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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Hacia el cónclave: examen final a los papables

     Ser cardenal estos días es un estrés total, pero más ayer domingo, cuando la mayoría celebraba misa en las iglesias que se les asigna en Roma al recibir la púrpura. Para los papables no fueron misas normales, sino una especie de examen final con lupa de cientos de periodistas y cámaras. También había mucho clérigo. Fieles, poquitos, como suele pasar en las iglesias del centro de Roma. Es para pensar que esto interesa a la Iglesia y a los medios, pero bastante menos a los feligreses, a los que quizá basta esperar a saber quién es el nuevo Papa. Los lugares de cada misa, repartidos por toda la ciudad, circulaban entre los 5.000 periodistas acreditados como una guía y, puestos a elegir, acabaron todos en los mismos sitios, a ver a los grandes papables. Normal, porque esta semana los cardenales han vivido escapando de la prensa y el silencio impuesto desde el miércoles ha agravado la abstinencia. Se habla desde hace semanas de los favoritos pero de la mayoría no se sabe ni la voz qué tienen. Ayer fue el día ideal para saberlo y ver la impresión que daban.

    Una de las mayores nubes de periodistas estaba en Sant’Andrea al Quirinale, la iglesia de Odilo Pedro Scherer (en la foto). Este cardenal brasileño, de 63 años, hasta ahora desconocido, es tenido por el candidato por sorpresa de la Curia, uno de los dos bandos del cónclave. Tuvieron que cortar la calle. Se le vio tranquilo, daba una impresión elegante aunque no deslumbrante y hablaba un buen italiano. La homilía fue normalita, en una ceremonia multiétnica. Habló de recuperar a los que se han ido y se fijó en los jóvenes. “Tened confianza en la misión de la Iglesia en este momento ciertamente difícil, pero por otra parte, alegre y lleno de esperanza”, confió.

     En medio de la presión mediática de estos días, en este último escaparate antes del cónclave, los cardenales más visibles intentan ser lo más planos posible y miden sus palabras. Reglas no escritas dicen que deben aparentar que ni por asomo creen que vayan a ser Papa, aunque lo teman o lo deseen. Todo se juzga y se observa. Se sienten escrutados. Si las propias intervenciones en las congregaciones generales, a puerta cerrada, son un importante momento de evaluación del resto de los cardenales, qué decir de una misa ante veinte cámaras. A mediodía ya se sabía por la tele que a Scherer se le cayó una hostia al suelo cuando daba la comunión. Pero ganó puntos al final, al bendecir a una pareja de ancianos que celebraban 70 años de su boda: “¡Yo todavía no había nacido! ¡Entonces es posible, 70 años de matrimonio!”.

    A Angelo Scola, su supuesto gran contrincante, le tocaba en la iglesia de Santi Apostoli, en pleno centro. Otra masa de periodistas, pero también estaba sereno, quizá más pendiente de las cámaras. Leyó su homilía con unos folios. Fue igual de poco memorable. “El cónclave ya es inminente, recemos para que el Espíritu Santo ofrezca a su Iglesia el hombre que pueda conducirla por las huellas de los grandes pontífices de los últimos 150 años. Señor, danos un pastor santo”, rogó. Levantando las manos de forma escénica proclamó: “La misión de la Iglesia es anunciar siempre la misericordia de Dios, también al hombre sofisticado y perdido del nuevo milenio, también en estos tiempos desgraciados”. A la hora de la comunión fue gracioso ver cómo solo se formó una fila ante él, mientras a otro cura nadie le hizo ni caso. La tontería dominante hizo que algunos incluso fueran grabando con el móvil mientras se acercaban a comulgar con quien, a lo mejor, va a ser el Papa.

   Por cantidad de público la misa de Sean O’Malley, el cardenal de Boston, también estuvo servida. Fue en Santa Maria della Vittoria, famosa por su escultura del éxtasis de Santa Teresa de Bernini. “Llevo aquí años y nunca había visto tanta gente”, bromeó el párroco desde el altar. O’Malley, de estilo campechano a la americana, contó que cuando le asignaron el templo pidió llevarse a su casa la célebre escultura. “Ya lo intentó Napoléon”, le respondieron. Al final, de todos modos, se refirió a su condición de papable: “Deseo aseguraros que volveré a Boston como cardenal”. En su sermón, hablando del hijo pródigo, advirtió: “Atentos a no decir que yo soy justo y tú no”. Estuvo más relajado que los demás, como descartándose directamente de la contienda.

