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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Cónclave: un Papa para una nueva era

 

EN BUSCA DE UNA PAPA PARA REVITALIZAR LA IGLESIA

Con Benedicto XVI se ha cerrado en realidad la larga era de Wojtyla y el cónclave debe dar con un pastor de impacto humano y que suponga un esperanzador cambio de marcha

     Esta tarde, en uno de los ritos más curiosos de la historia humana que aún sobreviven, 115 hombres, en su mayoría ancianos y de varias razas, se encerrarán en una de las obras maestras del arte de todos los tiempos, una estímulo espiritual nada desdeñable, para elegir el guía de 1.100 millones de personas. Será la decisión más importante de su vida, probablemente la única con capacidad de influir en el curso de la historia y en la que pesa la grave responsabilidad de dirigir el rumbo de la Iglesia católica, un pequeño golpe de timón que se perpetúa periódicamente desde hace dos mil años a través de los papas, algunos buenos y otros malos. En la edad contemporánea todos los pontífices han sido de gran altura y personalidad, algo sorprendente ante la mediocridad media de los cardenales que los eligieron, pero es en esta crucial elección que hoy comienza en donde la Iglesia debe superarse de nuevo a sí misma en la excelencia y la intuición del futuro. Uno de los 115 debe ser especial.

    En algunos momentos, además, la Iglesia debe tiene que saber leer los tiempos para un cambio de ciclo histórico. Cerrar una era y abrir otra, que reajuste a la Iglesia en un mundo que se mueve. Este puede ser uno de esos momentos. Con Benedicto XVI termina en realidad, 35 años después, el largo pontificado de Juan Pablo II. Ratzinger era su ‘ideólogo’ doctrinal, su mejor hombre, y su mandato ha sido un epílogo con correcciones, pero ha dejado todo más o menos como estaba, y con los mismos problemas o peores. La batalla del nuevo cónclave está entre la continuidad con un Papa de corte similar o el cambio con la apertura de una nueva fase. Benedicto XVI, con su histórica renuncia y un último gesto hacia el futuro, ha dado pie ya en la forma a una ruptura. Puede ser visible de golpe a través de un Papa evidentemente distinto. Por ejemplo, de un país no europeo o de una raza que no sea la blanca. Sería una señal clara, y por eso se plantea por primera vez con posibilidades.

   El mundo visto desde Roma no se parece al real. Los tres países con más católicos del mundo son Brasil (126 millones), México (96) y Filipinas (75), empatado con Estados Unidos, donde un tercio de los creyentes son hispanos. Entre los primeros diez también está la República Democrática del Congo, con 31 millones. Pero en el Vaticano es como si se siguiera razonando con la lista de 1910, a saber: Francia, primer país con 40 millones, seguida de Italia (35), Brasil (21) y Alemania (16). Que los cardenales italianos sigan siendo con mucho los más numerosos (28) no es más que otro anacronismo. Para Ratzinger el objetivo prioritario seguía siendo Occidente y los creyentes perdidos de la vieja Europa. Tal vez sea la hora de situar a la Iglesia en la realidad actual de la fe. La opción de un Papa estadounidense suena con fuerza -Dolan, O’Malley, Wuerl-, por el dinamismo de sus candidatos y su naturalidad, que rompe los esquemas anticuados de Roma, aunque en doctrina sean perfectamente ortodoxos. Seguro que en la Casa Blanca no haría mucha gracia, pues la Iglesia de este país supone una dura oposición al aborto y otras políticas de Obama.

   El reto es encontrar el estilo y la fórmula para revitalizar la Iglesia, hacerla creíble, y afrontar el desafío de siempre desde el siglo I: anunciar lo que para la fe católica es la buena nueva, el Evangelio, para afianzar en la fe a los creyentes y tratar de convertir, o convencer, a los demás. Para ello en este momento parece contar, más que el aspecto intelectual, el impacto humano y la empatía instántanea de un Papa que contagie la fe y la dimensión espiritual, que transmita energía después de un pontífice que lo deja por falta de fuerzas. Sería alguien bondadoso como Juan XXIII, o con una sonrisa como Juan Pablo I, o con la ilusión de novedad y la perspectiva de grandes cambios que aportó Juan Pablo II. Los papables estadounidenses son en este sentido los que más huella han dejado. Un pastor, en definitiva, la palabra que más se oye estos días en el Vaticano, lo que equivale a alguien a quien confiar la Iglesia, con dotes para gobernarla y querido por los fieles. Que se sepa rodear de un equipo de buenos colaboradores y con agilidad para dirigirlos.

