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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Lui (29): el peligro comunista

Siempre andamos despotricando de Berlusconi pero nunca hacemos un esfuerzo por entenderlo, a él y a sus votantes. No por comprenderlo, sino para explicarlo. Por ejemplo, la obsesión comunista. El otro día, en el 150 aniversario de la unidad de Italia ¿qué dijo? «No dejaremos Italia en manos de los comunistas». Puedo imaginar que cada vez que clama contra una conspiración roja o habla de los jueces comunistas, fuera de Italia pensarán que está completamente chalado. Se pueden tener dudas de que así sea pero, al margen de que él se lo crea o no, lo cierto es que si lo repite hasta la saciedad es porque cree que funciona o para muchos ciudadanos es creíble. Y por lo visto funciona. ¿Por qué? Vamos a intentar arrojar algo de luz sobre ello. Empecemos por esta foto, que sacó ‘L’Espresso’ hace unos mses y quizá vieron publicada por ahí.

Esta foto se vio mucho, aunque se explicó muy poco. Total, ¿para qué? Con Berlusconi siempre está todo clarísimo, no hay que explicar nada, es un payasete y un mafioso. Pero la foto es engañosa, hay que conocer el contexto, y el contexto eran los años de plomo. Era 1977 y Berlusconi, constructor de la zona residencial Milano 2 y que empezaba a hacer pinitos en el mundo de la comunicación, tenía serias posibilidades de que le secuestraran, como cualquier empresario más o menos destacado. Por ser un enemigo del proletariado o, simplemente, por tener dinero. El fotógrafo que hizo la foto, Alberto Roveri, ha contado que Berlusconi estuvo majísimo, se tiró dos horas con él y luego le invitó a comer. Antes de salir sacó dos pistolas de un cajón, una para él y otra para su chófer. «¿Tiene idea de cuantos industriales son secuestrados?», le dijo. Se supone que por eso habría buscado la protección de la Mafia siciliana, que le envió al capo Vittorio Mangano, al que alojó en su mansión de Arcore como mozo de cuadras. Pero eso es otra historia. En fin, la gente con dinero se compraba una pistola y mandaba a los niños a vivir al extranjero. ¿O cómo se creen que Carla Bruni, una niña bien de Turín, acabó en París?

Hagamos un inciso interesante. Los secuestros podían ser de grupos terroristas de extrema izquierda, pero también sólo por la pasta. En esta segunda opción hubo un grupo especializado, de contornos confusos y enraízado en lo más arcaico de la cultura sarda, aunque también con un trasfondo de robar a los ricos para dárselo a los pobres: la Anónima Sequestri. No se crean que eran un par de golpes al año, no. Entre unos y otros, a partir de los primeros setenta la media era de 35-40 secuestros al año y en 1975 se llegó a 81. En 1977, año de la foto de Berlusconi, hubo 75, que tampoco está nada mal.

El fenómeno era tan abrumador que en 1991 se ideó una ley para bloquear automáticamente los bienes y fondos de la familia de cualquier secuestrado. Funcionó y la cosa se fue terminando, pero ha sido un fenómeno terrorífico hasta hace nada, un negocio en el que también entró la ’ndranghetta, la mafia calabresa. Un libro publicado hace cuatro años por el periodista Enzo Catania repasaba los principales casos y hacía números. De 1950 a 1969 hubo 80 secuestros. De 1969 a 2007, fecha de publicación del libro, se registraron 670. ¿Habían oído hablar de esto antes? Yo, hasta que llegué a Italia, jamás. Con el último secuestro ya estaba yo por aquí, fue en 2007: un empresario agrícola Gian Battista Pinna, que estuvo ocho meses por ahí metido en un agujero de la Cerdeña profunda, encadenado de manos y pies. Consiguió escaparse rompiendo los barrotes con ayuda de un tenedor y sus captores fueron detenidos. Todo muy rural.

Esto es el arranque de ‘Banditi a Orgosolo’, de Vittorio Di Seta (1961), una historia muy salvaje, casi documental, rodada con actores no profesionales en plena naturaleza de Cerdeña. Como es comprensible que no se fíen de mí si les digo que es muy buena, sepan que a Martin Scorsese, cuando la vio, le cambió la vida.

