“Mi mujer está aterrorizada”, confiesa en voz baja un empresario en su casa de Kolonaki, un barrio elegante de Atenas. Vive en un hermoso ático lleno de cuadros desde el que se divisa la ciudad. Su mujer también es ejecutiva de una gran compañía y vive con angustia, se la ve muy preocupada, un posible triunfo de Syriza que se palpa en el aire y todos dan por hecho. Han organizado una velada con amigos -intelectuales, abogados, políticos- que se convierte en un apasionado psicodrama de la clase media alta en vísperas de la jornada electoral. En los aperitivos ya están discutiendo.
La idea general es que Alexis Tsipras, líder de Syriza y que quizá no es mal tipo, no sabe dónde se está metiendo, sus asesores no tienen ni idea de economía, manejan un programa irreal y en realidad detrás hay un partido que es una confusa macedonia de marxistas desfasados, nostálgicos del Che Guevara, estalinistas y demás fauna. “Anacrónicos es la palabra”, resume uno de los presentes. En un país que, como todos en las grandes ocasiones, razona con lógica elemental, son los rojos que se van a tomar la revancha de la guerra civil que perdieron tras la Segunda Guerra Mundial. De paso surge una duda: ¿es nazi parte de la élite de un país que tuvo un núcleo duro fascista? Todos lo niegan. Alba Dorada sería un fenómeno popular, surgido exclusivamente desde abajo y de la rabia social, sin dinero ni cerebros detrás. A todos les preocupa.
La mayoría de los huéspedes votan a Antonis Samaras, el primer ministro y líder conservador de Nueva Democracia (ND), eso no está en discusión, pero la llegada de uno de los invitados, candidato de To Potami (El Río), abre un debate crucial en la derecha griega: ¿es más útil votar a Samaras, que por lo visto va a perder, o apoyar a este nuevo partido, liberal y moderado, que puede acabar siendo el socio de Alexis Tsipras y así puede desactivar su peligro? De hecho, una de las principales acusaciones contra To Potami es la de ser un submarino de la derecha creado en laboratorio, en áticos como este, para quitar votos a la izquierda.
Giorgios, el recién llegado, rechaza estos rumores y describe un partido que ha cristalizado el ansia de cambio de una generación de profesionales, de profesores universitarios, de gente preparada, entre los treinta y los cincuenta, que ya no se sentía representada. “Estaba harto de quejarme sólo en casa a través del ordenador, en foros y blogs. había que salir a la realidad”, explica. Nunca había hecho política, pero se animó con el tirón carismático de Stavros Theodorakis, el líder de To Potami, un popular periodista y presentador televisivo. En realidad es esta formación la que más se parece, en su génesis, al fenómeno español de Podemos, y no tanto Syriza. Surgió en marzo, de la nada, se basó en el impacto mediático del líder y sorprendió en las elecciones europeas.
To Potami ha buscado de inmediato el centro e, incluso, es casi apolítico, un ambiguo contenedor de ideas de todo tipo, de lo neoliberal a la limpieza del sistema y la lucha contra corrupción. Para sus detractores es como un partido ‘cool’ de pijos, todo imagen y con las chicas más monas. Pero Giorgios habla de gente bien formada que quiere aportar sus conocimientos para cambiar las cosas. Ellos también apuestan por un cambio histórico de ciclo, de ruptura con el pasado. En este sentido asegura que Syriza, en realidad, está infiltrado de oportunistas del PASOK, el partido socialisat de toda la vida que se derrumbó en las elecciones de 2012, y se mantendrán los viejos vicios.
Hablar de PASOK y ND, de décadas de poder alterno, es hablar de votos pagados con puestos en empresas públicas hinchadas de gente que no pegaba ni golpe, de sueldos estratosféricos, de sindicatos locos y consentidos. Incluso esta misma semana se ha visto un tic de los viejos tiempos: el Gobierno ha contratado a una hornada de 2.136 personas a tres días de las elecciones. “Somos un país anómalo, nada moderno, con un Estado bávaro-otomano, un corporativismo alemán, un proteccionismo francés y una economía de microempresas paquistaní”, resume Aquiles Kehimoglou, analista del diario ‘To Vima’.
