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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Hacia el cónclave: dos bandos, limpiar o callar

   En 1922, tras la muerte de Benedicto XV después de ocho años, se celebró el cónclave más largo del último siglo, cinco días, muy peleado, en el que por primera vez en 400 años se intentó elegir un pontífice no italiano. Aunque decidieron empezar sin esperar a los cuatro cardenales americanos que por primera vez querían participar. Pero iban en barco y no les dio tiempo, solo había diez días de margen. Cuando sus eminencias de Boston, Filadelfia, Quebec y Río de Janeiro desembarcaron se encontraron ya con un Papa, Pío XI. Que luego decidió ampliar el plazo de espera de los cardenales. Nada es nuevo en la historia de la Iglesia y no hay que asustarse. El cónclave que comienza pasado mañana, tras casi ocho años de Benedicto XVI, también se presenta muy dividido, quizá sea largo y dé el primer papa no europeo. Aunque no ha habido manera de dejar fuera a los americanos, porque existe el avión, la Curia les ha impuesto el silencio y ha querido adelantar la elección para no dejar tiempo a los demás de organizarse.

    El grupo de 11 cardenales de Estados Unidos. el segundo más numeroso tras los italianos -28- ha sido el gran protagonista del precónclave y ha terminado por marcar la agenda, para desesperación del ‘partido romano’ que quería seguir simulando que todo va de maravilla. Por eso la Curia prohibió el miércoles, después de tres días de congregaciones generales de cardenales, sus insólitas ruedas de prensa. Eran auténticas bocanadas de oxígeno en un ambiente esclerotizado: exigían transparencia, información sobre los escándalos del Vaticano, de ‘Vatileaks’ al banco IOR, limpieza de gente impresentable, mano dura con la pederastia y una reforma del kafkiano gobierno de la Iglesia. Encima uno de ellos era un capuchino con sandalias, Sean O’Malley, cardenal de Boston.

    O’Malley es uno de los papables más en boga, pero es que los norteamericanos tienen más, y todos muy válidos. De ahí las posibilidades de un Papa no europeo. Por ejemplo el cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, un hombre simpático y arrebatador, aunque  ha gestionado de forma discutible casos de curas pederastas: les pagaba 20.000 dólares para que colgaran los hábitos y desaparecieran. Y también está el de Washington, Donald Wuerl. Todos tienen en común una sólida preparación, amplia experiencia pastoral y sobre todo un carácter enérgico, en una Iglesia que ha debido afrontar en primera línea el escándalo de la pederastia. En un cónclave con una media de 72 años nadie exhibe vitalidad y una fe contagiosa como ellos. Tras un Papa que lo deja por falta de fuerzas parece lo mejor. En torno a ellos se ha aglutinado el bloque del cambio, con latinoamericanos, figuras europeas como Kasper y el resto de los alemanes, o el austriaco Schonborn. Este sector también apoyaría al canadiense Marc Ouellet, otro de los aspirantes con más consenso. No obstante en estos días la prensa italiana asegura que el ‘lobby’ norteamericano se estaría compactando a favor del italiano Angelo Scola, otro de los grandes favoritos, ajeno al mundillo de la Curia.

    Del otro lado, en el ‘partido romano’, curial e italiano se ha trabajado al estilo del ‘Gattopardo’, fingiendo que cambia todo para que no cambie nada, la candidatura del brasileño Pedro Odilo Scherer. Apuestan por un no europeo para dar la señal de que asumen una nueva fase, pero esperan poder plegarla a sus intereses. Scherer, en realidad, es gris y curtido en la Curia y la idea es colocarle un secretario de Estado italiano que maneje los hilos. Según los expertos, el primer choque en las votaciones sería entre Scola y Scherer. Lo que pase luego es muy incierto. Sobre todo porque es más misterioso lo que se trama en el bando de la Curia y no han trascendido más nombres, aunque en los últimos días ha salido el de Ranjith, cardenal de Sri Lanka, pero no parece convincente. Se citan otros aspirantes que el ‘partido romano’ aceptaría como solución de consenso: aparece constantemente como segunda opción en todas las quinielas el húngaro Erdo, y le siguen el mexicano Robles, el francés Vingt-Trois y el brasileño, Braz de Aviz.

