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El Dhaulagiri se queda con Juanjo

Lo más difícil ya lo había conseguido Juanjo. Aguantar cuatro días –y tres noches– a casi 8.000 metros, con una pierna rota, a la intemperie y sin comida ni agua. Así que cuando dos sherpas llegaron hasta él el domingo y lo encontraron aún con vida, acompañado de Kheshap, el sherpa que ha permanecido junto a él hasta el final tras provocar la caída que le fracturó un tobillo, el milagro parecía estar hecho. Lo imposible parecía hacerse posible.

Por eso, la frase «Juanjo se queda en el cielo» publicada pasadas las dos de la madrugada del lunes en su blog cayó como un mazazo. No solo en la comunidad alpinística, sino en toda la gente, aficionada o no al monte, que llevaba desde el jueves pendiente del rescate. Había que leerla dos veces para dar crédito a su significado. Pero el texto que le seguía, escrito por su familia, no dejaba lugar a las dudas. «A pesar de los esfuerzos de muchísima gente; a pesar de la fuerza que habéis hecho todos y, sobre todo, a pesar de la resistencia heroica que ha puesto Juanjo Garra, acompa ñado hasta el último aliento por Kheshap Sherpa, la montaña ha decidido quedarse para siempre con la compañía de quien tanto la quería».
Juanjo se había apagado en el último momento, tras aguantar como un titán durante cuatro días y con un tobillo roto el frío, el hambre, la sed y, sobre todo, la falta de oxígeno en la ‘zona de la muerte’ del Dhaugiri (8.167 m.).

Sin embargo, cuando en la tarde del domingo los dos anónimos sherpas que llegaron hasta él le dieron de comer y de beber y le suministraron oxígeno, el rescate estaba muy lejos de darse por concluido. Los alpinistas nativos se encontraron con Juanjo y Kheshap justo al inicio del tramo más técnico de la ascensión, conocido como ‘la travesía’, una zona donde los montañeros tienen que escalar en oblicuo una pared con una pendiente de 50 grados entre los 7.400 y los 7.800 metros de altitud. Hasta ese punto habían podido descender a duras penas Juanjo y Kheshap.

A partir de ahí y con una pierna rota, la ayuda para seguir descendiendo era imprescindible. Y si no era en helicóptero hacían falta más de dos personas. Por eso más abajo ascendían dos cordadas. Por delante, Jorge Egocheaga, que es médico, y Nigma, un sherpa de la zona del Makalu que había decidido también sumarse al rescate. El helicóptero había cogido una ventana de buen tiempo y había podido dejarlos en el campo III (7.200 m.), desde donde habían partido inmediatamente hacia arriba. Menos suerte tuvieron Alex Txikon y Ferran Latorre, a los que el helicóptero solo pudo subir hasta los 6.100 m.

Allí iniciaron una frenética ascensión contra el reloj que les llevó hasta el campo III –1.100 metros de desnivel en unas pocas horas–, donde ya de noche se encontraron con los dos sherpas anónimos, Kheshap, Jorge y Nigma. Pero faltaba Garra. Entonces sobraron las palabras para entender lo que había sucedido. Después de tantas horas aguantando, y pese a recibir los primeros auxilios médicos y oxígeno, Juanjo se había apagado en brazos de sus rescatadores. En silencio, con la impotencia incrustada en su corazón, iniciaban el rápido descenso de una montaña que volvía a ser tremendamente injusta con los alpinistas españoles.

Un ochomil en el que Juanjo descansará para siempre por expreso deseo de la familia. «Para no poner más vidas en peligro», según explicó su portavoz, Miquel Àngel Corts. «El Juanjo se quedará donde quería estar, en el cielo», añadió.

Tras alcanzar el campo base, todos los miembros del equipo de rescate eran trasladados a la ciudad de Phokara. Y de allí a Katmandú, donde durmieron anoche.

Atrás quedaba un despliegue de rescate sin precedentes en el Himalaya, que ha recordado mucho al organizado en el Annapurna en 2008 con Iñaki Ochoa de Olza. Un nuevo ejemplo de solidaridad en el que, coordinados desde España por Sebastián Álvaro, han participado sherpas, alpinistas occidentales y pilotos de helicóptero, jugándose todos ellos la vida de forma desinteresada por salvar la vida de Juanjo. Un buen amigo para alguno de ellos, pero un desconocido para otros. Esa es la grandeza de la solidaridad alpina.

Un esfuerzo colectivo que en absoluto ha resultado baldío. Además de demostrar que los más altos valores del alpinismo siguen en vigor, el operativo montado para salvar a Juanjo Garra ha servido para rescatar a otras ocho personas. La primera el viernes, cuando Simone Moro avistó desde el helicóptero a un alpinista indio perdido en la montaña y al que salvó de una muerte segura. Al día siguiente, también fueron evacuados del campo III otros siete alpinistas, alguno de ellos con congelaciones.

Y la familia y amigos de Juanjo Garra así lo ha sabido reconocer. «Queremos expresar de manera muy especial su agradecimiento a todos los que, de una forma u otra, han participado en la operación de rescate más espectacular que se ha visto jamás en el Himalaya. No menos de ocho personas han salvado la vida gracias al operativo montado especialmente para rescatar a Juanjo. Ésta es una victoria más que debemos apuntar en su balance».

Una montaña traicionera

El Dhaulagiri no es uno de los ochomiles más altos –es el séptimo, justo en mitad de la tabla de los catorce–; tampoco es de los más técnicos. Ni tan siquiera tiene fama de ser muy peligroso. Sin embargo, en la última década acumula una estadística devastadora, con una veintena larga de muertos que en proporción con las cumbres que cosecha lo sitúan como uno de los ochomiles más letales.

A lo largo de los años ha sido especialmente cruel con los escaladores españoles. La estadística mortal se remonta a 1989, año en que el catalán Quico Dalmases desapareció cuando ascendía por la ruta normal. Uno de los grandes del alpinismo aragonés, Pepe Garcés, también encontró la muerte en el Dhaulagiri. Fue en 2001, cuando resbaló cerca de la cumbre nada más iniciar el descenso.

En 2007 se cobraba la vida de otro aragonés, Santiago Sagasta, y del navarro Ricardo Valencia, sepultados por una avalancha mientras descansaban en el siempre peligroso campo II. Hasta el domingo cerraba la lista Rafael Guillén, muerto al sufrir una caída en 2008.

 

Juanjo Garra, en el C-II del Dhaulagiri, con los Annapurnas al fondo.

 

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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