¿A ustedes nunca les han temblado las manos en una tienda de discos? Bueno, a muchos lectores jóvenes supongo que no, porque tal vez no hayan llegado a pisar jamás tales comercios, pero para eso están los abueletes, para contarles cómo funcionaba todo esto cuando la música costaba dinero. En fin, a lo que iba: la simple adquisición de algunos discos muy deseados bastaba para provocar una tremenda descarga de adrenalina, con su tembleque de manos y su vista nublada. Yo recuerdo, por ejemplo, la emoción que me embargó al adquirir -en el Discoclub del centro de Logroño- ‘Disintegration’, de los Cure, el mismo día de su edición. Buffff, uno se ponía tan nervioso que corría el riesgo de morir antes de escuchar el nuevo vinilo.

No tenía esperanzas de revivir esa conmoción en estos tiempos de descreimiento, pero me ha ocurrido esta misma semana. Y no con un disco, porque aún no lo tengo, sino con la mera noticia de un disco. Cubillo me adelantó el otro día que Munster edita por fin la antología de Los Bichos y, aunque les parezca que exagero, la buena nueva me dejó inquieto y agitado durante un par de horas. Los Bichos no son cualquier cosa, sino (venga, dejen que me ponga un poco hiperbólico y no me lo tengan en cuenta) el mejor grupo que ha existido en España, una bestia sentimental que figuraría en todas las historias del rock si hubiese nacido en Nueva York o Londres y no en Pamplona. Y, por supuesto, su líder Josetxo Ezponda (retratado al lado por Antón Goiri) es una de las pocas estrellas del rock que hay por aquí, con esa pinta de Gregor Samsa transformado en venenoso bicho glam. Para que no sospechen de amiguismos, les aclararé que no he hablado con él más que una vez que me pidió un cigarro en un bar, pero ya he contado por aquí que Los Bichos protagonizaron en el Subsuelo pamplonés uno de los dos mejores conciertos de mi vida y que son uno de los poquísimos grupos de los que me he llegado a comprar una casete de maquetas. Lean a Cubillo y hagan por escuchar esta obra maestra, hala.