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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Lui (41): decadencia

La política italiana echó ayer a Silvio Berlusconi con un anticuerpo legal, una norma anticorrupción aprobada recientemente, también por su partido, que impide ser parlamentario a los condenados por delitos graves. Como él, condenado en firme el pasado mes de agosto a cuatro años de cárcel por una “colosal” evasión fiscal con un sofisticado sistema de fraude montado en su empresa para la compra de derechos televisivos. La ley prevé la retirada “inmediata” del escaño, pero han pasado cuatro meses con tretas y maniobras de dilación en el Senado. El líder de la derecha y primer ministro durante ocho años ha intentado burlar también esta norma, pero al final llegó su hora. A las 17.43 de ayer, con la mayoría de votos del Partido Demócrata (PD) del primer ministro Enrico Letta, de la izquierda, de la formación de centro de Mario Monti y del movimiento de Beppe Grillo, fueron rechazados nueve órdenes del día que pretendían salvarle y el presidente del Senado anunció que Berlusconi quedaba fuera de la cámara. Técnicamente, en italiano, se llama “decadenza”, un término especialmente inspirado en este caso.

El magnate pasará seis años inhabilitado para presentarse a las elecciones y ser primer ministro. Para entonces tendrá 83 años. Por supuesto, dice adiós a su sueño de ser presidente de la República. Es un caso inédito en la política occidental, porque siendo un delincuente -que en siete ocasiones se ha librado de la condena por prescripción del delito- han tenido que expulsarle, no siente la menor tentación de desaparecer de la escena pública.

Él no estaba allí, porque habría sido aún más humillante para él ver cómo los ujieres le acompañaban a la salida, y de todas maneras es que no va nunca. Esta legislatura sólo fue una vez. Desdeña las instituciones, desprecia los tribunales y no reconoce la sentencia que le ha condenado. Ayer insistió en que esto es “un golpe de Estado”. Casi nadie lo dice -hoy lo dice Marco Travaglio-, pero si no fuera por Beppe Grillo, que desde hace años se bate por echar del Parlamento a los que tienen condenas firmes, esta noción elemental no habría cuajado nunca en la opinión pública y jamás de los jamases en la clase política. Les es tan ajeno que en el partido de Berlusconi ni siquiera se dieron cuenta de lo que hacían al aprobar la ley en diciembre. Aunque eso fue porque pensaban que el proceso Mediaset, donde al final ha acabado condenado, también caería en la prescripción y se quedaría en nada. Habría sido así si un juez del Supremo no hubiera hecho su trabajo: aceleró la sentencia en el tribunal que ventila los asuntos urgentes en verano precisamente porque de lo contrario no se haría justicia. Un ejemplo más de lo importante que es que cada uno haga su trabajo.

Han pasado justo 20 años desde que un 23 de noviembre de 1993, inaugurando un supermercado, Berlusconi hizo su primera declaración política y dejó claro que iba a lanzarse al ruedo. Con su grupo empresarial al borde de la quiebra, sus protectores políticos a punto de ir a la cárcel y él mismo amenazado por las investigaciones contra la corrupción entró en política para salvarse. Le ha salido divinamente durante veinte años, hasta ayer.

Berlusconi seguirá en la política: está en pie de guerra más envenenado y antisistema que nunca, lidera su partido Forza Italia, recién resucitado, hará campaña y dirigirá a los suyos sin estar en el Parlamento. Pero ha perdido lo más precioso que le ha dado la política, además del poder para manipular la ley a su favor y fabricarse normas para bloquear sus procesos, unas 38: ha perdido la inmunidad parlamentaria. Desde ayer Berlusconi es un ciudadano como los demás y un juez puede ordenar su arresto cautelar y someterle a registros o escuchas telefónicas. Acabar con las esposas es su principal pesadilla.

Los jueces pueden actuar dentro de alguno de los procesos que el magnate tiene abiertos, que son tres: el ‘caso Ruby’, donde ya ha sido condenado a siete años en primer grado por abuso de poder y prostitución de menores; la compra de senadores en 2006, aún en sus inicios; y la corrupción de testigos en la investigación de Bari de las prostitutas que iban a su casa de Roma. Se debe sumar un cuarto dado por hecho: la próxima semana se puede abrir un nuevo filón del ‘caso Ruby’, llamado ‘Ruby tres’, por otro soborno de 32 testigos que habrían mentido a su favor en el juicio. Es una acusación con una pena de hasta ocho años. La novedad es que todos estos juicios ahora podrán discurrir normalmente, pues Berlusconi no podrá hacer nada para pararlos, y además no podrá beneficiarse de atenuantes como hasta ahora, por tener antecedentes. El ‘Ruby tres’, por ejemplo, puede ser muy rápido.