El PASOK, que en 2009 arrasó con el 43,9% de los votos, fue borrado del mapa en apenas tres años tras estallar el escándalo griego que ha llevado al actual desastre. El primer ministro, Giorgios Papandreu, destapó las increíbles cuentas trucadas del Estado al llegar al cargo y ahí empezó todo. Aceptó el rescate y esa fue su culpa a ojos de los votantes. Samaras aprovechó de forma carroñera la situación, cuando su partido era responsable del desastre, hizo sangre y forzó las elecciones de 2012 pensando que ganaría, porque aún pensaba con los viejos esquemas de alternancia maquinal. Fue cuando irrumpió Syriza, rompió la inercia histórica y le obligó a un inédito gobierno con los restos del PASOK. “Samaras ha sido un idiota útil, se ha comido estos dos años de medidas impopulares y ahora está quemado”, admite con visión prosaica un invitado. “Podría haber tenido alguna oportunidad de ganar, pero su gran error ha sido el impuesto sobre la vivienda, que ha extendido a todo el mundo y ha sido exagerado, los griegos nunca se lo perdonarán”.
De fondo hay una traición de una clase política a los griegos, opina un técnico de aquel equipo de Papandreu que afrontó las medidas de choque en 2010: “La Troika no te dice que cortes las pensiones, los hospitales y las escuelas. Te pide el dinero y eres tú quien decide de dónde lo saca. Claro, hacerlo bien es difícil, atajar la evasión fiscal, sacar el dinero negro, que los ricos paguen más. Estos sinvergüenzas, unos y otros, han cortado de forma brutal e indiscriminada”. Se comenta sin rodeos que no hay nadie capaz de hacer pagar un duro de impuestos a los armadores, los grandes magnates del país. No hay nadie que no reconozca que hace falta sangre nueva, mover las poltronas ocupadas desde hace lustros por los mismos individuos. La fiesta termina y se asume que, salvo milagro, llega un cambio de época. Sólo esperan que Tsipras negocie bien.
Europa aguarda el cambio que arranca en Grecia
Alexis Tsipras, líder de izquierda de Syriza y favorito en los sondeos, dijo ayer que si es el nuevo primer ministro sólo se pondrá corbata el día en que le perdonen la deuda a Grecia. Tardaremos mucho en ver a Tsipras con corbata, quizá nunca, pero si se pasea por las cumbres europeas sin ella y da el cante en las fotos será un recuerdo constante de que hay un gran problema por resolver.
La deuda griega, un 176% del PIB, con un rescate de 240.000 millones que en teoría no se terminará de pagar hasta 2045, es un embrollo monumental e ineludible. En la UE lo saben. También saben que estos cuatro años de medidas de austeridad salvaje no han arreglado nada. Mientras ya se concede flexibilidad a Francia e Italia, quizá ha llegado el momento de cambiar el registro con Grecia. Las elecciones de hoy señalarán el nuevo interlocutor y abren un escenario distinto. Sería igual aunque, por sorpresa, venciera el actual jefe de Gobierno, el conservador Antonis Samaras, de Nueva Democracia (ND).
Sin el pánico de los mercados, no hay ningún tremendismo, sino sentido práctico y político. Grecia puede vivir un cambio de ciclo similar al de 1981, cuando se impuso el socialista Andreas Papandreu con un programa de izquierda y proclamas airadas contra Europa y la OTAN. Los ricos corrían a Suiza a esconder su dinero, pero no fue el fin del mundo. Para una generación de jóvenes sin esperanza y amplios sectores empobrecidos el triunfo de Syriza podría marcar hoy un hito histórico similar. Con la diferencia de que ahora no hay dinero para milagros, se trata de salvar los muebles.
Pero hay más. La victoria de Tsipras, de 40 años, trascendería las fronteras griegas, al ser el primer jefe de Gobierno europeo de la izquierda radical y abiertamente contrario al guión dominante, marcado por Alemania, de políticas de austeridad. Y en un momento muy particular. Para España, donde ha surgido Podemos, Grecia se convertiría de inmediato en banco de pruebas de seguimiento constante para uso electoral. Pero es que en una situación de tensión social, la alternativa en otros países, empezando por Francia, está siendo el auge del populismo de extrema derecha. De hecho Syriza ha cortado el ascenso de los neoanazis de Alba Dorada, y su resultado es otra de las grandes incógnitas de hoy.
