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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Coppi en amarillo

Lo siento, he desaparecido un par de semanas porque he tenido que hacer unos viajes. A lo mejor han pensado que me habían recluído, pero es que la salida fue precipitada y ni tuve tiempo de dejarles un aviso. Pero ya estoy aquí. Para regresar quería contar algunas batallitas que tenía pendientes desde el pasado 2 de enero, día en que se cumplieron 50 años de la muerte de Fausto Coppi. Aunque no sean aficionados al ciclismo les aseguro que son muy entretenidas.

El más grande ciclista italiano de todos los tiempos también tiene, por fidelidad al espíritu nacional, su colección de misterios (‘giallo’, literalmente ‘amarillo’, por el color de las tapas de las primeras novelas de género negro de la Mondadori). Es muy conocido el ‘giallo’ de la célebre fotografía del Tour de 1952 en el Col du Galibier. La ven aquí al lado. Aparece Coppi primero y Bartali detrás, a su rueda. Eran los rivales míticos de aquellos años y en la imagen aparecen pasándose una botella de agua, en el preciso momento en que la cambian de mano. Pero ¿quién la pasa a quién? Es decir, ¿quién iba mal y la necesitaba? Bueno, pues más de medio siglo después todavía no se sabe y la foto es endiabladamente ambigua. Tanto Coppi como Bartali se atribuyeron el gesto y se murieron sin aclararlo.

Precisamente la muerte de Coppi es rarísima. En 1959 se fue a Alto Volta, hoy Burkina Faso, a participar en una carrera entre amiguetes. Paradojas del desarrollo, hoy con tanta globalización ni a un solo famoso se le ocurre acercarse a África, aunque es verdad que Madonna ha contribuido a colocar en el mapa Malawi con sus dudosas adopciones. Pero entonces podía parecer más cercana, y si no acuérdense del alucinante documental ‘When we were kings’ (Leon Gast, 1996) sobre el legendario combate de Mohamed Ali y Foreman en el Zaire de Mobutu en 1974, con conciertazo loco de James Brown incluido.


Si no la conocen, aunque no sean aficionados al boxeo seguro que les apasiona. Si alguna vez tienen un día alicaído, pónganse este chute de película. Pero vamos adelante que si no me pierdo, como siempre. Decíamos que el Real Madrid o el Barcelona no se irían jamás a Burkina Faso si no hay un pastón de por medio, pero en aquel tiempo en Alto Volta había verdadera pasión por el ciclismo y las figuras de entonces se fueron para allá, de safari y a echar unas carreras. Definitivamente había más romanticismo. Pero Coppi se pilló la malaria y murió poco después en Italia, problemas del romanticismo. Tenía 40 años.

Fue de manual de misterio italiano. Su compañero de habitación, Raphael Gemignani, también contrajo la enfermedad pero los médicos franceses le dieron quinina y se acabó. A Coppi los médicos italianos le dijeron que nada, nada, que aquello era una gripe. Tiene delito porque incluiso el hermano de Gemignani llamó al hospital desde Francia a toda prisa para decirles el diagnóstico de su hermano, pero no le hicieron ni caso. Hasta se lo tomaron a chirigota. Total, que Coppi palmó. Era el mayor mito de su tiempo, así que cómo sería la atención médica de los comunes mortales.

Aquello era claramente carne de ‘giallo’ y tardó en salir, pero al final emergió de forma delirante en enero de 2002. Mereció la pena esperar. Fue de la siguiente manera, aunque no se lo crean. Ocupó varios días los diarios. Un dirigente del comité olímpico italiano que no podía ocultar la verdad por más tiempo contó que 17 años antes, en 1985, estuvo en Burkina Faso y un misionero, ya fallecido, le reveló que un indígena le había contado, en confesión, que había envenenado a Coppi. Le habían suministrado, decía, un brebaje de hierbas mortal preparado por un brujo de una tribu. Fue como venganza porque, no se sabe si ese año o el anterior, un ciclista de Costa de Marfil, llamado Canga, había muerto en una carrera empujado por un corredor europeo, que no era Coppi, pero para vengarse servía. Imposible, se dijo en agrio debate ante tamaña revelación, Coppi había hecho la guerra en África y cuando andaba por allí no bebía cualquier cosa, sólo te. Naturalmente, los indicios eran abrumadores y la Fiscalía de Roma abrió una investigación. Aunque ustedes hayan tardado un segundo en concluir que esto es una tontería, el fiscal de turno tardó un año en llegar a la misma conclusión.

Por supuesto, sigue saliendo material. A finales de 2007 recuerdo que hubo nuevas revelaciones sobre lo que pasó realmente en aquellas carreras africanas de Coppi, gracias a los testimonios de algunos presentes, localizados en Burkina Faso. Nada escandaloso, sólo anécdotas deportivas. En la carrera del 13 de diciembre de 1959 Coppi perdió contra Sanu Moussa, máxima figura de Alto Volta. Parece que le dejó ganar porque el importador de Citröen le prometió al chaval una Idem, la Ds africana de entonces, agitando las llaves en la mano cuando Moussa pasó delante de él. «¡Si ganas a Coppi el coche es tuyo!», le picó a gritos. Además, el presidente de la república, Maurice Yameogo, le advirtió en la salida: «¡Tienes que defender el honor del país!». En fin, que Coppi le dejó ganar, tampoco había que ser abusón.

Para descansar de tanta épica, recurrimos a nuestro entrañable Fantozzi, en una terrible fase de su vida en la que el megadirettore de su empresa es aficionado al ciclismo y, en una de sus rutinarias prácticas de sumisión del subordinado, les obliga a practicarlo, con nefastos resultados.