    Pero la división es patente y será arduo encontrar puntos de contacto, por eso se teme un cónclave largo, al menos de dos o tres días. Tampoco es nuevo, siempre hay dos bandos. En el XIX eran conservadores y liberales, que tras el Concilio Vaticano II fueron tradicionalistas y progresistas. La Iglesia católica vive en una tensión constante entre avanzar o esperar. Los bloques tradicionales ya no existen, como se vio en el último cónclave de 2005, con un tímido grupo de supervivientes progesistas en torno al cardenal Martini. Ahora se puede hablar de inmovilistas y reformistas, o de quienes quieren continuar la línea de limpieza interna de Ratzinger y los que se oponen a ella, la batalla latente que ha dominado el pontificado. Pro-Ratzinger y anti-Ratzinger. Más claro: los que quieren limpiar y cambiar y los que prefieren tapar y seguir igual. Se niega incluso que exista tal división, pero han saltado las máscaras.

     La última entrevista de un cardenal estadounidense tras la ley del silencio habla claro. El cardenal de Chicago, Francis George, dijo esto: “Todos conocen el terrible caso del padre Maciel. Ciertamente tenemos que considerar quién ha estado involucrado. Aunque de buena fe estuvieran convencidos de que Maciel era un hombre de Dios, esto ahora es de dominio público. La gente sabe quién ha estado asociado a él. Y esto podría dar la sensación de que no es la dirección a tomar”. Esto es un bombazo para la hipocresía imperante en el Vaticano, donde nunca se han hecho cuentas con quienes frenaron desde los setenta en las altas esferas las denuncias contra las barbaridades de Marcial Maciel, el mexicano fundador de los Legionarios de Cristo que resultó ser pederasta y bígamo.

    El cardenal George no dio nombres, pero lo sabe todo el mundo. El círculo de poder más cercano a Juan Pablo II es el responsable. Angelo Sodano era el secretario de Estado y su ‘número dos’ era el argentino Leonardo Sandri. Ellos y toda la plana mayor de la Curia acudieron en masa en 2004 a la misa de 60 aniversario de la ordenación de Maciel. Salvo un cardenal, Joseph Ratzinger, que sabía lo que había pero se veía obstaculizado por los aliados de Maciel en la Santa Sede. A los que donaba sustanciosas sumas de dinero. A Ratzinger también quiso pagarle generosamente una conferencia, pero rechazó el sobrecito. Cuando se convirtió en Benedicto XVI fue a por él y en 2006 lo defenestró por “sus gravísimos e inmorales comportamientos, confirmados por testimonios indiscutibles, verdaderos delitos que manifiestan una vida sin escrúpulos”. Pero sus amigos siguieron ahí.

    Sodano, que durante una misa pascual en 2010 definió “chismorreos” las denuncias de pederastia en plano apogeo del escándalo, ahora es el decano del colegio de cardenales. Ha dirigido las asambleas esta semana y oficiará el martes la misa ‘pro eligendo pontefice’, previa al cónclave. Él no participará porque es mayor de 80 años, pero es uno de los grandes cerebros del ‘partido de la Curia’, cabeza visible de la vieja guardia diplomática. Lidera este bando con su sucesor en la secretaría de Estado, Tarcisio Bertone. Ha sido su gran enemigo estos años en una rivalidad que ha generado todas las tensiones destapadas por ‘Vatileaks’, pero ahora son aliados con un objetivo común, defender el sistema establecido. Bertone ha frenado, entre otras cosas, la operación de limpieza del IOR, el polémico banco vaticano. Y solo hay que mirar quién han hecho circular como papable o secretario de Estado pactado para tutelar al nuevo Papa: Leonardo Sandri. A esto se refería el cardenal George. Quienes han encubierto a Maciel, han desdeñado el escándalo de la pederastia y se han pasado la vida en los despachos de una Curia enferma deberían apartarse. Naturalmente no tienen la menor intención. En este choque frontal que puede anular los candidatos de primera fila de cada bando es posible que se abra paso un nombre de consenso, pero en este confuso escenario ahora no se adivina y, por tanto, sería una sorpresa.