   Es cierto que los aspectos polémicos que han destacado estos días requieren soluciones: el modo de afrontar el escándalo de la pederastia en el clero, las filtraciones de ‘Vatileaks’ y los asuntos sucios que aún esconde el informe de 300 páginas entregado a Benedicto XVI, el desgobierno de la Curia y los problemas de funcionamiento de la maquinaria eclesiástica. Revelan sin duda una mentalidad dominante pero, por decirlo de forma brusca, son cuestiones prácticas que, queriendo, se pueden resolver en una mañana: se cortan cabezas, se toman decisiones enérgicas y se emprenden reformas. Basta poco para dar la señal de cambio. Por ejemplo si el secretario de Estado, Tarcisio Bertone, dura más de tres meses, malo. Normalmente el ‘número dos’ se confirma y luego se pone otro al cabo de un año o dos, pero su gestión ha creado tales divisiones que debería pasarse página rápido. El IOR, el banco vaticano, es otro emblema de lo más turbio de la Curia y sus conexiones italianas que reclama un cambio de imagen.

   Para los cardenales también son acuciantes problemas menos evidentes para la opinión pública, como la colegialidad en el Gobierno de la Iglesia, es decir, un poder más compartido entre el Papa y los obispos, facilitar la participación de los laicos y, sobre todo, cómo volver a llenar la iglesias y los seminarios. Esta última cuestión sí es palpable para los ciudadanos, que sienten a la Iglesia ajena principalmente en las cuestiones sexuales. En realidad nada es de ahora, todos son retos pendientes desde el Concilio Vaticano II, celebrado en los sesenta.

    En 2005, tras la era Wojtyla, los cardenales tenían tal vértigo ante el hueco que dejaba que optaron por taparlo con Ratzinger, su extensión natural. En realidad era el único candidato a la altura, desvanecido el bloque progresista no había grandes divisiones entre los cardenales y por eso la elección fue rápida. Ahora es distinto. Hay que inventarse algo nuevo, hay un fractura tangible entre los electores y se barajan hasta una docena de nombres, como se le escapó el domingo al cardenal de Lyon, Philippe Barbarin. Se puede decir, como en unas elecciones, que serán decisivos los indecisos. Se ha hablado incluso de la idea de echar mano de un cardenal de prestigio de más de 80 años, fuera del cónclave, al tiempo que la prudencia aconseja buscar uno joven, para que no pueda surgir en su pasado ninguna sombra relacionada con la pederastia, que aparece por todos lados y hasta ha salpicado a Ratzinger por un caso cuando era arzobispo de Munich. Como siempre hay una enorme y descarada campaña de la prensa italiana por uno de sus cardenales, Angelo Scola, aunque su gran apuesta en 2005, Tettamanzi, ni asomó luego en las votaciones. No se sabe hasta qué punto los papables mediáticos, muy condicionados por los medios italianos, son una ficción. En cuanto a la presión exterior, debe señalarse que no han sido escuchadas las campañas para evitar que entraran al cónclave una decena de cardenales relacionados con encubrimiento de la pederastia. Son en realidad casi el 10% de los votantes del cónclave. Solo el escocés O’Brien, acusado de acosar seminaristas, ha renunciado, y también esto ya es algo histórico. Es uno de los cónclaves más abiertos del último siglo y esta, y no la de 2005, es la elección realmente difícil para pasar página al ritmo de la historia. O seguir esperando a pasarla.

 

DEBATE HASTA EL FINAL 
Las asambleas han registrado 161 intervenciones y en la última Bertone tuvo que informar sobre el IOR, el banco vaticano

   La vivacidad de la discusión entre los cardenales, prueba del contraste entre los distintos puntos de vista que están chocando antes del cónclave, incluso a la hora de fijar su inicio antes o después, se ha mantenido hasta el final. Es más, la necesidad de cerrar las reuniones ante el arranque de la elección establecido para hoy dejó sin poder hablar a muchos de ellos. En la última congregación general de ayer, la décima, se comprimieron 28 intervenciones, frente a las 15 ó 20 de media de las anteriores, y como reconoció el portavoz vaticano, Federico Lombardi, al final hubo “una lista bastante larga” de cardenales que se quedó sin poder tomar la palabra. “Algunos habrían deseado seguir hablando o tener una sesión más larga, pero la congregación ha votado por no seguir con otra reunión por la tarde y ha preferido concluirlas”, explicó. No obstante, aseguró que la decisión fue “por una gran mayoría, inequívoca”.

   Era una manera de alejar la sospecha de que también esta decisión haya sido motivo de enfrentamientos, como trascendió la semana pasada con el pulso por anticipar el cónclave respecto a los 15 días de plazo tradicionales, como deseaba la Curia, o de tener más tiempo para el debate y la información, posición de los cardenales extranjeros que piden un cambio de aires y reformas. Con todo, Lombardi aseguró que aquella votación se resolvió, igualmente, con una gran mayoría. La decisión de comenzar el cónclave hoy se interpretó como una solución de consenso.

