En realidad llevamos ya más de un mes de mes apocalíptico, pero es lo que tienen los meses apocalípticos, que duran más, como febrero, que dura menos. Y ya ven como después de 37 días de desmadre -los caretos demacrados de los periodistas son un contador implacable- todo se empieza a arreglar y las cosas vuelven a ponerse en su sitio.
El mejor titular que yo vi de la elección del Papa, de esos que te devuelven la confianza en el periodismo, fue de un diario colombiano, creo que incluso gratuito:
“Argentino pero modesto”
Y tampoco estaba nada mal el del Daily Telegraph:
“Otra vez la mano de Dios”
Como ven responden a pueblos que por distintas razones creen conocer bien a los argentinos. De todos modos supongo que ya los habrían oído, porque yo no tuiteo y es el tipo de parida que en este campo funciona fenomenal, al menos durante los dos primeros minutos. Pero es que yo aún consigo ser un poquito más lento que los demás, una curiosa regla al revés del periodismo de nuestros días que me esfuerzo en aplicar, sin ningún esfuerzo por otra parte. Ha sido triste en estos días ver a buenos reporteros obligados a no estar en los sitios -sí, sí, a evitar el lugar de la noticia- para poder actualizar la web de su diario sentados ante un ordenador y una tele. Es otro síntoma apocalíptico. Porque es que además eso ya lo hacen los malos.
Qué les voy a decir del Papa que ya no sepan, aunque lleve solo una semana. Aquí están todos emocionados. Tenían que ver en la primera audiencia para la prensa a los periodistas ateos, agnósticos, descreídos y cínicos en general, que son la mayoría porque el oficio genera este tipo de cosmología, tipos hechos y derechos, con un talento ya reconocido en los chistes sobre el Vaticano, deshacerse como niños ante las palabras de Francisco. Que les bendijera a ellos también les llegó al alma. Si es que basta muy poco.
También en la Curia, salvo los malotes, están entusiasmados. Lo que hemos ido contando quizá haya dado la impresión de que allí son todos una mafia, pero es como en cualquier sitio, hay de todo. Uno que trabaja allí le ha dicho a un amigo mío: “Pensaba que iban a poner a uno de los de siempre, para tapar un poco y seguir igual, pero me quedé de piedra. Ahora creo más en Dios”.
Yo, si debo ser sincero, tengo que confesar que antes de entrar a ese acto fui testigo personalmente de un milagro. Llegué en taxi y el contador marcaba 9,30 euros. Pues bien, estén atentos a lo que voy a decir y cuya trascendencia entenderá cualquiera que haya estado en Roma : ¡Me cobró 9.00 euros y no 10.00! ¿Se dan cuenta? ¡Redondeó para abajo! Es la primera vez que me pasa en doce años. Me sentí como un ‘miracolato’ y ya entré flotando en el encuentro con Bergoglio.
Y cómo no voy a estar a favor de la austeridad, yo que tengo, número arriba, número abajo, un par de pantalones. Supongo que en el banco vaticano, el IOR, alguien estará llenando maletines con fajos de billetes antes de que lo cierren. Y cómo no me voy a emocionar con el triunfo del bien y del amor, como en los musicales, como todos, si soy de esos que en ‘Doctor Zhivago’ esperan cada vez, hasta el final, que Lara se dé la vuelta:
Con los Papas pasa como con las películas: si es buena despierta de forma natural nuestros buenos sentimientos, esa fuerza irracional que la razón aconseja seguir.
Esta escena era de ‘Palombella rossa’ (1989) de Nanni Moretti, y describe muy bien lo que es un chasco colectivo, y estadísticamente seguro, ante el fracaso de la utopía. Pero la gente cree hasta el final, no falla. Y la realidad y los que mandan siempre lo fastidian, eso tampoco falla casi nunca. Moretti se mueve, como casi siempre, en el contexto de un análisis crítico del partido comunista, una de las cosas más aburridas que se pueden analizar. Pero refleja muy bien un estado muy característico de los italianos, pueblo humano por antonomasia: el sueño de que todo puede cambiar. Ahora están en eso y con lo de Francisco, muy contentos. Por alguna razón también absolutamente ilógica piensan que este movimiento de la Iglesia, que tiene siglos de cintura, puede contagiarse ahora por ósmosis a la política italiana. Aunque sea solo por mero oportunismo y adecuación al momento, por peloteo, por emulación, por moda, por copiar al poderoso, que en eso se mueven rápido.
