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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Hacia el cónclave: cardenales amordazados

  La Curia amordaza a los cardenales de Estados Unidos

   Hasta ayer se intuía una tensión interna entre los cardenales que preparan el cónclave, una división en dos bandos, pero desde ayer está claro. La vieja guardia dio un puñetazo en la mesa e impuso la mordaza a los 11 purpurados de Estados Unidos al prohibirles hablar con la prensa. Son el grupo más revoltoso y que lidera de forma visible un sector deseoso de transparencia, información sobre los escándalos, reforma del gobierno de la Iglesia y harto de conspiraciones italianas. Por eso también quieren más tiempo para debatir antes de fijar la fecha del cónclave y apuestan por un Papa no europeo como señal de ruptura.

    Frente al secretismo de corte imperante en Roma habían instaurado la inédita costumbre de hacer una rueda de prensa diaria para responder preguntas y contar lo que se cuece en esta semana decisiva. Pero ayer suspendieron por sorpresa su comparecencia en el colegio norteamericano del Gianicolo una hora antes. La portavoz del grupo, la monja Mary Ann Walsh, explicó de forma inequívoca: “En la Congregación General se ha expresado preocupación por las fugas de noticias reservadas reflejadas por los diarios italianos. Por precaución los cardenales han decidido no conceder entrevistas”.

    Suena como una broma pues los norteamericanos, precisamente, decían en público lo que pensaban, mientras la prensa italiana se surte de sus habituales fuentes internas, los cardenales residentes en Roma. Pero el mensaje es evidente: les han dado un toque, un toque de queda. “Esto no es un convenio, hay una tradición de reserva que respetar”, explicó ayer de forma seca el portavoz vaticano, Federico Lombardi. En defensa de la línea oficial, que él representa con sus comparecencias diarias, insistió en que la pauta son “ruedas de prensa muy sintéticas”. Pero es que las suyas son un muermo y no hay manera de saber nada interesante. Los periodistas peregrinaban luego en masa a la colina del Gianicolo a escuchar a los americanos. Pero eso se acabó. Ya a primera hora, en la ‘alfombra roja’ de entrada de los cardenales, ni uno se paró a hablar con la prensa y respondían ‘buongiorno’ mientras se escabullían.

    El día anterior en la reunión matinal de la congregación general el camarlengo Tarcisio Bertone, autoridad durante la sede vacante y hasta ahora secretario de Estado, exigió varias veces a los presentes silencio sobre sus conversaciones. Pero la prensa no deja de reflejar cada día la fractura entre el ‘partido de la Curia’ y los extranjeros -estadounidenses, latinoamericanos, alemanes y otros europeos destacados como el austriaco Schönborn-. La vieja guardia se resiste a una renovación del gobierno de la Iglesia y una operación de limpieza, quiere mantener el control de esta fase crucial de la sede vacante, está más organizada y prefiere un cónclave cuanto antes para imponer su candidato, sin dejar tiempo para que los extranjeros tejan alianzas e identifiquen su papable.

   La cuestión tiene más enjundia de lo que parece. El dilema interno que ha desgarrado a la Iglesia en este pontificado y ha marcado las batallas de Ratzinger, del escándalo de la pederastia al caso ‘Vatileaks’, llega a su choque final en el momento de elegir nuevo Papa: transparencia y limpieza contra encubrimiento y negación, abrir puertas frente a cerrar filas. Los norteamericanos, de hecho, no tienen ningún problema con la prensa y han alabado su labor.

    El escándalo de la filtración de papeles reservados en 2012, en un escenario de guerras internas de la Curia, sigue muy presente en las discusiones. Se resolvió oficialmente cargando toda la culpa en el exmayordomo papal Paolo Gabriele, juzgado e indultado. Pero nadie se cree que actuara solo y de hecho el Papa encargó una investigación interna, pero en serio, para conocer todos los implicados. Los encargados fueron tres cardenales ‘detectives’ mayores de 80 años, que no entran en el cónclave y están al margen de juegos de poder: el español Julián Herranz, el eslovaco Jozef Tomko y el italiano Salvatore De Giorgi. Entregaron un informe secreto de 300 páginas el pasado 17 de diciembre que, según la prensa italiana, precipitó la decisión de Ratzinger de dimitir. Hablaría, entre otras cosas, de un ‘lobby gay’ en el Vaticano. La secretaría de Estado emitió hace diez días, cuando se publicó este dato, una polémica nota en la que acusaba a los medios de intentar «condicionar» el cónclave con «noticias falsas», aunque no indicó cuáles eran. Aseguró que se atacaba «la libertad del colegio cardenalicio» a la hora de elegir el nuevo pontífice.

    Pero los cardenales extranjeros que han llegado a Roma y no saben a qué atenerse quieren saber lo que dice el informe. Ha habido varias peticiones en las reuniones de esta semana en este sentido, pero Herranz, presidente de la comisión investigadora y del Opus Dei, ha respondido de forma vaga, aunque estaría atendiendo peticiones individuales de información. Según la prensa italiana, ha cundido la indignación entre muchos cardenales

    Del mismo modo en este cónclave hay una inédita presión, no solo de los medios sino también de fieles y víctimas, contra los cardenales encubridores de casos de pederastia que, no obstante, van a participar en el cónclave. Comenzó hace dos semanas con la campaña en EE UU contra el arzobispo de Los Ángeles, Roger Mahony y ha seguido con otros seis purpurados. La lista se amplía a más de una docena si se cuentan aquellos implicados en juicios abiertos y los que en el pasado protegieron al fundador de los Legionarios de Cristo, el mexicano Marcial Maciel. La asociación norteamericana de víctimas SNAP, la más activa, publicó ayer en Roma una lista de doce ‘papables’ que en su opinión no deben ser elegidos, no tanto por tener responsabilidad directa en casos, sino también por declaraciones que amparaban o negaban el fenómeno. Incluían de forma un tanto forzada a aspirantes muy citados estos días como Ouellet, Scola, O’Malley y Turkson.

    La consigna de silencio de Bertone ha sido un pálido intento de repetir lo ocurrido en 2005, cuando Ratzinger, como decano de los cardenales, prohibió el primer día dar entrevistas. Pero era muy distinto. Primero, porque Ratzinger tenía la autoridad para que todos le obedecieran, mientras Bertone es odiado por medio colegio cardenalicio. Segundo, porque no había ningún escándalo que pesara sobre el cónclave y la intención era solo de crear un clima de recogimiento. Aunque en los dos cónclaves de 1978 no hubo restricción alguna y el debate en la prensa fue libre e intenso, si bien no existía la presión mediática actual. Están acreditados más de 5.000 periodistas.

(Publicado hoy en El Correo)

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