Night Shyamalan utilizó una invasión en ‘Señales’ para hablar de la fe. Los visitantes verdes eran una mera excusa. Los platillos sobre el planeta tierra, la amenaza perfecta para poner a los protagonistas en jaque y hacerles dudar de lo que creían hasta entonces. La historia con Gibson y Phoenix como estrellas podría haber estado inmersa en la Guerra de la Independencia o en la Segunda Guerra Mundial tranquilamente, con la invasión nazi en Rusia incluso. Se la tachó de peli mala de ciencia-ficción, pero Shyamalan es más inteligente que los que criticaron la cinta sin saber de qué iba la historia de verdad. Ni puñetera idea.
En ‘Extraterrestre’, Vigalondo da una vuelta de tuerca a todo esto. Utiliza la mezcla de géneros igual que Shyamalan o Nolan se lo pasan en grande engañando al espectador con sus juegos de malabares. La invasión en sí, el platillo volante sobre Madrid sólo es el fondo de una foto en la que están pasando otras cosas. Como si fuera un croma.
Los personajes de ‘Extraterrestre‘ utilizan la invasión para echar el resto por su princesa de cuento: una Michelle Jenner que flipa en colores con el asunto. Y cada pretendiente utiliza sus cartas. Un cuadrado amoroso en el que sobra demasiada gente. Carlos Areces, el vecino pesado, ‘malmete’, ‘metiche’ y con alma de portera rancia; ‘Julio’ Villagrán, el último en llegar y el que mejor entiende de qué va todo esto, el antihéroe perfecto, y Raúl Cimas, convertido en una especie de Martin Donovan, el Marc Singer de ‘V’, aquel jefe de la Resistencia, cuyos planes alocados siempre acababan convirtiéndose en un despropósito.
En esos planes para intentar encandilar a la chica del cuadrado amoroso, el platillo volante y la invisible invasión toman un papel fundamental. Aunque el espectador tenga casi todas las pruebas delante de él, Vigalondo, gracias al guión y el montaje, juega a crear incertidumbre, a que acabemos dudando de cada uno de ellos. Y eso es algo que, dentro de una historia tan rocambolesca como surrealista, está muy conseguido.
La historia de Vigalondo quizá toque más de lleno a una generación en concreto. Mi madre, por ejemplo, no entendería muchas cosas que pasan en el filme, ni algunas reacciones. Pero esos momentos impagables son los que mejor no definen. No veo a mi padre despertándose en casa de una chica después de una noche de fiesta en sus años de ligoteo. Ni siquiera a mí explicándoselo todo a mi madre un domingo entre la paella y el postre. Estamos hechos de otra pasta. Más ochentera.
Borja Cobeaga (aquí productor) nos mostró a su ‘pagafantas’ en 2009, y Vigalondo nos enseña ahora a su ‘extraterrestre’. Los dos tienen en común que son dos conceptos que podríamos meter en un diccionario de nuestra época moza. Uno, el que consuela a la amiga de cara a la galería y que en silencio se muere por sus huesos. Y el otro, ese tipo que en el último de los momentos se da cuenta de que sobra.
‘Extraterrestre’ también nos retrotrae a otra época. ¿Quién no recuerda aquel estridente Julia x Julio del colegio? Uno se ponía rojo si le gustaba en serio la Julia de turno. Si perdía los calzoncillos por ella. Aquí ese grito se ha transformado. Ha madurado en un ‘¡¡¡Julia folla con Julio!!! ¡¡¡Julia folla con Julio!!!’.
Porque querer a alguien no significa siempre luchar por ese amor hasta el final. Querer a alguien también es apartarse a tiempo. Porque cuando uno se da cuenta de que no cuenta, de que se tiene que apartar… uno repara por fin en que es un ‘extraterrestre’ en un mundo que no le pertenece. En una lucha (por amor) que no tiene sentido. Por que el amor en tiempo de invasiones es también amor. Apartarse a tiempo es a veces cosa de valientes. Y encima si es con humor, punto positivo.