Lo pasé bien ayer en el Musica Ex Machina. Me perdí a Xedh, me gustó mucho Baseline -creo que la de la foto es ella-, se me hicieron pesados Sons Of Bronson y disfruté según lo previsto con Merzbow, el Godzilla de la música contemporánea. En realidad, la primera mitad de la actuación de Masami Akita me pareció extrañamente moderada -entiendan que, predicada de este hombre, la moderación adquiere un sentido muy relativo, como si habláramos de Pocholo o de Acebes- pero después el tío desbarró a gusto e hizo vibrar Bilborock. Literalmente, claro. Con dos portátiles adornados con pegatinas contra el consumo de carne y el uso de pieles, una ristra de pedales de distorsión y un artilugio de bricolaje que produce puro ruido, dio vida una vez más a su monstruosa bestia sonora, que me sigue pareciendo más sedante que estimulante. Desde luego, el público tendía al estatismo, con algún meneo de cabeza para evitar el aturdimiento, aunque hubo un espectador, uno solo, que no dejó de bailar en todo el rato, y también es mala suerte tenerlo justo delante. Ah, Merzbow estuvo a punto de olvidarse de su condición de mito oscuro y esbozar una sonrisa cuando le corearon lo de “Akita es cojonudo, como Akita no hay ninguno”.
Eso sí, aunque las músicas del MEM y festivales afines se suelen vincular a conceptos como la vanguardia o la experimentación, cada vez me parecen más sometidas a una tradición tan restrictiva como las demás. Un concierto de Merzbow es como un concierto de blues: sabes desde el principio todo lo que va a hacer y puede gustarte o no, pero difícilmente te sorprenderá. Y les digo esto después de tragarme decenas de actuaciones más o menos próximas al género y de disfrutar mucho con gente como Fennesz, Pan Sonic, Francisco López o Fetisch Park. El día que Merzbow toque una polca, retiraré mis palabras.
Actualizado: si se lo perdieron, aquí tienen 50 segundos de Merzbow en Bilbao.