Dice la voz en ‘off’, a modo de introducción: «El alma de estos hombres ha permanecido primitiva, lo que es justo por su ley no lo es para la del mundo moderno. Para ellos cuentan sólo los vínculos de la familia, de la comunidad, todo el resto es incomprensible, hostil, también el Estado, que está presente con los ‘carabinieri’, las cárceles. De la civilización moderna conocen sobre todo el fusil, sirve para cazar, para defenderse, pero también para asaltar. Pueden convertirse en bandidos de un día al otro, casi sin darse cuenta…».

Bueno, esto es aplicable aún hoy a vastas áreas de Italia.

De todos estos secuestros, 588 fueron liberados, a veces por intervenciones policiales, pero de 82 personas nunca se ha vuelto a saber nada, y eso que en 47 de esos secuestros se pagó el rescate. Es decir, hay 82 casos como el de Publio Cordón en España. Pero nunca, nunca, se habla de ellos. Simplemente son dramas que se apilan en el olvido, junto a muchos otros que produce el extraño ecosistema italiano. A veces alguien encuentra un cráneo paseando por el bosque y algún caso se cierra. Como el otro día, el 9 de marzo, cuando dos buscadores de setas se toparon con un esqueleto en una zona agreste de Ogliastra, Cerdeña.

A esto me refiero cuando a veces hablo de esa sensación inquietante que produce Italia de una violencia brutal subterránea y casi interiorizada como parte de la vida cotidiana. Porque además son historias tremendas, estos tíos eran unos bárbaros que no se andaban por las ramas. A Giuseppe Soffiantini, un industrial secuestrado en 1997, uno de los últimos casos, le cortaron dos trozos de oreja que enviaron con cartas, una de ellas a un informativo de televisión. Lo soltaron a los ocho meses. El cautiverio más largo fue el de Carlo Celadon, de 26 años, que estuvo prisionero 831 días -dos años y tres meses, liberado en 1990- con tres cadenas, una en el cuello, una en la muñeca y otra en un tobillo. Para que se hagan una idea, Ortega Lara estuvo secuestrado un año y medio, el cautiverio más largo de la historia de ETA. O Cesare Casella, de 18 años, cuyo padre tenía un concesionario de Citroen, ya ven ustedes qué millonario. Después de que lo liberaran, también en 1990, se le vio un día en la tribuna de San Siro con Silvio Berlusconi, que le invitó para animarle.

Pero una de las historias más terribles fue la de John Paul Getty, un hombre, que entonces era un chaval (en la foto), que se murió el mes pasado con 54 años. Era hijo del magnate petrolífero John Paul Getty II y nieto del patriarca del imperio John Paul Getty III (el del museo de Los Angeles). A John Paul Getty III le secuestraron con 16 años en Roma en 1973. Su abuelo se pudría en dinero, pero era un avaro redomado -una especie de señor Burns, el de los Simpson (la otra foto)- y se negó a pagar el rescate. Argumentó que tenía otros 14 nietos y si pagaba podrían secuestrárselos también al día siguiente. Así que, para convencerle, la ’ndranghetta le cortó la oreja derecha y se la mandó en un sobre. Al final el abuelo apoquinó y soltaron al chaval a los cinco meses, pero el pobre quedó traumatizado. Por sus carceleros pero también por el desgraciado de su abuelo, que le obligó a devolverle el importe del rescate en cómodos plazos, con un interés del 4%. John Paul III dejó de hablarse con su familia, con los números I y II, que además le desheredaron por casarse al año siguiente con una chica que no era de su agrado, una actriz siete años mayor que él. Después se dio a la bohemia, se metió un poco de todo y con 24 años le dio un ataque por una sobredosis que le dejó medio paralizado y ciego. Vivió hasta el pasado 7 de febrero, día de su muerte, en una mansión de Buckinghamshire, en Gran Bretaña.

Otro que ha acabado un poco mal es Farouk Kassan, secuestrado con siete años en 1992, hijo de un empresario hotelero de Cerdeña. También le cortaron un trozo de oreja. Pero es que ha terminado en las filas de Lele Mora, el grimoso agente de famosos acusado de organizar las fiestas guarras de Berlusconi, y hace poco se rumoreó que quería ir a ‘Grande Fratello’ (Gran Hermano). Es que otro niño secuestrado, Augusto De Megni, capturado con diez años en 1990 durante más de tres meses, ganó la sexta edición del concurso en 2006.