El futuro de Berlusconi es negro, pero no por el “día de luto de la democracia” que él y su partido proclamaban ayer. Las senadoras de su formación, de hecho, se presentaron vestidas de luto. En 2014 deberá cumplir nueve meses -los cuatro años de condena se quedan en eso gracias a un indulto- de arresto domiciliario o trabajos de voluntariado social, dependerá de los jueces. Pero su libertad de movimientos puede verse seriamente limitada. Por cierto, su condena le hará perder en breve el título de Cavaliere del Lavoro, otorgado en 1977. Ya no será ‘il Cavaliere’, sino el ‘exCavaliere’.

Su situación se puede agravar ya incluso en 2014 si el juicio del ‘caso Ruby’ llega a la sentencia definitiva de tercera instancia. Si el Supremo confirma la condena, perderá el regalo del indulto por reincidente y su pena de nueve meses volvería a ser de cuatro años. Que se sumarían a los de la nueva condena, siete en el caso de que se mantenga esa cifra, u otra similar. Es decir, estaríamos hablando de unos diez años de cárcel, una grave suma de penas que podría llevar en sí misma a un arresto cautelar. Eso sin contar que quizá luego encaje otras condenas. Pero esto ya es adelantarse mucho a los acontecimientos, porque Italia, y sobre todo Berlusconi, son fuente inagotable de sorpresas. Aún no se ha rendido y encima al dejar el Senado se lleva 180.000 euros de liquidación y una pensión de 8.000 euros al mes. Lo más importante ahora es saber si además de la ley también le echan los italianos en las próximas elecciones. Sólo entonces el país habrá pasado página y él se dará por derrotado.

 

EL ÚLTIMO ESPECTÁCULO 

Berlusconi empezó su nueva vida de político clandestino, fuera del Parlamento, poco antes de que le echaran, a las 16.40 horas. Por razones desconocidas tiene el privilegio de montarse los mítines en la puerta de casa, el Palazzo Grazioli, en pleno centro de Roma. Cada vez que lo hace bloquea el tráfico de media ciudad, porque esta callejuela es uno de esos embudos romanos vitales para la circulación. El guión exigía un baño de masas, pero la verdad es que había cuatro gatos, como mucho un millar -20.000 para la organización- y eso que habían puesto autobuses con bocadillo desde lugares remotos. El material humano era sorprendente. Gente muy humilde, ancianos, pipiolos imberbes, algún tarugo al estilo ultra futbolero y luego, con un salto de toda la clase media, la tropa de dirigentes, asesores y hombres del partido, trajeados y sombríos. A mi lado un señor llamado Adriano, de Como, sostenía un cartel bien alto que decía “Silvio, llámame”, y ponía el número de teléfono. Es el mejor ejemplo del tirón mesiánico del líder, todos esperan que arregle lo suyo. O al menos sacarse una invitación para una fiesta cachonda con barra libre. Otro señor de Nápoles se despelotó en plena calle como protesta desesperada para que le diera un trabajo.

Los más exaltados enseguida pusieron en una pared una pancarta que la Policía les obligó a quitar: “Esto es un golpe de Estado”. Era la consigna oficial. Lo repitió luego Berlusconi. Otro cartel fuerte le retrataba como a Aldo Moro en su secuestro, el primer ministro asesinado por las Brigadas Rojas, con la frase “Prisionero político”. Regalaban toneladas de banderas de Forza Italia, que sobraban por todas partes, y el ‘merchandising’ gratuito volaba como objeto de coleccionista. Quién sabe en qué quedará en unos años, pero ya ayer mismo eran inverosímiles: “Hoy termina la democracia”, “Es un golpe de Estado”, decían los carteles de goma. Casualidad, enfrente había una exposición de la China arcaica. En las pantallas un documental hagiográfico con música épica repasaba los grandes éxitos del líder, siempre sonriente y acompañado de los grandes de la tierra. También ponían escenas de chistes.

Con un frío que pela y mucho retraso por fin apareció Silvio, en su última versión de portero de discoteca, con el eterno fondo celeste. “Es un día amargo y de luto para la democracia”, anunció. Luego, arreón a “la magistratura que quiere una vía judicial al socialismo”. “¡Esta sentencia clama venganza ante Dios y los hombres!”, bramó. Repitió que su condena está basada “en un teorema, sin pruebas, sin testigos, sin documentos”, es decir, justo lo contrario, y se dijo “absolutamente seguro de que al final habrá un vuelco con mi completa absolución”. “¿Pero a mí quién me resarcirá luego?”, se lamentó. Sus trolas ya se deslizan como caramelos, un talento asombroso en un señor que es un delincuente, ha birlado al menos 1.200 millones de euros en dinero negro en paraísos fiscales y no ha devuelto ni un céntimo. Su novia Francesca Pascale aplaudía en primera fila y luego le besó la mano. El caniche Dudu miraba desde la ventana. También su fúnebre abogado, Niccolò Ghedini.  “¡No me retiro a un convento, seguimos aquí! ¡Os convoco para la próxima campaña electoral, seremos más, misioneros de verdad y de libertad!”. Se suponía que debía ser algo histórico, especial, el fin de una época, algo así, pero fue más de lo mismo.

(Publicado en El Correo)

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