   Es curioso, de todos modos, comprobar que al final se han celebrado dos congregaciones menos que en el cónclave de 2005, cuando las tensiones y polémicas eran casi inexistentes. En total se han registrado 161 intervenciones, un número muy alto en un colegio de cardenales de 207 miembros, incluidos los mayores de 80 años que no participan en el cónclave pero sí en estas reuniones previas. Además la afluencia a las asambleas siempre ha rondado poco más de las 150 personas.

   Otro detalle interesante de la congregación de ayer es que, pese a ser la última en vísperas del cónclave, se dedicó en parte a una intervención del secretario de Estado, el discutido Tarcisio Bertone, para presentar un informe sobre la situación del IOR, el banco vaticano. Bertone es también presidente del consejo de vigilancia de la institución. Es significativo porque esta polémica entidad es uno de los focos de los recientes escándalos, así como uno de los filones de las filtraciones de documentos del ‘caso Vatileaks’, y sobre todo ello ha habido numerosas peticiones de transparencia e información por parte del sector que exige una nueva fase de limpieza, agrupado en torno a los cardenales de Estados Unidos. Que hasta el último día se hable de ello, y con una comparecencia del ‘número dos’ de la Santa Sede, indica que no ha sido un tema menor de discusión.

 

ÚLTIMO ESCÁNDALO:
UN EDIFICIO PARA UN CARDENAL, QUINCE CURAS Y LA SAUNA GAY MÁS GRANDE DE ITALIA

   En vísperas del cónclave ha surgido en el diario ‘La Repubblica’ un nuevo escándalo, tal como había advertido uno de los presuntos ‘cuervos’ la semana pasada, que ataca a la Curia en el mismo flanco de los papeles de ‘Vatileaks’: pone en cuestión la gestión del secretario de Estado, Tarcisio Bertone, destapa otra discutible operación inmobiliaria de la que sería responsable y agita de nuevo la sospecha de conexiones de prelados con círculos gay, uno de los puntos que desvelaría el informe secreto, entregado a Benedicto XVI en diciembre, sobre las tramas internas que rodearon las filtraciones de papeles.

    ‘La Repubblica’ cuenta que en mayo de 2008 uno de los ‘ministerios’ más poderosos del Vaticano, la Congregación de Evangelización de los Pueblos, antes llamada Propaganda Fide, compró bajo la supervisión de Bertone gran parte de un edificio en el centro de Roma, en Via Carducci 2. Hay dos cosas raras. Una, pagó 20 millones a una sociedad intermediaria que la había comprado el día anterior por 9 y que, por tanto, obtuvo 11 millones de beneficio en un día. Y dos, en uno de los pisos contiguos se halla Europa Multi Club Sauna & Gim, la sauna gay más grande de Italia, según el diario. En su web, sostiene, presenta entre otros un vídeo de un sacerdote que se desnuda. El Vaticano solo respondió ayer a través de una agencia que “son tonterías sin fundamento en un nuevo y torpe intento de condicionar el cónclave”.
El inmueble obtuvo la denominación legal de territorio vaticano, lo que le exime del pago de impuestos, unos 4 millones de euros, asegura el rotativo, que también asocia a la operación al controvertido protegido de Bertone, Marco Simeon. Este joven ejecutivo ha hecho una carrera tan fulgurante como asesor de bancos en la Santa Sede y luego como responsable de RAI Vaticano que hasta llegaron a preguntarle en varias entrevistas si era hijo de Bertone, un rumor maligno que corre por la Curia. Tras la compra se alojó en un apartamento de doce habitaciones el cardenal indio Ivan Dias, prefecto de Propaganda Fide de 2006 a 2011. Tiene 75 años y entrará hoy en el cónclave. Luego se habilitaron viviendas para 15 sacerdotes de esa congregación.

   El predecesor de Dias en Propaganda Fide, el cardenal Crescenzio Sepe, actual arzobispo de Nápoles y también elector en el cónclave, es investigado por corrupción desde 2010 en el gran caso de las adjudicaciones públicas de la Protección Civil italiana. Están bajo sospecha la reestructuración y venta de inmuebles de la congregación. Sepe también organizó los grandes proyectos del Jubileo de 2000 en estrecha colaboración con Angelo Balducci, alto cargo implicado en el escándalo, y que se convirtió en 2001 en asesor inmobiliario de Propaganda Fide. Gracias a sus contactos Balducci era desde 1995 ‘gentil hombre’ de la Santa Sede, un cargo honorífico de prestigio que le fue retirado en 2010, al estallar el caso. La razón fue que a través de su teléfono pinchado salió a la luz, de rebote, una red de prostitución homosexual que incluía seminaristas y un nigeriano que cantaba en el coro de la basílica de San Pedro.

(Publicado hoy en El Correo)

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