En fin, se me ha ido el santo al cielo, como siempre. Pero bueno, supongo que se habrán hecho la idea de la atmósfera de aquellos años. Lo refleja muy bien esta escena de ‘Il Belpaese’, con nuestro actor-fetiche, Paolo Villaggio:

Sinopsis: Al pobre Villaggio le están quemando la tienda y va a un guardia, que le responde encogiendo los hombros: «Un poco de paciencia…». Entonces va a una cabina, pero están todas ocupadas. En la primera, hay un secuestrador. En la segunda, un extremista comunista que dicta un comunicado espesísimo a un periódico. En la tercera, un hombre secuestrado al que acaban de liberar, pero que enseguida discute con el hijo: «¡No, la moto no te la compro!».

FIN

Aunque hayamos tenido que recurrir al humor -y ya ven que en Italia se pueden reír de todo-, esta era la atmósfera de los años de plomo. Pero vamos al componente comunista, el tipo de la segunda cabina, que dice literalmente: «¿Redactor jefe? Soy un extremista, debo dictarle un comunicado delirante. Escriba. El opresivo régimen de Estado, la represión indiscriminada que…». Y venga con la empanada del proletariado. Lo que no soportaban los demás de la izquierda, y aún no soportan, es un cierto complejo de superioridad moral, consecuencia de su deseo de cambiar el mundo. Es ahí donde martillea Berlusconi. Ese deseo, en los setenta, desembocó en una urgencia imperiosa de acción, de pasar a la práctica, con terribles resultados.

Hay una película muy interesante de 1970 de Francesco Maselli que capta exactamente ese momento. Se llama ‘Lettera aperta a un giornale della sera’, ‘Carta abierta a un periódico de la tarde’, pero no la encuentro por Internet para ponerles un trozo y no tengo ni idea de cómo puedo sacarlo de mi DVD. Va de un grupo de intelectualoides que en una de sus sesudas veladas, en realidad esas fiestas romanas medio pijas, escribe una carta a una periódico anunciando que es hora de pasar a la acción y se van a combatir a Vietnam. Es un pasatiempo, eso que en Italia se llama ‘provocación’, término que luego sirve para recular y decir que no era en serio. Pero el caso es que sin su conocimiento la carta acaba publicándose, les toman en serio y entonces se ven en el dilema de qué hacer, porque llevan vidas muy acomodadas. Al final unos pocos están dispuestos a partir, después de mil comidas de tarro, pero un imprevisto anula el viaje en el último momento. Y en el fondo se alegran.

La película, de comicidad involuntaria porque intuyo que está hecha con toda seriedad, retrata a la perfección ese mundo de pajas mentales infinitas y lecturas plúmbeas. Una secta alérgica a la democracia, la llamada «izquierda extraparlamentaria», que se organizaba al margen de los partidos. Se ve muy bien en esta secuencia de ‘La meglio gioventù’ (‘La mejor juventud’, Marco Tullio Giordana, 2003):


Sinopsis:
Uno de los protagonistas, médico psiquiatra, vuelve a casa y ve que su mujer, activista de izquierdas, tiene una de sus reuniones. Están discutiendo el enésimo documento para opinar sobre algo y hablan de que se debe distinguir entre deseos y necesidades, «la necesidad de comunismo, por ejemplo». Entonces él va a la cocina a coger a su hija para dar un paseo y habla en voz alta para que le oigan: «Los sitios cerrados hacen daño a las niñas, y también al cerebro de la gente. ¡La necesidad de comunismo! Yo tengo necesidad de beber, de comer… Sara, cuando oigas estas gilipolleces, si en la guardería alguien te dice mentiras ¿qué le contestas?». «¡‘Stronzo’ mentiroso!», dice la niña. «¡Brava!», replica su padre, y se van a dar un paseo. La madre en esta gran película acaba mal. Se hace terrorista y terminará en la cárcel, bastante amargada. El sueño revolucionario quemó a una generación.

