Un grupo de científicos de la universidad británica de Leicester ha comprobado que tenemos a nuestra disposición demasiada música. Internet nos abastece de tal modo que estamos sobrecargados y ya no disfrutamos tanto como antes: muchas canciones acumulan polvo digital en algún rincón de los discos duros o de los cedés de emepetrés y, como mucho, las escuchamos en forma de “papel pintado” sonoro, con escasa atención y poco placer.
Y qué quieren, en cierto modo, estoy de acuerdo con las conclusiones del estudio. No creo a los voceros de la industria cuando dicen que el intercambio de archivos va a acabar con su negocio -hombre, desaparecerán los fabricantes de cedés grabados, como en su día fueron a menos los palafreneros, los pasamaneros o los vendedores de fuelles-, pero sí tengo la impresión de que escuchamos peor la música. Hay una sensación que todos los de cierta edad conocemos: en la era del vinilo, a uno le solían gustar más los discos originales que los copiados en cinta por algún amigo, y no hablo de la calidad del sonido sino del mismísimo contenido. ¿Por qué? Pues porque el disco costaba dinero y, en cierto modo, uno se esforzaba por que le gustase, lo seguía pinchando aunque la primera impresión fuese negativa. Todavía recuerdo el espanto que sentí cuando puse por primera vez ‘Closer’, de Joy Division, ahora uno de mis discos favoritos. Me había gastado la paga de varias semanas y tenía entre mis manos un horror, y lo siguió siendo ocho o diez veces hasta que me acostumbré a lo desconocido. El MP3 ha eliminado esa perseverancia: si a la tercera canción no nos gusta lo que oímos, pasamos a otra cosa, elegimos otra de las descargas de la semana o apretamos el botón de ‘random’. Eso, si alguna vez nos molestamos en escuchar el álbum entero y en orden, claro.
Ojo, no me malinterpreten. Por supuesto, se ha conseguido una democratización de la cultura con la que siempre soñamos, al menos los que no recibíamos de papá el dinero suficiente para comprarnos todos los discos que queríamos. A lo mejor lo que ocurre es que a algunos la revolución nos ha llegado tarde, cuando nos falta tiempo.