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Íñigo Domínguez

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Contraorden: la Iglesia ahora no se abre a los homosexuales

Si el sínodo sobre la familia que se celebra en Roma fuera un partido de fútbol se podría decir que el sector progresista ganaba el lunes 1-0, pero era sólo el descanso y no se sabe cómo terminará el marcador. El informe provisional sobre el debate, publicado ese día, arrojó sorprendentes novedades de apertura hacia las formas de familia ajenas al matrimonio católico. Sobre todo a las parejas homosexuales y no es exagerado decir que contenía frases históricas, como reconocer que sus miembros pueden prestarse “un apoyo precioso” y tienen “dones y cualidades que ofrecer a la comunidad cristiana”.

Como se podía prever el bando conservador contraatacó ayer con fuerza y algunas declaraciones de tono alarmante. En la sesión de ayer hubo 41 intervenciones que pidieron “aclaraciones” y “matizaciones” de la síntesis provisional. Algunos prelados han lamentado significativamente que no se menciona en el texto ni la palabra “pecado” ni la “ley natural”, y es cierto que son ausencias muy reveladoras del cambio de aires. El presidente de la Iglesia polaca, Stanislaw Gadecki, dijo que el documento “contiene errores, es inaceptable para muchos obispos y se distancia de las enseñanzas de los papas precedentes”.

Para variar algunos han echado la culpa a la prensa. El cardenal italiano Fernando Filoni admitió que “ha habido sorpresas al ver la reacción de los medios, perplejidad porque era como si el Papa hubiera dicho, o el sínodo hubiera decidido…”. El sudafricano Wilfried Fox Napier ha hablado de “interpretaciones equivocadas” del texto por parte de los periodistas y dijo temer que el mensaje transmitido sobre los gays “no sea verdad”.

En realidad hay otra áspera batalla interna por la gestión comunicativa del sínodo, con críticas abiertas a los resúmenes de las sesiones que hace cada día el portavoz vaticano, Federico Lombardi. Corre una teoría de la conspiración que ve un intento de deformar la visión del reparto de fuerzas del sínodo como si fuera mayoritariamente favorable a los cambios. El cardenal estadounidense Raymond Leo Burke, conservador, insistió ayer en que la información del sínodo “es manipulada” desde dentro: “Hay un número consistente de obispos que no acepta las ideas de apertura pero pocos lo saben”. Advirtió que “todo esto debe terminar porque causa un grave daño a la fe”. Es más, dijo esperar un “pronunciamiento” de llamada al orden del Papa “que puede ser sólo de continuidad con la enseñanza de la Iglesia en toda su historia”. Probablemente puede esperar sentado. El malestar en este bando es agudo porque Francisco parece jugar en el otro equipo y se sienten en desventaja.

Los ánimos, en resumen, están al rojo vivo y el sector conservador, por primera vez, se siente bajo asedio. Con semejante presión el propio Lombardi precisó ayer, “a raíz de las reacciones que han seguido a la publicación y al hecho de que se le ha atribuido a menudo un valor que no corresponde a su naturaleza”, que el documento era sólo “un borrador”.

Sea una metedura de pata de alguien o una jugada táctica del bando reformista, lo cierto es que el mensaje de un insólito intento de cambio ha pasado. La verdad es que ya el lunes, en la presentación del texto, algo chirríaba. Preguntado por las menciones a los homosexuales el cardenal húngaro Peter Erdo, firmante del documento, pasó la palabra al arzobispo italiano Bruno Forte, secretario especial del sínodo. Dijo que ese párrafo era cosa suya, como quitándose el muerto de encima. Forte, encantado, se desmelenó con una defensa de las parejas de hecho gays que haría palidecer a muchos de sus colegas. Contra toda la línea tradicional vaticana, pidió “una codificación que pueda garantizar los derechos a las uniones homosexuales, es un tema de civismo y de respeto a la dignidad de las personas”.

La reacción conservadora tendrá efectos. Mañana habrá un segundo documento de actualización de la discusión, con enmiendas y correcciones, que tal vez suponga una marcha atrás en lo expuesto y empate las posiciones. Será interesante ver en qué recula. Los 191 obispos de todo el mundo que participan en este gran congreso votarán un texto final el sábado, que será entregado al Papa, y no sería raro que constituyera una vía intermedia de compromiso. El sínodo, por el alcance de la discusión, cada vez se parece más a un miniconcilio. El propio Papa pidió claramente un diálogo franco en el que todos dijeran sin miedo lo que pensaban, y ése es ahora, por primera vez en medio siglo, el problema.

(Publicado en El Correo)

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