Hay bautismos que dicen mucho de quien los elige. Cuando uno funda un grupo y decide llamarlo Gorky’s Zygotic Mynci, deja claro que su aspiración primordial no es el éxito masivo. También delata que tiene un trueno importante o que, al menos, cultiva una saludable extravagancia que parece muy propia de Gales (recuérdese a sus ilustres paisanos Super Furry Animals, los Animales Superpeludos). Este cuelgue es una de las razones por las que siempre me cayó bien esta gente, pero hay más: empezaron a tocar cuando aún iban a la escuela, se sacaban fotos vestidos de gnomos y druidas, subían al escenario con una radical actitud de antiestrellas y su música siempre era tan poco convencional como todo lo demás. Aunque con el tiempo fueron abandonando el alucinado eclecticismo de sus inicios en favor de un sonido acústico y pastoral, seguían acabando sus conciertos con una apoteosis ruidista capaz de provocar desmayos en los oyentes desprevenidos. Mezclaban arreglos folk -cuando aún no estaba de moda-, inquietudes progresivas y espléndidas melodías pop y, cosa muy rara, lo hacían con naturalidad, sin poses idiotas, igual que cuando se juntaban después de clase para jugar con los instrumentos. Y, para colmo, Bilbao sale en una de sus canciones, la luminosa ‘Spanish Dance Troupe’ (escúchenla, por favor).

He escrito de los Gorky’s en pasado, pero la verdad es que no estoy seguro de si siguen existiendo o no. Lo que sé es que el vocalista y líder, Euros Childs, editó ayer en el Reino Unido su primer álbum en solitario, ‘Chops’. Todavía no lo he escuchado, pero títulos como ‘Stella es una pigmea’, ‘Billy la gaviota’ o ‘La isla de los burros’ me dan buenas vibraciones. Ya sólo falta que se haya llevado a su hermana Megan, la violinista que parece un duende aunque vaya sin disfrazar, para que la propuesta sea irresistible.