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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Doce años de memoria borrada

Los rumores sobre la amnesia momentánea de Fernando Alonso, que tras un accidente se habría despertado pensando que estaba en 1995, han coincidido en Italia con un caso aún más acusado y muy curioso. El doctor Pierdante Piccioni (chico de la foto), un médico de Lodi, cerca de Milán, chocó con su coche en mayo de 2013 y cuando se despertó, días después, creía estar en 2001. Exactamente en el 25 de octubre de ese año, la fecha del cumpleaños del pequeño de sus dos hijos. No recordaba nada de los doce años posteriores. Justo ayer le entrevistaban en el diario ‘La Repubblica’ porque acaba de conseguir volver al trabajo, como jefe del servicio de urgencias de un hospital, aunque antes ha tenido que volver a estudiar y pasar exámentes, porque es como si no los hubiera hecho nunca.

Cuando abrió los ojos tras el accidente alucinó, porque veía el mundo con la mirada de aquel hombre que él era en 2001: “Todos habían envejecido de golpe. Mi mujer tenía el pelo de distinto color y arrugas. Le acompañaban dos chicos con barba que van y me preguntan: ‘Papá. ¿cómo estás?’. ¿Papá? ¿Quiénes eran estos tíos? ¡Si yo tenía dos chavales de 8 y 11 años!”. Tuvieron que enseñarle el periódico para que les creyera. Se asomó a la ventana y veía el futuro. Coches de diseños raros y gente vestida de forma original. De repente tenía “un agujero” en la memoria en el que habían desaparecido doce años de su vida. El mundo, naturalmente, era un lugar muy distinto. “Yo pensaba que teníamos la lira de moneda, que estaba Bush, Juan Pablo II… Bueno, Berlusconi ahí seguía”, ha relatado a ‘La Repubblica’. Ahora ha conocido a Obama, se ha perdido ya un papa, aunque aún está vivo, y ha conocido a otro. Internet en 2001 estaba empezando, como los móviles y se ha encontrado con la gente loca con los ‘smartphones’ y las redes sociales. Con el euro y los precios flipa, pero eso como todos.

Su familia tuvo que volver a recordarle lo que había vivido y hacerle una síntesis de grandes éxitos de los telediarios de doce años. Cosas desagradables, como el descenso de su equipo, la Juventus, a Segunda División en 2006 por el escándalo de los partidos amañados, y otras agradables, como la victoria de Italia en el Mundial ese mismo año. “Mis hijos me han hecho ver las películas que me habían gustado, las fotos de los viajes que habíamos hecho, he vuelto a probar vinos que apreciaba, porque era somelier”. Tenía la esperanza de que algo le hiciera reavivar los recuerdos, rasgara la oscuridad de doce años velados, pero no ha habido manera. Solo sabe de ese periodo lo que le han vuelto a contar.

El impacto emocional en ocasiones fue enorme. El primero, ha confesado, cuando se miró al espejo. Que te caigan encima doce años de golpe, no en pequeñas dosis, debe de ser una experiencia un poco fuerte. Luego preguntó por sus padres, que por qué no iban a verle, y descubrió, como si el dolor fuera el de la primera vez, que su madre había muerto tres años antes. “Cada cosa me hacía sentirme extranjero, fuera del tiempo y fuera de lugar”, ha explicado.

Esta sensación se agudizó cuando quiso recuperar su vida normal y se enteró de que en 2007 había obtenido la plaza de jefe de servicio. Sin embargo no podía ocuparla como si tal cosa, porque había olvidado todo. Le plantearon entonces una jubilación por invalidez, pero decidió empezar de cero y estudiar para volver a donde había llegado. El mes pasado logró regresar como jefe del servicio de urgencias del hospital de Codogno, en otra localidad cercana. Algunos compañeros le hacen bromas: “¿Sabes que ahora eres mejor que antes?”. Pero no sabe si lo dicen en serio o no.

En la prensa le han llamado el desmemoriado de Codogno, en referencia a un caso similar muy famoso en Italia, el de Collegno, un increíble culebrón de principios del XIX. Fue en 1926, cuando apareció un tipo estrafalario en Turín que no sabía quién era y fue encerrado en un manicomio. Una señora vio la foto en el periódico y dijo emocionadísima que era su marido, el capitán Giulio Canella, desaparecido en el frente macedonio en la Primera Guerra Mundial. Tras muchas peripecias se dio por buena su versión y los dos se fueron a vivir juntos. Parecía asunto cerrado, pero un año después un anónimo sopló a la Policía que, en cambio, podría ser un anarquista timador, un tal Mario Bruneri, con una condena pendiente de dos años de cárcel. Apareció también la mujer de ese señor y dijo que el desmemoriado era su marido, sin ninguna duda. Lo mismo dijo su hijo y sus hermanos. La propia madre comentó que estaba segura de que se trataba de una nueva estafa del desgraciado de su hijo.

El caso acabó en los tribunales, porque si eso era verdad este hombre debía cumplir su condena. El país, obviamente, se dividió en partidarios de una y otra identidad, y tras los habituales bandazos judiciales italianos en 1931 la sentencia definitiva estableció que el desmemoriado era el malo, era el delincuente anarquista. Era la peor de las posibilidades para el reo, que tuvo que ingresar en prisión. El fallo no fue fácil, porque en el jurado hubo empate de votos, siete contra siete, y se bloqueó la decisión. Debió intervenir el ministro de Justicia, que estaba hasta el gorro del asunto: “Les doy un hora, acaben de inmediato con esta bufonada”. Y decidió el presidente del tribunal.

La esposa perdedora no se dio por vencida y nunca aceptó la sentencia. Es que encima entretanto ella y su presunto marido habían tenido tres hijos. Es más, como el tribunal decidió que ese señor no era su marido, los hijos de repente no fueron reconocidos y todo el mundo le empezó a mirar mal, como una golfa, porque había vivido esos años amancebada con un hombre. Al final, cuando el desmemoriado salió de la cárcel, se fueron juntos a vivir a Brasil. Porque el desmemoriado siempre siguió sosteniendo que él era el otro, el bueno, el capitán Canella.

Todavía se habla de este caso de vez en cuando y salen descendientes de ambas familias que piden pruebas de ADN y esas cosas.

En fin, la historia parece de Totò, y efectivamente Totò hizo una película sobre el tema, ‘Lo smemorato di Collegno’ (Corbucci, 1962), complicando aún más la trama y que es bastante surrealista. En la siguiente escena, durante el proceso, Totò se hace pasar por Napoléon para confundir a un testigo, que es paciente del manicomio:

 

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