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20º día CB Everest. Ríos en el campamento.


Antes de nada, comencemos por lo importante. Enterrar a los muertos como se merecen. Nuestro desgraciado y anónimo fallecido en el campo 3 el pasado domingo ya tiene identidad. Se llama Rick Hitch tenía 55 años, era de California (EE UU) y deja esposa y dos hijas. Estaba intentado ascender el Everest dentro del proyecto ‘Seven Summits’, que consiste en escalar las montañas más altas de todos los continentes (separando América en Sur y Norte e incluyendo la Antártida). En paz descanse.

De todas formas, no os hagáis ilusiones. Sus datos han llegado a las webs especializadas de montaña desde California. En el Everest sigue sin haber muerto nadie. La web de la expedición comercial en la que estaba, IMG (International Mountain Guides), sigue sin decir absolutamente nada. Para qué estropear la fiesta. Y ayer la hubo. La noticia -esta sí- corrió como la pólvora por el campo base del Everest. ¡¡La ruta hasta la cumbre por el Collado Sur ya está abierta!!

Sobre las cuatro de la tarde, ocho sherpas de varias expediciones comerciales fijaban las últimas cuerdas en la cumbre. Así que ya está. A partir de hoy, un alpinista puede fijar su jumar a las cuerdas fijas en la entrada de la Cascada de Hielo y no soltarlas hasta los 8.848 metros del Techo del Mundo. ¡Alpinismo en estado puro! ¡Y cuidado! Para los que penséis que me lleno la boca de fundamentalismos alpinos, que quede claro que si mis condiciones físicas me lo permitieran y tuviera 60.000 euros para gastar en esto, probablemente sería uno de los que agarraría esa cuerda fija.

Pero dejemos de fantasear y vayamos al mundano día a día del campamento base. Antes de nada, otra noticia. Hay moscas en el CB. Sí, sí, moscas. No hablo en sentido figurado (habría dicho moscones, que los hay. Y hasta mosconas, pero eso mejor no tocar). Me refiero a esos pequeños y molestos bichos alados. Eso solo significa una cosa. Que ya no hace tanto frío. Y es verdad, pero con matices. Estos últimos días, por las mañanas, se puede estar en el CB hasta con manga corta. Yo de hecho lo estoy. Eso está muy bien. Después de tantos días de frío, sentir el calorcito del sol en la piel se agradece (siempre con la correspondiente protección solar, añadiría el ‘doc’, bendito ángel de la guarda de todos nosotros aquí arriba). Pero tiene otros inconvenientes, y aquí viene el título.

Os recuerdo que estamos viviendo sobre un glaciar, una masa de hielo tan viva como los que estáis leyendo esto. Y el hielo tiene una propiedad, cuando le da el calor se convierte en agua. Y el agua, en combinación con la gravedad, se junta y forma arroyos, ríos y lagos. Y en esa estamos. A media mañana, el campamento es un dechado de charcos, surgencias, arroyos y riachuelos. En algunos sitios tenemos que ir saltando de piedra en piedra. En mitad del campamento, por ejemplo, tenemos un bonito lago que amenaza nuestras relaciones interpersonales.

Pero no hay problema. Tenemos a Asier. Ni corto ni perezoso, se ha sacado de la caja de herramientas una pequeña bomba de achique de barco y ha drenado el lago, en cuyo hueco él y el doc han colocado un suelo de piedras.

Yo también he practicado un poco de ingeniería en torno a mi tienda y he logrado dar salida a uno de los charcos que la acosan abriendo un pequeño cauce a pioletazos en el hielo. Pero no confío mucho en su eficacia. La tienda sigue amenazando ruina. Pero es que el dormitorio aguanta tan bien que me da miedo meterle mano al suelo y luego tenga que convertirme en una culebra para encontrar posturar para dormir.

Pero no os hagáis ilusiones. El sol dura lo que dura y a partir de las cuatro de la tarde empieza a ocultarse o tras las nubes o tras las montañas. En menos de una hora, charcos, lagos, surgencias y riachuelos se han convertido en hielo puro. Es la hora de ponernos lo que llamamos ‘la ropa de noche’. En mi caso, dos pares de calcetines, una malla y dos pantalones, de cintura para abajo y dos camisetas, un forro polar, un plumífero y un gorro para arriba. Como veréis, de lo más ligerito. Y aún así algunos días no nos quitamos la tiritona hasta que nos metemos e el cuerpo la sopa de la cena, a las siete. Otro día os contaré el proceso para quitarme toda esa ropa y meterme en el saco dentro de una tienda que está por debajo de cero grados.

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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mayo 2011
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