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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Gadafi y el tabú colonial

Permítanme que les refrite un artículo que publiqué el otro día en el diario impreso, porque imagino que muchos de ustedes no lo compran, por hallarse en Pernambuco o bien en Portugalete pero sin vocación de ir al quiosco -y según los gurús de esto tal vez son ustedes el futuro, así que fíjense bien en lo que hacen-. Me comporto así porque he recibido mensajes de gente que no tenía ni idea de este tema, así que lo transcribo aquí con la esperanza de que tenga interés para alguien más. Va sobre esta foto y la otra que hay dentro:

Berlusconi, que casi nunca habla mal del fascismo, dijo hace poco ante las juventudes de AN, el partido post-fascista, que Italo Balbo hizo en Libia como gobernador «cosas egregias». Italia también hizo sus pinitos coloniales pero apenas se habla de ello y mucho menos de la parte oscura: sólo en Libia dejó 100.000 muertos, que este país eleva a 700.000. Ese pasado ha sido desempolvado de golpe por la visita histórica del coronel Gadafi a Italia con la ya célebre foto que exhibía en el pecho al bajar del avión. Es una imagen del líder de la resistencia, Omar Al Mukhtar, el día de su captura en 1931, encadenado y mostrado como un trofeo.

«Esa foto es para nosotros como para los cristianos llevar la cruz, recordar al mundo la suerte de Cristo», dijo ayer el líder libio. Se ve que soñaba con el día en que pisaría Italia con esa fotografía. Gadafi, un beduino como Mukhtar, organiza cada 7 de octubre manifestaciones populares por el ‘Día de la Venganza’, aniversario de la expulsión de los italianos (de 20.000 a 35.000) y confiscación de sus bienes en 1970, cuando llegó al poder. Ahora, para la reconciliación, ha recordado la afrenta en suelo del viejo invasor y ha obligado a Italia a hacer memoria. Los libios ya recuerdan a Mukhtar cada día en los billetes de diez dinares.

Italia llegó tarde a la carrera colonial, porque el propio estado italiano no nace hasta 1861, y se quedó con lo que le pillaba más cerca: Eritrea (1882), Somalia (1889), Libia (1911) y Etiopía (1935), sin contar sus fracasos en Albania y Grecia. (En la foto de abajo, trabajadores etíopes aprenden a hacer el saludo fascista en 1938). Le sirvió, curiosamente, para afianzar su nueva identidad y enseguida se dio a las barbaridades y el genocidio, como los imperios de verdad. Italia llegó con el racismo paternalista del XIX y acabó con el fascista de los años treinta. «Tenemos hambre de tierra porque somos prolíficos y pensamos seguir siéndolo», argumentó Mussolini.

La ocupación de Libia duró de 1911, con el ataque al imperio otomano, a 1943. Tras un arranque lento, Mussolini redobló el esfuerzo bélico y la emigración masiva de italianos, vénetos y del sur, las regiones más pobres. La resistencia de la gente del desierto de Cirenaica se reunió en torno a Mukhtar, un hombre de 63 años, venerable e inteligente, que se había pasado la vida dando clases coránicas en la mezquita de su pueblo. El que luego sería el rey Idris huyó a El Cairo y dejó la batalla en sus manos. Con tres mil hombres volvió locos a los ejércitos de cuatro gobernadores durante una década.

La respuesta del fascismo fue terrible. Incendios de aldeas, deportaciones multitudinarias a campos de concentración -100.000 personas, de las que sobrevivieron 40.000-, ejecuciones de masa y uso pionero de armas químicas con bombardeos de gas. Para capturar a Mukhtar el general Graziani recurrió al hambre, con la eliminación del ganado -las ovejas pasaron de 800.000 a 98.000-, de las cosechas y del comercio desde Egipto. La represión en Cirenaica destruyó una sociedad.

El 11 de septiembre de 1931 -el particular 11-S libio- Mukhtar fue finalmente capturado, condenado en un proceso de farsa y ahorcado el día 16 en el campo de Soluch ante 20.000 prisioneros. El régimen castigó incluso con diez días de cárcel a su abogado defensor, el capitán Roberto Lontano. Uno de los máximos historiadores del colonialismo italiano, Angelo Del Boca, que ha roto muchos tabúes, escribió que Omar Al Mukhtar «no es sólo un espléndido ejemplo de fe religiosa, de vida simple e integérrima, construyó una perfecta organización político-militar que los italianos consiguieron derrotar sólo con medios absolutamente extraordinarios».

En 1980 Gadafi decidió financiar con 35 millones de dólares una gran producción de estilo hollywoodiense sobre el héroe libio. En ‘El león del desierto’, dirigida por el sirio Moustapha Akkad, Mukhtar es interpretado por un espléndido Anthony Quinn, clavado al original, junto a Irene Papas, Rod Steiger -que hace de Mussolini- , Oliver Reed, John Gielgud. De italianos, Raf Vallone y el gran Gastone Moschin. El momento de la famosa foto es reconstruido con minuciosidad. Para el prestigioso historiador británico Denis Mack Smith es un documento único sobre las atrocidades coloniales. Es como ‘La batalla de Argel’, de Pontecorvo, para Francia. En Italia fue prohibida y la Policía secuestró una sala de Trento donde se quiso exhibir por «vilipendio a las fuerzas armadas». La proyección de la película en Italia es una vieja obsesión de Gadafi y cuando empezó el acercamiento entre ambos países se lo pidió, sin éxito, a Bettino Craxi. Por fin se emitió ayer en Sky, aunque es un canal de pago. Seguramente Gadafi se sentó a verla anoche en Roma antes de irse a dormir, con otro sueño cumplido. Aunque en Italia le proponen que se ponga otra foto: la del atentado aéreo de Lockerbie y sus 270 muertos.

Fin

Menudo pájaro, el Gadafi. De apestado internacional y Bin Laden de los ochenta a dar lecciones por Europa. Puso la jaima en Villa Pamphilj pero dormía en el palacio. La diplomacia es curiosa: hace sólo año y medio no se autorizó al Dalai Lama intervenir en el Senado y hubo una desbandada general de políticos, que huían de él porque la consigna era no desairar a China. Pero Gadafi estuvo a punto de hacerlo en su visita si no hubiera sido por las protestas de la oposición. Berlusconi le hace la pelota por el suministro de gas y, ahora, porque es decisivo para cerrar desde el origen el flujo de embarcaciones de inmigrantes ilegales. Por eso firmó en agosto de 2008 un sorprendente Tratado de Amistad por el que Italia pagará a Libia 5.000 millones de dólares en veinte años en concepto de «reconocimiento completo y moral de los daños infligidos en la época colonial». Y todos tan amigos. La historia de las relaciones Italia-Libia es muy curiosa, pero ya hablaremos de eso otro día.

La verdad es que en España la película de Anthony Quinn la ponían por la tele, yo la vi cuando era pequeño. Les pongo un fragmento que he encontrado por ahí en el ciberespacio árabe.

Ah, imagino que, siguiendo las reglas consuetudinales del blog, esto abrirá un debate sobre el genocidio en América y el quinto centenario, o algo así. Que tampoco me parece mal.

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