FIN

En España tenemos algo parecido con ETA, que surgió en esos mismos años con la misma retórica demencial, pero es que aún siguen en lo mismo y todavía camelan a adolescentes. Con el comunismo, una parte de la sociedad italiana aún tiene ese rencor histórico a una ideología que llevó a muchas barbaridades. En Italia nunca se hacen las cosas directamente y lo que tuvieron en los años de plomo fue más o menos una guerra civil encubierta. En ambos bandos estaban locos. De los terroristas negros, los neofascistas, los servicios secretos fachas y la macabra estrategia de la tensión ya hemos hablado alguna vez. Según la mentalidad de la época, defendían el orden establecido. Pero por la parte de los rojos, imbuidos de la misión revolucionaria, se llegó también a extremos delirantes. Se creó incluso un vocablo, ‘gambizzare’ (de ‘gamba’, pierna), algo así como ‘piernizar’ a alguien. Significaba dispararle a las piernas para joderle vivo, pero eso, vivo. Asegurándose de que no moría. Por eso era normal entre personas consideradas objetivos potenciales de las Brigadas Rojas llevar encima gomas elásticas para poder hacerse un torniquete si eran ‘gambizados’.

El caso de Fausto Cuocolo, dirigente democristiano que trabajaba por el diálogo con el Partido Comunista, es espeluznante. Era profesor en la Universidad de Génova y estaba haciendo exámenes orales en un aula el 31 de mayo de 1979, con la clase llena de alumnos. De repente irrumpieron dos tipos armados, a cara descubierta. Se presentaron todos chulos como un comando de las Brigadas Rojas y pasaron entre las filas de estudiantes. «Usted es el profesor Cuocolo, ¿me lo confirma? Tenemos que dispararle. Vaya contra el muro y levante las manos», dijeron al catedrático de forma ceremonial. Delante de toda la clase, le dispararon cuatro veces en la pierna derecha. Luego, cuando cayó al suelo, tres en la izquierda. Después se fueron tranquilamente.

La violencia era intensa y cotidiana. Como se ve en esta parodia de telediario de la misma película de antes. ‘Il Belpaese’:

Sinopsis: Dice el locutor del telediario: «Milán. Homicidios, 92. Secuestros, 39. Atracos a mano armada, 62. Evasiones, 48. Con rehenes, 9….» Y en este plan. Luego: «Nápoles. Robos con tirón, 175.722, nuevo récord italiano. Con arrastre, 72». Y después va con el parte terrorista: «Heridos. Periodistas. ‘Corriere della Sera’, seis. Pierna derecha, dos. Pierna izquierda, cuatro. Fémures, dos»…

FIN

Ah, las asociaciones de víctimas apenas existen a nivel social ni en los medios, y las raras veces que les dan voz denuncian el total abandono por parte del Estado.

Otro episodio aún más aterrador. El 16 de diciembre de 1978 dos atracadores entraron a robar en la carnicería de la familia Sabbadin, en un pueblo de la provincia de Venecia. El padre disparó contra uno de ellos, que murió. Una semana después, estalló una bomba en la puerta de la carnicería, no supieron muy bien por qué. Dos meses más tarde unos individuos entraron y mataron al señor carnicero. Los Sabbadin no entendían nada, pero entendieron menos cuando un grupo llamado PAC, Proletarios Armados por el Comunismo, reivindicó el crimen. El PAC explicó que el error de la víctima había sido resistirse a «una expropiación proletaria», es decir, al anterior atraco. El PAC no tenía nada que ver con los atracadores, que eran delincuentes comunes, pero los consideraban camaradas que robaban obligados por la injusticia del sistema. El PAC hizo lo mismo, pero peor, en la joyería de Pierluigi Torregiani, en Milán. También este señor se había defendido de un atraco y había matado a los asaltantes. Los sedicentes proletarios armados por el comunismo le asesinaron en la puerta de su tienda, pero una bala alcanzó a su hijo de nueve años y lo dejó en una silla de ruedas para el resto de su vida.