   Como se imaginaba, en cuanto a chistes y jolgorio, el triunfador fue Timothy Dolan, el expansivo cardenal de Nueva York, que oficiaba en el barrio de Montemario. “Veo mucha gente, hagamos dos colectas”, sugirió. Una de las reflexiones más interesantes la hizo el cardenal austriaco Schonborn, siempre crítico con la Curia y en el bando renovador, que no obstante opinó: “He encontrado en esta semana entre los cardenales un espíritu de fraternidad raramente vivido. Esto es fruto del gesto humilde de Benedicto XVI, con quien ha comenzado un camino de conversión”. Y añadió: “En pocos días tendremos Papa”. Quizá ya han dado con la idea buena.

    El brasileño Geraldo Majella Agnelo se fue a Asís a rezar a la tumba de San Francisco y el convento reveló que estos días han pasado por allí Schonborn y Scherer. De Oeullet, otro gran papable, nada se supo, porque celebró su misa a última hora. Se dice que no lleva bien la presión y ser favorito, pero la ausencia también es una forma sutil de protagonismo.

 

BRONCA CON APLAUSOS A BERTONE

     En vísperas del cónclave que comienza mañana la división entre cardenales renovadores y el sector inmovilista de la Curia, así como un malestar latente, sigue saliendo a la luz. El portavoz vaticano, Federico Lombardi, ha asegurado que el viernes la votación de le fecha del cónclave, motivo de pulso entre ambos bandos, se resolvió sin problemas por una mayoría abrumadora, “como de diez a uno”. Es decir, no habría existido ninguna tensión entre quienes querían adelantarlo, la Curia, y los que preferían disponer de más tiempo para debatir, el grupo de extranjeros formado en torno a los purpurados de Estados Unidos. El martes habría sido una fecha de consenso, una señal de acercamiento antes del cónclave. Sin embargo el problema de fondo parece seguir intacto, según revela un episodio ocurrido en la congregación general del sábado, la penúltima antes de la que se celebrará mañana. Según ‘La Repubblica’, el cardenal brasileño Joao Braz de Aviz, de 64 años, barajado como papable sorpresa, realizó una dura intervención de denuncia de los males de la Curia, una acusación en toda regla a su máximo responsable, el secretario de Estado, Tarcisio Bertone, que al terminar fue premiada con aplausos por una parte de sus colegas.

     Aviz, cardenal desde hace un año, es desde hace dos prefecto para la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, uno de los ‘ministerios’ de la Curia, y por tanto sabe de lo que habla. Esta ha sido su primera experiencia en Roma, tras pasar su vida en diócesis brasileñas y terminar de arzobispo de Brasilia en 2004. Bajo su gestión el dicasterio se ha renovado, a costa de topar con la burocracia vaticana. En su turno de palabra no solo denunció con argumentos los fallos de funcionamiento de la Curia, sino también la gestión del IOR, el banco vaticano, y la falta de información sobre el ‘caso Vatileaks’. Otros cardenales han tenido intervenciones parecidas en estos días, pero no tan contundentes.

    Se supone que las reuniones son reservadas, pero la prensa italiana las reconstruye a diario, dentro del clima de cierta insubordinación interna al silencio impuesto por la Curia. Además las asambleas están siendo intensas: las intervenciones han llegado a 133. Se asocia precisamente el veto de entrevistas y ruedas de prensa a los cardenales del pasado miércoles a un artículo de ese día en ‘La Stampa’ que desvelaba críticas internas. En concreto, una intervención de Francesco Coccopalmerio, presidente del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos y autor en 2007 de un borrador de reforma de la administración vaticana. Habló de la necesidad de mejorar la comunicación entre el Papa y los jefes de cada dicasterio, pues las reuniones antes eran frecuentes y con calendario fijo pero se han ido limitando, filtradas por la secretaría de Estado. También señaló la descoordinación entre los ‘ministerios’ y la falta de atención de la Santa Sede a las relaciones con las conferencias episcopales de cada país. En resumen, propuso reformar todo el sistema. Bertone también intervino para defender su gestión y recordó varias veces que lo que allí se decía era secreto. Pero lo vio todo al día siguiente en un periódico.

