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El Papa no quiere bromas con la religión

 

El Papa entró ayer de lleno en el debate que ha seguido a la masacre en la revista satírica ‘Charlie Hebdo’, obra de dos fanáticos islamistas, y lo hizo rompiendo la opinión más o menos institucional que se ha formado en Occidente. Hablando de la libertad de expresión dijo: “Hay un límite, no se puede provocar, no se puede insultar la religión de los demás, no se puede uno reír de la religión, cada religión que respeta la vida tiene dignidad”, señaló en su primera charla con periodistas desde los atentados.

Fiel a su estilo, Bergoglio habló sin rodeos. Con un ejemplo sorprendentemente coloquial, para el asunto en juego y siendo el Papa, señaló al funcionario vaticano que tenía al lado: “No se puede reaccionar violentamente, pero si el señor Gasbarri, que es mi amigo, dice una palabrota contra mi madre le espera un puñetazo, ¡es normal!”.

Evidentemente ahora se hace más complejo el escenario, hasta ahora planteado como un choque cultural entre un Occidente laico y un mundo islámico que no ha pasado por la modernidad. La Iglesia católica es parte esencial de la sociedad occidental y se ha colocado al lado de los musulmanes, cuyos clérigos dicen lo mismo estos días tras condenar los atentados. El Papa ha optado por un frente común con el resto de religiones, un paso determinante, que reedita el eterno contraste de lo sagrado y la llamada ley natural con las normas de los Estados de derecho. Aunque más bien, dentro de la astucia de Bergoglio, se propone como puente entre las partes, sustrayéndose al conflicto.

Francisco había condenado los crímenes en comunicados y discursos, pero ayer era la primera vez que hablaba libremente, improvisando con la prensa en el vuelo de Sri Lanka a Filipinas, dentro de su viaje en Asia. Así que entró en matices y marcó la posición de la Iglesia católica. Era la que se imaginaba, pero hasta ahora se la había callado, no era oportuno. “Hablemos claro, vamos a París, no se puede esconder una verdad”, dijo al abordar el tema. Antes dibujó el contexto, con una nueva condena previa de la “aberración de matar en nombre de Dios”, de los kamikazes -“hay un elemento de desequilibrio humano, no sé si mental”- y con la admisión de que él mismo puede sufrir un atentado: “El mejor modo de responder a las amenazas es la mansedumbre, ser humilde como el pan. Alguna vez me he preguntado: ¿si me pasara a mí? Sólo he pedido la gracia de que no me haga daño, no soy valiente ante el dolor”.

Introdujo también una autocrítica poco frecuente: “A nosotros lo que pasa ahora nos sorprende, pero pensemos en nuestra historia, ¡cuántas guerras de religión hemos tenido!”. Citó expresamente la noche de San Bartolomé, nada casual, pues fue una matanza de miles de protestantes a manos de católicos en el mismo París y en el resto de Francia en el siglo XVI. “Como se comprende, también nosotros hemos sido pecadores en esto”, recordó. Fue un modo sutil de señalar al islam que, por su parte, la Iglesia católica ha vivido una evolución histórica.

Lo cierto es que esto entronca directamente con la famosa polémica de Benedicto XVI en su discurso de Ratisbona en 2006, que indignó a los musulmanes al evocar la problemática relación entre fe y violencia en el islam. En realidad visto ahora aquello resulta sorprendente: fue entonces el Papa quien se colocó en el punto de mira de los islamistas por unas afirmaciones consideradas provocatorias. Y no sólo por ellos. Eran, naturalmente, reflexiones más sofisticadas que las viñetas de ‘Charlie Hebdo’, pero en Europa, y más desde la izquierda, muchos le criticaron por ello, exactamenten por jugar con fuego. No se defendió precisamente su libertad de expresión.

Francisco también ha instado en varias ocasiones a los líderes musulmanes a condenar la violencia, pero se ha cuidado mucho de llegar tan lejos como Ratzinger con una crítica a la raíz del problema en el Corán y a la dificultad de los imanes para resolverlo superando la literalidad y reinterpretando los textos en clave moderna. Bergoglio ayer mencionó a Benedicto XVI y aquel discurso de 2006, pero sin remover los puntos dolientes. Le va más el buen rollo. Se fijó en el otro pilar de la crítica de Ratzinger, a las democracias occidentales: “Benedicto XVI habló de una metafísica post-positivista que trata las religiones como si fueran subculturas toleradas, porque no están en la cultura ilustrada. Por eso hay gente que habla demasiado, que toma el pelo, que convierte en juguete la religión”.

En aquel denso discurso de 2006 Benedicto XVI agradeció los avances de la Ilustración, pero se quejó de que el mundo occidental ha encumbrado la razón y predomina un cierto desprecio por las religiones, vistas como restos de un mundo arcaico. Y advirtió: “Las culturas religiosas del mundo ven justo en esta exclusión un ataque a sus convicciones más íntimas. Una razón que ante lo divino es sorda e incapaz de insertarse en el diálogo de culturas”. Tres meses más tarde señaló la “gran urgencia” del islam por superar un reto similar al que tuvo que afrontar el Vaticano con la Ilustración a partir del siglo XVIII y que sólo en el XX, “con el Concilio Vaticano II, trajo soluciones concretas a la Iglesia católica”. Entonces lanzó este aviso: “Si la razón secularizada sigue cerrada a la cuestión de Dios esto acabará por llevar a un choque de culturas”. Todo muy actual.

(Publicado en El Correo)

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