Lo que son las cosas. Ahora que todo iba de rositas en el PP – con don Mariano a la espera de ver pasar por delante de su puerta el cadáver de su enemigo- la presidenta de la Comunidad de Madrid la ha vuelto a liar. Es público y notorio el poco cariño (más bien ninguno) que se tienen los dos mandatarios de las instituciones madrileñas, Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón, pero los calificativos gordos no habían salido a relucir. Al menos hasta ahora.
La cuestión es que Esperanza Aguirre ha padecido los efectos de un micrófono mal cerrado que ha permitido saber que se alegra de haber podido dar un puesto en Caja Madrid a IU quitándoselo así “al hijo puta”, sin que quede claro a quién se refiere. Blanco y en botella. Como su compañero de militancia, Ruiz Gallardón, es su mayor enemigo, todo el mundo ha dado por hecho que el receptor del epíteto ha sido él. Probablemente no será así, pero a ver quién es el guapo que se lo cree.
Aguirre charlaba discretamente con su vicepresidente, Ignacio González, ignorantes ambos de que su conversación era captada por los micrófonos no cerrados y grabada por los periodistas que cubrían el acto. Aunque con fragmentos ininteligibles y diferentes sobreentendidos, la charla entre Aguirre y González versaba sobre Caja Madrid, cuya asamblea general cerró ayer más de un año de disputas con la elección de Rodrigo Rato como presidente al frente de una lista de consenso. “Yo creo que nosotros hemos tenido la inmensa suerte de poderle dar un puesto a IU quitándoselo al hijo puta”, suelta en un determinado momento Aguirre.
Por la tarde Aguirre ha hecho unas declaraciones a ElMundo.es en las que ha aclarado que su expresión “hijo puta” captada por la prensa estaba dirigida a un, hasta ahora, consejero de Caja Madrid y no al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y se ha apresurado a apuntar que era en el marco de una conversación particular. Aguirre ha dicho no recordar el nombre de ese consejero de la entidad y ha añadido que no tiene dudas de que sea un “santo y su madre también”.
Pero las aclaraciones de Aguirre no parecen ser demasiado convincentes. Conocida su animadversión hacia el alcalde de Madrid, todo el mundo coincide en apuntarle como blanco del grave insulto de la presidenta de Madrid. Una marquesa consorte, que presume de su refinada educación, no debería utilizar nunca ese tipo de expresiones, demasiado instaladas en el lenguaje normal y, por tanto, más frecuente de lo que debieran.
Ahora vendrán los dimes y diretes para sacar del atolladero a esta mujer que, mes a mes, se gana a pulso que su partido no vuelva a contar con ella en las próximas elecciones. Porque con amigas como ella, Ruiz Gallardón no necesita enemigos ni adversarios. Le basta y le sobar su compañera de afiliación en Madrid. Aguirre es así.