    El sábado Braz de Aviz habría atacado las actuaciones al margen del pontífice, el exceso de poder de la secretaría de Estado, la intromisión de intereses italianos, las meteduras de pata de estos años, el centralismo romano y el olvido de las iglesias locales. Un buen repaso. Bertone se defendió como pudo, pero al final tuvo que tragar con los aplausos de la sala al cardenal brasileño. En este clima se llega al cónclave.

 

MAÑANA, PRIMERA FUMATA 

Si no hay Papa el miércoles querrá decir que los favoritos se han anulado entre ellos y puede surgir la sorpresa

    El cónclave empieza mañana por la tarde y a eso de las seis se verá la primera ‘fumata’. Salvo sorpresa mayúscula y primer caso que se recuerde en la historia reciente, será negra. Es casi imposible que salga un Papa a la primera. Mucho más ahora con el alto número de electores, 115, igual que en 2005 y la cifra más elevada de la historia, frente a los 20 ó 30 de los primeros cónclaves del siglo XIII y siguientes. El más rápido del último siglo y medio fue el de Pío XII, en 1939, que estando bastante claro requirió tres votaciones.

    El primer escrutinio sirve de tanteo y para descubrir por fin el cuadro general de la situación, tras un largo mes de rumores y quinielas, pues Benedicto XVI anunció su renuncia el 11 de febrero. Con ese primer resultado los cardenales tendrán ya números concretos y material de sobra para reflexionar toda la noche. En este cónclave no hay un papable claro, sino varios muy válidos, tal vez demasiados, por lo que es probable que en un primer momento destaquen hasta tres o cuatro.

    El segundo día es crucial, pues determinará si alguno de los candidatos fuertes que se barajan estos días -Scola, Scherer, Ouellet, O’Malley, Dolan u otro que haya sido bien escondido- sube en las votaciones y es capaz de arrastrar el consenso. Los votos de los que son de perfil similar o responden a un mismo tipo de electorado suelen confluir en un solo nombre y al final la carrera es cosa de dos. Si no hay trabas y un aspirante crece imparable habrá Papa el miércoles, tras cuatro o cinco votaciones como mucho. Igual que en 2005 con Ratzinger o en 1978 con Juan Pablo I. Pese a la división que reina en este cónclave, entre renovadores y el ‘partido romano’ de la Curia, muchos analistas en Italia creen que ocurrirá eso porque las negociaciones ya estaría muy atadas y, precisamente, no se quiere transmitir una imagen de desunión. Será la prueba definitiva para verificar hasta qué punto ha llegado la crispación entre los dos bandos. Es decir, si el miércoles se llega a la última ‘fumata’ -cinco votaciones- y es negra querrá decir que han saltado los esquemas iniciales y la cosa se complica. Desde luego se hace más interesante.

    Todo es una cuestión de números. La mayoría exigida para la elección es de dos tercios, 77 votos, y la clave estará en si un nombre obtiene una minoría de bloqueo, al menos 39 votos, que impida a otro lograrla y que de ahí no se mueva. Si hay un sector amplio que no acepta un candidato -y sería posible con la tensión interna de estos días- no hay nada que hacer. Debe buscarse otro y vuelta a empezar. Entonces el cónclave será aún más imprevisible: llega el turno de los papables de reserva o de compromiso o de la inspiración del último momento y la sorpresa. El ejemplo más claro es Juan Pablo II en 1978. Si después de tres días no hay Papa, los cardenales se tomarán una pausa de un día y luego seguirán. Si la situación es irremediable tras 34 votaciones el escrutinio se reduce a un mano a mano entre los dos más votados, siempre por mayoría de dos tercios.

(Publicado hoy en El Correo)

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