Sinopsis: Para burlar al jefe, que les espía desde la ventana, los pobres y serviles empleados fingen que se van alegremente de excursión al salir de trabajar. Metidos en el papel, proclaman que se van nada menos que a Pinerolo, 1.200 kilómetros, a cenar a casa de la tía de uno. Pero doblan la esquina y paran donde tienen aparcado el coche. Mientras se ríen del jefe, con un repertorio de gestos de desprecio que puede resultar útil al neófito, el superdirettore naturale aparece por sorpresa. Con su despotismo habitual, les ordena hacer 20 kilómetros. Al regreso, Fantozzi y el inseparable ragionere Filini comentan que no ha sido para tanto…

FIN

Sigamos con la épica. La rivalidad de Coppi y Bartali, que dividió Italia, era de estilo y de fondo político, pero eran amigos. En una etapa del Giro en 1940 Coppi se paró para abandonar y Bartali se bajó de la bici para decirle que no podía hacerle eso a sus padres, después de los sacrificios que habían hecho por él. Le restregó nieve por la cara y lo puso en marcha otra vez. El duelo Coppi-Bartali hizo época, pues representaban dos caras de Italia, como escribió Curzio Malaparte en 1949 en un artículo que se hizo famoso. En Italia lo acaba de reeditar Adelphi en un librito, con un delicioso análisis de Gianni Mura, que me regaló hace poco un amigo, Darío Menor, corresponsal de ‘La Razón’ en Roma. El enfrentemiento entre Coppi y Bartali es a base de estereotipos que resultaron un poco forzados y que se intentaban manipular, porque ambos eran muy independientes y ajenos a pasteleos, pero tenían algo de verdad. Bartali venía a ser de derechas, creyente, de origen campesino, fortachón, sufridor, fruto del mundo anterior a la Segunda Guerra Mundial, el pasado. Coppi, de izquierdas, descreído, de origen obrero, delgado, una máquina, un hombre de la posguerra, el futuro. Coppi parecía sobrehumano, como se suele recordar con el comentario de un locutor cuando ganó su primera Milán-Sanremo: «Primer clasificado, Coppi Fausto. A la espera del segundo clasificado transmitimos música de baile». No se sabe si es verdad o leyenda, pero da igual.

La guerra marcó a ambos, pues a Bartali le robó la madurez y a Coppi la juventud, dice Gianni Mura. Bartali se hacía casi 400 kilómetros entre Perugia y Florencia para pasar documentos ocultos en la barra de la bici. Con ellos se salvaron muchos judíos. A Coppi le tocó la campaña de África y, prisionero de los ingleses, se comió dos años en un campo de concentración en Medjez-el-Bab, en el norte de Túnez. También comió sapos, del hambre que pasó. Luego, a pedalear otra vez como si no hubiera ocurrido nada. Y todo esto sin posar en calzoncillos para Armani.

Bartali ganó el Tour en 1938. Titular de ‘La Gazzetta dello Sport’: «Una orden de la Italia del Duce: vencer. Bartali, campeón de Legnano, ha obedecido». Ya ven, peor que ahora con los espónsors. Bartali, pese a como lo pintaban, nunca quiso saber nada del fascismo. Pero según la leyenda sí que hizo un gran servicio a su país años después. El 14 de julio de 1948 fue el atentado al líder comunista, Palmiro Togliatti (foto), en una Italia que acababa de salir partida en dos de las primeras elecciones tras la guerra, entre la Democracia Cristiana, vencedora por poco, y el frente de izquierda. El atentado casi desata una revuelta popular, la tensión era muy alta y mientras Togliatti era operado el primer ministro, Alcide de Gasperi, llamó a Bartali a Cannes, donde la tropa del Tour tenía día de descanso: «Oye Gino, ¿puedes ganar el Tour?». Bartali dijo que podía probar. Al día siguiente ganó una etapa de montaña de perros con nevada incluida y al otro se puso el ‘maillot’ amarillo. La noticia fue titular de los informativos de radio, por delante del parte de Togliatti. El país se distrajo, se puso contento y se ahuyentó el riesgo de una guerra civil. En parte fue gracias a Bartali, que tenía ya 34 años y ganó el Tour. Fue el primero en ganar dos con una década de distancia. Y eso que fumaba. Murió en 2000.

Esta fenomenal pareja se reflejó en esos años en Francia en Anquetil y Poulidor, un duelo similar. En este juego de espejos, Coppi y Anquetil tuvieron curiosos paralelismos: ambos se liaron con la mujer de su médico, cosa que a Coppi le costó la condena del Papa, Pío XII, y de los tribunales, todo un escándalo nacional de adulterio imperdonable, y también compartieron las dotes de Biagio Cavanna, habilidoso masajista ciego. Qué historias.

Para comprender la pasión por el ciclismo de entonces hay que pensar que en 1946 había en Italia tres millones de bicis, frente a 149.000 coches. Y que el país fue así, con más bicis que coches, hasta 1975. En España supongo que el predominio de las bicicletas duraría algunos años más. Está bien saberlo para reflexionar mientras vemos con suficiencia imágenes de países pobres con miles de bicis.


Ahora me acuerdo que elegí mi primera casa en Roma, además de por la camarera del bar de enfrente, porque estaba justo delante del lugar donde le roban la bici al protagonista de ‘Ladri di biciclette’ (Vittorio de Sica, 1948). Ya ven qué tonterías hace uno, fiándose a menudo de impulsos irracionales y señales del destino. Al año me cambié, porque también a mí me robaban. Pero fue muy bonito.

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