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Ángel Lázaro

El cascarrabias

Demasiado ruidosos

Somos demasiado ruidosos. Sólo los japoneses soportan más ruido que nosotros. Y no lo digo yo, sino que lo asegura la Organización Mundial de la Salud que acaba de certificar que nuestro país ocupa el segundo lugar en ese curioso ranking de los más ruidos del mundo.

La mayor fuente de contaminación acústica es el tráfico generado por los coches, los camiones pesados, las motos ruidosas, los aviones, y los trenes. Le siguen de cerca, los ruidos de las obras, las discotecas y el ocio en general que, especialmente en verano, genera grandes problemas de convivencia entre vecinos.

Entre los ruidos más odiados, la mitad de los participantes en una encuesta realizada al afecto señalan las obras (el 49,4%), los ladridos (el 25,3), el camión de la basura (24,6%), y el tráfico (24,1%). Siete de cada diez encuestados precisa que, durante el día, la calle es el lugar que más le agobia por la contaminación acústica.

Pero somos precisamente los vascos los que menos notamos la contaminación acústica, seguidos de los gallegos. En el extremo contrario se encuentran los madrileños, que son los que más se quejan por el ruido. Pero el 87% de la población española considera que vive en un país ruidoso.

Como ven, nada que nos sorprenda. Tenemos tan asumido eso del ruido que ya ni nos preocupamos por abandonar esos lugares de privilegio. Voces altisonantes en el metro, el autobús, la calle, el bar, el domicilio. “Es que si no chillo ni me oigo”, me decía a mí un compañero que siempre elevaba el tono de voz hasta sobrepasar el umbral de lo que ya se considera gritar. Y cuando su voz tronaba todo el mundo se volvía hacia nosotros con un curioso gesto en el rostro: “están locos estos tíos”.

Si nuestra conversación supera los niveles acústicos, no digamos ya el uso que hacemos de coches y motos, en especial los más jóvenes que parecen disfrutar atronando a los demás con el tubo de escape de sus vehículos a los que aceleran hasta la desesperación de los demás.

Y el colmo de la desesperación se alcanza con el móvil o el mp3. Los que siguen al cascarrabias saben la manía que tengo a aquellos que utilizan este tipo de aparatos sin ninguna consideración hacia los demás. Hace tiempo señalé la existencia de un selecto club denominado “por qué no te metes el móvil por el culo”, un movimiento que alcanzó cierta relevancia fuera de nuestro país, pero que aquí como que se ha acogido con poco entusiasmo.

Y quizá sea por aquello de que disfrutamos metiendo ruido por lo que aguantamos estoicamente a esos niñatos que, a pesar de disponer de auriculares en sus oídos, nos deleitan a los demás con el insufrible y cansino chuntachachunta. Pero con el que parece que disfrutamos porque nadie se atreve a hacer parar ese infernal y machacón sonsonete.

Un país demasiado ruidoso, donde siete de cada diez habitantes soporta cada día unos niveles medios de ruido que superan los 70 decibelios (dB), cuando el límite aceptable establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y por la Ley del Ruido es de 65 dB. Y todos estos focos de ruido, no sólo causan contaminación y problemas medioambientales, sino también problemas físicos, desequilibrios psicológicos y trastornos de sueño. Pero nosotros seguimos empeñados en esta cruzada y preferimos encabezar las estadísticas en esta materia.

Por Ángel Lázaro

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