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Ángel Lázaro

El cascarrabias

El barrendero

El cascarrabias parece estar obsesionado con la limpieza de las calles. En general, Bilbao es una ciudad más saneada de lo que era hace unos años. La civilización va llamando a nuestras puertas y nos hace mejorar ciertos hábitos de conducta. Pero siempre hay gente que se salta a la torera las normas de convivencia y hace de la calle un basurero. Tampoco parece que las nuevas generaciones estén especialmente sensibilizadas ante la higienización, pero creo que se va progresando.

En esta mejora ha contribuido notablemente el servicio de limpieza del Ayuntamiento servicio de limpieza del Ayuntamiento que ha dedicado efectivos y medios para que las calles mantengan un aspecto más pulcro. Año tras año se trata de mejorar, incluso con efectivos mecánicos.

En el último lustro, la brigada de limpieza se ha visto fortalecida con los coches-carros que recorren la ciudad de noche, aunque también se puede ver a alguno durante las horas diurnas. Hay noches que constituye un verdadero espectáculo la salida de las barredoras desde el depósito de Elorrieta . Un verdadero ejército dispuesto a acabar con la guarrería de la villa.

La mecanización no siempre resulta positiva. Ante la mierda que cagan los perros, que tan habitual resulta en las aceras por donde pasamos a diario, la efectividad de la barredora parece insuficiente. Las máquinas esparcen las heces por las baldosas. La culpa es de los dueños de los perros, pero tampoco los viandantes tenemos por qué sufrir los estragos que producen estos regalos.

Peor resulta, sin embargo, algunas conductas individuales de algunos operarios de la limpieza. La escena es real. Un barrendero hace su trabajo en una zona de Bilbao, donde un mocordo enorme obliga a los viandantes a sortearlo sin disimulo y con cara de asco. La escoba que el barrendero maneja con soltura ni tan siquiera llegar a rozar la cagada, por lo que una mujer le señala la presencia de las heces. Ni corto ni perezoso, el operario le espeta a la señora: “eso que lo limpie el dueño del perro; no tengo ninguna obligación de hacerlo yo” y sigue imperturbable con su tarea. Ni máquina ni escoba. Algún zapato tendrá que borrar la huella.

Por Ángel Lázaro

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