En medios griegos y europeos se ha asegurado que la propia Troika forzó el adelanto de las elecciones. El trío de prestamistas que ha marcado desde 2010 la agenda política de Atenas -Comisión europea, Banco Central Europeo (BCE) y Fondo Monetario Internacional (FMI)- habría querido negociar el último tramo del rescate, de 1.800 millones, con un Gobierno fuerte. Debían haberlo cerrado antes del 31 de diciembre, pero se prorrogó al 28 de febrero y es muy posible que mañana una de las primeras reacciones a los comicios sea, de entrada, otra ampliación del plazo para abrir, con calma, una nueva fase de negociación. El Eurogrupo tiene ya una reunión fijada en la que puede anunciar que retrasa la fecha a mediados de año o incluso más alla. Son conscientes de que deben dar tiempo a que se siente el nuevo Gobierno griego. Además se da por hecho que luego se pactarán los términos de un nuevo rescate, el tercero, en condiciones más favorables.
¿Qué pasará mañana lunes? En realidad, pese a las prisas externas porque se aclare rápidamente el panorama, las cosas irán despacio. El calendario debe contar con algo que el resto de Europa parece haber olvidado, ansiosa cómo está de saber lo que ocurrirá. Estas elecciones han llegado porque el Parlamento fue incapaz de elegir un nuevo presidente de la república y por eso lo primero que deberá hacer la nueva cámara es nombrar uno. Ya no será tan difícil como en diciembre, porque bastará una mayoría simple, pero llevará algunos días. El nuevo jefe de Estado, una figura muy protocolaria, será por tanto un hombre al gusto del ganador de las elecciones. Luego el partido más votado dispondrá de tres días para formar Gobierno. Si no lo consigue, la segunda formación tendrá otros tres días y, si no, la tercera. En último caso se repetirían las elecciones al mes siguiente, como ocurrió en 2012. Significaría más paciencia para el resto de Europa.
En todo caso no reina el miedo a lo que pasará el lunes, como ocurrió en 2012, cuando los cajeros agotaban el contante y se temía un hundimiento apocalíptico de las bolsas europeas. Esta vez las primas de riesgo española e italiana, por ejemplo, ni se han inmutado ante las noticias de Atenas. La griega sí, naturalmente, pero está claro que no hay temor de contagio. Entretanto la UE ha desplegado estos años los cortafuegos necesarios y, por otro lado, se ha extendido la tácita convicción, al margen de algunos círculos alemanes y del norte de Europa, de que la sangría impuesta a Grecia ha sido exagerada. La histórica inyección de liquidez anunciada esta semana por la BCE es otra señal de que la UE está cambiando de mentalidad.
En estas nuevas coordenadas se abre la ventana de oportunidad que el nuevo Gobierno griego debe saber explotar inteligentemente a su favor, aunque deberá ceder en sus pretensiones. “No será un problema. El votante griego, y el de Syriza no es una excepción, siempre sabe que el Gobierno luego no hará ni la mitad de lo que dijo”, dice Aquiles Hekimoglou, analista del diario ‘To Vima’.
El presidente del BCE, Mario Draghi, dibujó esta perspectiva al explicar que Grecia queda por el momento fuera de la compra masiva de deuda, pero que podría entrar si acepta la hoja de ruta de la ‘troika’. Si Tsipras gana las elecciones, el choque de trenes que se plantea es, por un lado, entre sus promesas electorales -ruptura de los acuerdos, renegociar la deuda, inversiones para la población más pobre-, y las exigencias de la Troika de nuevos recortes si quiere seguir recibiendo dinero. Atenas necesita ya los 7.200 millones de euros de préstamo previstos para febrero de la UE y el FMI. La nueva vía intermedia debería permitir un calendario más flexible y una demora de los plazos del pago de la deuda.
Evidentemente hay instrumentos para ahogar a Grecia, pero a nadie le interesa precipitar la situación, y ningún partido griego, incluido Tsipras, contempla una salida del euro, que llevaría el país a la quiebra. Atenas dispone de dinero para dos semanas, pero nadie ni en Grecia ni en Europa parece preocupado.
(Publicado en El Correo)