Me van a permitir que comience esta crónica con un modesto ‘Friends will be friends’: sin la compañía de unos buenos amigos, no hay manera de disfrutar de un festival de música. La melomanía no es razón suficiente cuando los carteles resultan incoherentes, los grupos no acaban de entrar en situación y se pegan unos palos importantes por cada consumición. La logística tampoco ayuda cuando los festivales se celebran en lugares relativamente apartados, como Benicàssim o el desierto de los Monegros, y si por casualidad cae uno en el monte Cobetas, parece como si tuviéramos que subir al Annapurna (total, para ver a los Gansan). La buena compañía nunca se agradece lo bastante, así que, por una vez, que no quede.
Parece que las últimas incorporaciones al BLF van venciendo nuestro tradicional escepticismo. Tememos siempre que se asocie el nombre de Bilbao con un fracaso espectacular, como el desdichado circuito urbano o el descenso inevitable del Athletic. Esto sucede cuando se pone el corazón y la cartera a la vez en el mismo proyecto, en vez de empezar poco a poco e ir consolidándolo. Es lo que han hecho otros festivales como el Primavera Sound de Barcelona, que cumplía su segundo año en el recinto del Fòrum de las Culturas, ciertamente desangelado.
El parque del Fòrum se encuentra en un extremo de Barcelona, a tres cuartos de hora del centro en autobús. Se extiende frente al mar, expuesto a la intemperie y barrido por una brisa marina que a veces trae aromas sospechosos del polígono industrial del Besòs. La competencia entre los seis escenarios dispersa el interés de un cartel que ya de por sí resulta heterogéneo: Motörhead, The Flaming Lips y Lou Reed, flanqueados por Sleater-Kinney, Yo La Tengo, Lambchop, Mogwai, Dinosaur Jr., La Buena Vida y Stereolab, entre otras luminarias.
Existe un tiempo ideal para degustar un concierto, en torno a las dos horas, que en los festivales nunca se cumple. Los organizadores deberían reflexionar sobre esto. Los músicos van a cobrar igual, de modo que no cuesta nada prescindir de todos esos grupos de pop rock canadiense y alargar las actuaciones que hacen feliz al público. Uno siempre puede marcharse al escenario de al lado si el artista no acaba de convencernos, como es el caso de Lambchop, que expulsó a un tercio de su auditorio.
Aparte de los Flaming Lips, que montaron una auténtica fiesta en la que no faltó el confeti, los globos gigantes, las canciones maravillosas y grupos de figurantes disfrazados de Papá Noel y azafatas alienígenas, dejaron buenos momentos Pauline en la Playa, que se tomaron con humor el horario vespertino (Mar Álvarez se pasó la actuación haciendo chistes a costa del ‘Rockdelux’); la dulce Isobel Campbell, que se bebió una botella de Mimosín para aclarar la voz; Lou Reed, que estuvo lacónico y efectivo, y Stereolab, que pusieron una nota un poquito marciana. En fin, que repetimos.