Por ejemplo, se ha producido otro milagro realmente increíble, no solo me pasan a mí: el comité olímpico italiano, otro ente abstruso de poder indescifrable, acaba de terminar con el privilegio de regalar entradas gratis a los políticos en los partidos de fútbol, la famosa Tribuna VIP. En Italia el poder solo se entiende como privilegio, no se cree que sirva para otra cosa más que para chupar del bote, y que le despojen de su único sentido aparente supone para la gente una auténtica revolución. Como que el Papa pagara de su bolsillo el hotel en el que ha dormido. Un Papa que rechaza la tarjeta VIP en en Italia sacude los cimientos. De repente parece posible que hasta los políticos se pongan a trabajar pensando en los ciudadanos. De todos modos lo de formar un Gobierno en Italia, de momento, es un lío que nadie sabe cómo resolver. Hoy empieza la noria de las consultas con los partidos. En comparación, elegir Papa ha estado chupado.
Berlusconi, por si les tiene preocupados últimamente, sigue de morros, haciendo como que está fatal de la vista para no ir a sus juicios. Hasta el punto de que no teme disfrazarse como una especie de Pinochet mafioso, valga la redundancia. Le parodian con fotomontajes en donde le colocan jugando al póker, que en realidad es lo que está haciendo. Ve, si es que ve algo, que entre el PD y Grillo se la están jugando para dejarle fuera de donde se parte el bacalao. Es decir, donde no puede enredar para evitar ir al trullo. Ha convocado para el sábado un gran mítin en Piazza del Popolo, está toda Roma llena de carteles. ¿Saldrá con las gafas? ¿Se pondrá ya bigote? Lo otro que le preocupa, y es normal, son los 100.000 euros que tiene que soltarle cada día a su exmujer, Verónica Lario. Acaba de recurrir en los tribunales. Entre unas mujeres y otras a este pobre hombre le vuelven loco. Es lo malo del ‘burlesque’.
En cuanto a los romanos, están encantados con Francisco. Llevan siglos viendo papas y los calan enseguida. Todos los análisis de los vaticanistas sobre los gestos, los conceptos y los símbolos ellos los pillan en una fracción de segundo. Este ha superado la prueba de inmediato. Ratzinger siempre se quedaba para septiembre.
Pero, naturalmente, el romano siempre pone una sabia distancia, aunque sea pequeña, entre él y la ilusión, porque sabe que la historia demuestra que es un suicidio y fatal para la úlcera. Miren lo del jeque árabe que iba a comprar la Roma: dicho así, alguno ya se veía como el Manchester City, pero resultó que era un liante palestino con deudas -salió uno diciendo que aún le debe 10.000 euros que le prestó para un funeral- y cuyo hermano, localizado por el ‘Corriere’ en Nablus, vende pulseritas en un puesto callejero.
Sobre el Papa, hay una broma del genial sarcasmo romano que ya circula por ahí. Me la contaron ayer en el bar. Como no hace más que repetir eso de “Rezad por mí”, se reflexiona: “Mira, acaba de llegar y ya no tiene ganas de hacer nada”.
Quizá llegue el momento en que se rompa el hechizo, porque ahora se ha acabado la fiesta, pero hasta entonces para qué amargarse. El fatalismo romano, de todos modos, cierra cualquier conversación y en este caso se resume en dos consideraciones finales. Una es: “Veremos qué le dejan hacer”. La segunda, más drástica, es: “Lo fanno fuori, come l’altro” (Se lo cargan, como al otro).
Francisco, por favor, contrate ya un probador de venenos. Si además lo coloca como el más alto cargo de la Curia, terminaría de raíz con el afán por hacer carrera.