 

ÚLTIMA VISITA A LA CAPILLA SIXTINA

   Bajo el Juicio Final de Miguel Ángel resuenan martillazos y taladros sin ninguna solemnidad. Tres trabajadores grapan la tela a la rampa que sube al estrado instalado en la parte central de la Capilla Sixtina. Pero las cuatro filas de mesas ya dispuestas a lo largo del templo con manteles rojos evocan los cruciales momentos que se van a vivir aquí a partir del martes. A tres días del cónclave el Vaticano dejó ayer entrar a la prensa antes de que las puertas se cierren definitivamente a la espera de los cardenales. No había mucho que ver, salvo el hecho de ser los únicos en estar allí para verlo. Un responsable advirtió antes de subir que no era una visita turística sino de trabajo y el grupo de periodistas asintió con seriedad. Pero nada más entrar en la Capilla Sixtina todos empezaron a hacerse fotos unos a otros, como niños de excursión.

   El móvil no tenía cobertura. Ya están funcionando los inhibidores de frecuencias que impiden comunicarse con el exterior y anulan hipotéticos micrófonos que hubiera colocado algún espía. La Sixtina, sin gente, parece más pequeña, pero basta alzar la vista para sentirse en un lugar inconmensurable. Es lo que probablemente harán en muchos momentos durante el cónclave, sentados cada uno en su silla con su conciencia, los 115 cardenales que elegirán el nuevo Papa. Pasearán la vista por profetas y sibilas y sentirán que dos mil años de historia en ese momento desembocan en ellos. Luego tendrán que escribir el nombre de la persona que creen más idónea par ser Papa y, cuando sea su turno, levantarse y atravesar la capilla con la papeleta en lo alto de la mano hasta el fondo, donde estará la urna, delante del altar. Ayer parecía un lugar modesto, con seis cirios y un crucifijo, empequeñecido por el Juicio Final que tiene encima. Pero es ahí donde se decidirá todo. Cada cardenal debe pronunciar estas trascendentales palabras al depositar su voto: “Llamo como testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a aquel que, según Dios, considero que deba ser elegido”. Es una fórmula abrumadora que debería ahuyentar los cálculos y tácticas que estos días se atribuyen a las camarillas de cardenales. El voto se convierte en algo divino.

    La atmósfera grandiosa de la Capilla Sixtina está para eso, desde luego, crea el mejor clima posible. Quién sabe cómo sería antes, pues con el cónclave del martes solo 25 habrán sido celebrados aquí. Los demás fueron un peregrinaje por distintas ciudades y sedes. Desde el primero como tal en Arezzo, en 1276, a Nápoles, Venecia o Avignon. Pero la mayoría han sido en Roma. El primero en la Sixtina, aunque aún no la había pintado Miguel Ángel, fue el del segundo papa Borgia, en 1492, el valenciano Alejandro VI. Se reunieron 23 cardenales. Durante siglos fueron casi todos italianos y el número no cambió mucho. Hasta 1963, el cónclave de Pablo VI, andaban por el medio centenar, eran una cosa más familiar. Pero ese año llegaron a 80 y a partir de entonces superaron el centenar. El martes serán 115, como en 2005, el número más alto de la historia.

    El elegido entrará por una puerta, al fondo a la izquierda, a la habitación del llanto, llamada así porque lo normal es que rompa a llorar de emoción o de miedo. Luego las miradas se dirigirán a la chimenea colocada ayer sobre el tejado de la Sixtina. Justo durante la visita de la prensa terminaron las pruebas. Es la misma estufa desde 1939, un armatoste gris en el que han ido cincelando su currículum de cónclaves: 1939/III, en referencia al mes de marzo, 1958/X,… Hasta el último, siempre quemando las sacras papeletas. En 2005 le colocaron al lado otra estufa para conseguir que el color de la fumata sea claramente blanco o negro, aunque entonces cuando fue la buena no funcionó muy bien. Los dos tubos confluyen en uno que trepa veinte metros por unos andamios hasta la ventana. Pasado y presente se tocarán: roza un fresco en el que David mira de reojo esa extraña chimenea, que elevará el humo de una noticia única, mientras le corta la cabeza a Goliat a machetazos.

(Publicado hoy en El Correo)

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