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Grande y húmeda

Pues bueno, la Semana Grande y Húmeda ya ha terminado. Si miran el calendario de la derecha, observarán que a lo largo de las fiestas ha bajado nuestra productividad -bueno, la mía, porque el compañero Galante ha acudido despejado y sin lamparones de kalimotxo a sus citas de los domingos- y quizá lo atribuyan a una vorágine festiva que nos ha devorado como Gargantúa con hambre atrasada. En mi caso, se equivocan: he salido poco y mal, sin convencimiento, aunque he tenido ocasión de asistir a unos cuantos conciertos con desigual fortuna. ¿Se los comento? Para cuando contesten que no, será ya demasiado tarde.

The Pogues: me imaginaba a Shane MacGowan deteriorado por el alcohol, pero sinceramente no me esperaba que, además, estuviese tan borracho. Vamos, que contaba con el efecto de la bebida trasegada durante décadas, pero no creía que a esa ebriedad estructural se fuesen a sumar los combinados ingeridos antes del concierto e incluso en su transcurso. De todas formas, el hombre tiene tal costumbre de actuar beodo que cantaba mejor de lo que hablaba, e incluso fue mejorando hasta brindarnos (nunca mejor dicho) un final impecable y conmovedor. Para mí, claro, que soy fan y me sé las canciones, porque los que iban de nuevas seguramente no le pillaron la gracia ni la belleza a la cosa.

Rhino y Grey Daturas: yo quería aprovechar mi día de libranza para ver el rock local, porque normalmente se solapa por completo con mi jornada de trabajo, pero llovía y en El Arenal no había ni concierto, ni público, ni siquiera mesa de sonido. Así que acabé en un bar de Ripa sometido a la embestida brutal de los bilbaínos Rhino, trío impresionante al que tienen en esta foto y en este MySpace que deben visitar. No sé si el ambiente peludo y barbudo tenía mucho que ver con el rollo festivo, pero… ¡qué bien me lo pasé! Después, los australianos Grey Daturas nos sometieron a una sesión mareante y estupefaciente de ruido y electricidad. Genial.

Barón Rojo: ya sé que muchos de ustedes empezaron en el rollo del rock con Barón, pero por aquella época yo debía de andar escuchando a Mike Oldfield o alguna blandenguería similar, de modo que no comparto la nostalgia generalizada por sus clásicos antañones. Aun así, fui a Botica Vieja convencido de que iba a pasar un buen rato, además de cubrir un penoso vacío en mi culturilla de andar por casa, y me metí de cabeza en un infierno de lluvia, baterías averiadas, actitudes sonrojantes (esa coba de espectáculo de varietés, con frases como “en Bilbao la gente sí que sabe divertirse”) y letras muy pasadas de fecha (la de los banqueros vampiros, la de “soy el hombre de Neandertal”, la de…). Me pareció tan horrible que casi me siento culpable, como si tuviese que pedir perdón a sus seguidores.

Tulsa: no quería que se me acabasen las fiestas sin pasarme por el escenario de Fever en el Museo Marítimo, así que aproveché el concierto de Tulsa para darme un garbeo por allí. Me sentí gallina en corral ajeno, pulpo en garaje y cualquier otra comparación faunística que se les ocurra, pero la actuación me gustó un montón y el kalimotxo llevaba Coca-Cola de verdad, se lo juro. El amigo que iba conmigo acabó seriamente preocupado por Miren Iza (la verdad es que las letras se las traen, siempre al borde del abismo, con un tono confesional poco oído en la música española), además de preguntarse si a toda esa gente tan pija del público le gustaba realmente una lírica de tal exigencia. Ustedes échenle la bronca por la generalización injusta, que yo se la transmito.

Por Carlos Benito

Sobre el autor

Periodista de El Correo. Nací en Logroño, estudié en Pamplona, vivo y trabajo en Bilbao.


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