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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Verano loco (16)

31. Magia cotidiana

En las cenas con otros extranjeros en Italia siempre se impone como conversación lo que ya es un subgénero de sobremesa: contar la mejor historia de burocracia italiana sufrida o conocida. Yo tenía varias muy buenas, con trenes, teléfonos, bancos, alquileres,… pero un querido colega ha vivido la anécdota definitiva. Es de correos, otro clásico. Imagino que él la contará un día con mucha más gracia en alguno de sus hermosos libros, pero la esbozo brevemente. Mi amigo envía un paquete, creo que un libro, a Barcelona. Por certificado y pagando un plus por un código que asegura la localización del envío en todo momento. Pasan dos o tres semanas y el paquete no llega. Va a correos y tras mirar en el ordenador le dicen que, no se sabe cómo, el paquete está en Helsinki, me parece. Pero le aseguran que se lo arreglan.

Semanas más tarde, ni rastro del envío. Mi amigo vuelve a correos y la búsqueda electrónica ubica el bendito paquete en Colorado o Wisconsin, en fin, en algún estado de EE UU. Tampoco se sabe cómo ni por qué ha llegado hasta allí. Mi colega, curtido en la vida italiana, decide tomarlo ya por el lado de la diversión antropológica y se dedica a seguir las misteriosas evoluciones del paquete. Un día el cartero llama a su puerta y se lo entrega. Lo han recuperado. Pero atención, le cobran 60 euros por gastos de franqueo.

FIN

Como siempre que hablamos de burocracia, recurrimos para ilustrarla a nuestro héroe, Fantozzi. Esta vez en una sublime escena en un hospital, sólo un pelín caricaturizada. Me parece recordar que es por el parto de su hija.

Sinopsis: Fantozzi entra con un sobre de dinero con sus ahorros, sabiendo que a veces, para resolver un problema con rapidez hay que pagar. Pero es peor de lo que imaginaba. Diálogo (las cantidades están en liras):

-Perdone…

-¡10.000!

-Perdone, yo tendría una cita con el profesor…

-¡30.000!

-(Tras recibir el dinero) El profesor no está, está de vacaciones.

-No, es que he dado 10.000 y ahora…

-Justo, tengo que enviar el dinero al profesor a Cortina (D’Ampezzo) con un giro. Es más, deme 500 para el giro.

-Ah, perdone, no me he dado cuenta. Bueno, le doy 10.000 y me da la vuelta… (No le da la vuelta y guarda el dinero) Oiga, mire que lo ha guardado… Bueno, no da la vuelta… Bueno, aprovecho que no me ha dado la vuelta para preguntar, y así estamos en paz, quién es el sustituto…

-De acuerdo, el doctor Giovanni Rava.

-¿¿Y dónde está?? (Mientras le da otro billete)

-No está, está de huelga… Pero su caso ¿es urgente?

-¡Sí, es un caso desesperado!

-¡100.000!

-Voz en off: Por esta suma se enteró de que en casos de urgencia el responsable de ginecología era el profesor Grandi, jefe de ortopedia.

-En este mismo piso, después de radiología.

-Ah, muy bien, muy amable. Buenos días señorita.

Pero ella sólo responde si le vuelve a pagar.

32. Fantasmas de la ópera

Los italianos inventaron la ópera, una cosa que, bien mirada, es tan rara que no se sabe a quién se le pudo ocurrir. Pero según la teoría de un amigo melómano, es de cajón. La ópera es Italia en estado puro: historias rocambolescas e inverosímiles, con tragedias exageradas, representadas por gente disfrazada que habla cantando. Todo ello en un teatro lleno de pasadizos, diseñado para que el público pueda exhibirse y examinarse. Dicho así parece imposible que pueda resultar, pues todo es mentira y artificio, pero por una intuición genial lo cierto es que el conjunto funciona, se transporta con ligereza y logra una armonía sublime. Y genera fanatismo, peregrinaciones a la casa de Puccini en Torre del Lago, al pueblo de Verdi, al Pesaro de Rossini. En la ópera en Italia chocan dos cosas. Una, que es muy popular, se ven muchos jóvenes en el público. El ferretero canturrea un aria mientras busca el clavo justo. Otra es la gran afluencia de alemanes, todo un turismo cultural. Bajan hacia la luz mediterránea arrastrados por su corazón romántico.

Mi amigo señala el abismo de carácter entre italianos y españoles comparando la ópera con los toros, donde todo es gravedad y tragedia real. Instinto y razón pelean a cuerpo y sólo sale vivo uno, entre los extremos del sol y la sombra, en un círculo cerrado sin escapatoria. En fin, algo de una seriedad innecesaria.

FIN

(Publicados en El Correo en agosto de 2007)

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