética de mi iPod) son los más miméticos del lote. Aportar, aportar, no aportan mucho. Y sin embargo…

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


enero 2008
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