Ese niño, Alberto Torreggiani, hoy es adulto y estaba el otro día ante el Palacio de Justicia de Milán en una de las escasas manifestaciones a favor de Berlusconi en el caso Ruby. A las negras resonancias de este concepto de recurrir a cualquier medio para derribar el poder es a lo que echa mano Berlusconi cuando dice que los tribunales y sus procesos son sólo una excusa para ir a por él.

Vamos con otro inciso. Uno de los acusados de la tragedia de los Torreggiani es Cesare Battisti, un tipo acusado de cuatro homicidios que huyó a Francia, donde vivió tranquilamente hasta hace poco, protegido por la famosa doctrina Mitterrand, y reciclado en escritor de novela negra. Tras la presión política italiana, finalmente fue detenido en 2004, pero una vez puesto en libertad condicional escapó a Brasil, donde fue arrestado de nuevo en 2007, como ven en la foto. En 2010 Lula negó la extradición. Argumentó lo mismo que algunos intelectuales franceses que han defendido a Battisti (Bernard Henry Levi, Fred Vargas, Philippe Sollers…): que fue juzgado en los ochenta por tribunales de dudosa credibilidad, más o menos al servicio de un estado opresor. Ya sabemos cómo son algunos intelectuales franceses. Pero lo irónico es que dicen de la Justicia italiana de entonces lo mismo que Berlusconi dice de la de ahora, pero al revés. Ahora son unos rojos.

Por cierto, hablando de Mitterrand, defensor del buen rollo con los terroristas rojos, sigue coleando una cuestión pendiente de sus años de juventud, en la que andaba con grupos fascistoides. En Italia siguen insistiendo en que, tal vez, tuvo algo que ver o sabía algo del asesinato de los hermanos Carlo y Nello Rosselli en junio de 1937, dos anti-fascistas que huyeron a Francia perseguidos por Mussolini. Carlo Rosselli combatió en la Guerra Civil española en el bando republicano. Mussolini pagó a los colegas franceses con mil fusiles para que le hicieran el trabajo sucio, cosa que hizo la organización Cagoule. El historiador Nicola Trafaglia, experto en los hermanos Rosselli, asegura que Mitterrand pertenecía a la Cagoule o era muy próximo a ella, algo que nunca se ha terminado de aclarar. Por otro lado Mitterrand formó parte del Gobierno colaboracionista de Vichy, aunque se sostiene que en realidad estaba infiltrado. Pero hay una cosa clara: como presidente de Francia, Mitterrand mantuvo el secreto impuesto por De Gaulle sobre los expedientes de la Cagoule en el Archivo de Estado. Aún hoy es imposible examinar esos documentos.

Pero otra vez me he vuelto a extraviar.

Volviendo a lo nuestro, esto del peso y tradición del comunismo a nivel social puede ser algo difícil de pillar en España. Como sabemos, en España los comunistas y la izquierda en general fueron derrotados. En la guerra los mataron, los echaron, se largaron o los metieron al trullo. Es decir, desapareció de raíz una corriente cultural y una parte de la sociedad, se cortó una transmisión de ideas. En las familias no había mucho rojo que digamos, y si lo había bien callado que se lo tenía. Lo que pasaba de padres a hijos de forma predominente era lo otro. En toda familia española que se precie hay un facha. Pero en Italia ambas identidades, rojos y negros, caminaron de forma paralela, odiándose y conviviendo. En Italia no se procesó a nadie tras el fascismo, se hizo borrón y cuenta nueva. Y al mismo tiempo se formó el partido comunista más grande de Occidente. Aunque pasó de seis mil inscritos a dos millones después de la guerra… Resulta que luego todo el mundo era comunista. En fin. Es decir, es así como tenemos a don Camilo y el honorable Peppone, un Stalin de Emilia Romagna. Esto sigue siendo así hasta hoy.

Sinopsis: En la plaza del pueblo, Don Camillo aprovecha su sistema de megafonía para arruinar el mítin de Peppone y llama a todos a las urnas, porque la abstención favorece a los comunistas: «Escuchad la voz de vuestra conciencia. Recordad, en el secreto de la cabina electoral Dios os ve…». Y añade don Camillo: «Y Stalin, no».

FIN

Como ven, la propaganda mediática viene de lejos. Berlusconi sigue haciendo lo mismo pero no con una radio, sino con varias televisiones. Eso del partido del amor y la eterna sonrisa de vendedor de crecepelos, además de ser una técnica de manual publicitario, también tiene ese trasfondo bonachón de Don Camillo frente al adusto Peppone. Para Berlusconi los comunistas son unos tristes, lo repite mucho. En eso infiere sobre su melancolía por un confuso sentido de derrota y pérdida de identidad, pues ninguna otra izquierda ha sufrido tanto la caída del Muro como la italiana. Bueno, el Muro remató un primer golpe en 1984, la muerte de su carismático e histórico secretario general Enrico Berlinguer.

Terminemos que ya es hora. Lo que hace divinamente Berlusconi es meter en la batidora toda esta ensalada de asuntos que les he endosado hoy y componer desde hace más de una década su argumento electoral favorito. Lo hace siempre con razonamientos de párvulos, pero le funciona. Un ejemplo, este fragmento de la rueda de prensa de fin de año el pasado 23 de diciembre, hablando del escándalo del caso Ruby, pero sin hablar de él en absoluto, claro:


Traducción:
“Por parte de la izquierda hay desde siempre el deseo de coger el atajo judicial para eliminar al adversario político que no consiguen eliminar con elecciones democráticas. La izquierda italiana es la que es. Para nosotros es de una gran negatividad. No hemos tenido la fortuna de la Gran Bretaña, hace cien años, o Alemania, hace cincuenta, de ver transformada su izquierda extrema en una izquierda laborista, socialdemócrata. Nosotros todavía tenemos que enfrentarnos a una izquierda que ha cambiado de nombre varias veces pero que lleva adelante la lucha política con los mismos sistemas y la misma mentalidad de antes.

Yo, cuando entré en política, lo hice por una profunda convicción que tengo dentro desde que tenía doce años, cuando un sacerdote de los salesianos nos contó lo que pasaba en la URSS. Nos contó de un… su padre…, de su padre, de su madre y de sus dos hermanos asesinados delante de él por su compañero de escuela, que se había convertido en jefe de un soviet, porque él no revelaba el escondite de su obispo. Entonces yo entendí cómo el comunismo era la ideología más inhumana y criminal de la historia si incluso imponía la eliminación personal de aquellos que se oponían a la larga marcha del comunismo hacia la clase perfecta, la Jerusalén terrestre, donde todos son llamados a dar según sus posibilidades y pueden tener según sus exigencias.

Es una cosa que está totalmente fuera de sintonía con la naturaleza humana, que prevé la diferencia entre los hombres y el mérito. Ya desde los doce años iba a pegar carteles, el de la DC de 1948 que decía: «En la cabina electoral Dios te ve, Stalin no». Estaba pegándolo en una escalera y la empezaron a mover violentamente. Me giré y había cinco chicarrones de la facción opuesta. Mis otros dos compañeros se habían largado. Me hicieron bajar, me empezaron a golpear y yo, que siempre he sido un velocista, conseguí escabullirme y escapar. En cambio me riñó mi madre porque pensó que me había caído de la moto. Desde entonces siempre he tenido las ideas claras sobre el comunismo y los comunistas”.

FIN

Amén. No tengo ninguna duda de que logró escabullirse de la paliza, como siempre. A lo mejor les hizo un cheque, porque también vendía en clase los apuntes. Esto que han oído es Berlusconi en estado puro. ¿Qué piensan ahora, que está loco? Yo creo que no. Es que es muy listo y tiene mucho morro.

El famoso lema de esos carteles de las cruciales elecciones generales de 1948 es de… Giovannino Guareschi, el autor de Don Camillo. Que, por cierto, se chupó dos años en campos de concentración nazis. Pero ya lo contaremos otro día.

Y una cosa graciosa. Aunque Berlusconi tenga las ideas claras sobre los comunistas, algunos de éstos se hacen un lío con sus ideas. Hay montones de ex-comunistas reciclados en su partido en puestos importantes: Bondi, Ferrara, Pecorella, Micciché,… Todos eran comunistas acérrimos. Ahora son conversos implacables y se codean jovialmente con sus colegas de partido ex-fascistas, aunque en cambio esos no han tenido que disfrazarse mucho.

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