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Los otros 'ochomiles' de Edurne Pasaban

Edurne Pasaban es la primera mujer que ha subido todos los ‘ochomiles’, las catorce montañas más altas del planeta. En sus paredes, aristas y glaciares, la alpinista tolosarra ha mostrado una fortaleza y una determinación dignas de la gesta conseguida. Sin embargo, mientras Edurne escalaba con decisión esas grandiosas montañas físicas, en lo más profundo de su ser y de su mente, otras cumbres más íntimas y personales se le mostraban casi infranqueables: las montañas de la vida. Desamores, descensos al límite, depresiones, intentos de suicidio o la muerte de amigos muy cercanos han sido los ‘ochomiles’ más difíciles para Edurne Pasaban, como revela en su biografía recientemente publicada, ‘Catorce veces ochomil’ (Planeta), de la que se han recogido las citas textuales reproducidas a continuación.
Al Himalaya por amor
1998. El Dhaulagiri supone su primera toma de contacto con los techos más altos del planeta. Va con unos amigos de Tolosa, pero allí conoce al alpinista italiano Silvio Mondinelli. Se enamoran e inician un idilio del que solo disfrutan en las expediciones, ya que él está casado.
«Habíamos vivido unos días de pasión intensa, y desde luego ninguno de los dos quería que aquello terminara allí. (…) Yo no fui al Dhaulagiri pensando que aquello sería el principio de una carrera ‘himalayista’ (…). Pero sucedió lo impensable: conocí a aquella persona con la que me encontraba tan bien, que vivía para esto, para la escalada y la montaña, una ficción, mejor dicho, una pasión que yo también compartía, aunque todavía no fuera muy consciente de ello. (…)
Era la persona adecuada en el momento adecuado. (…) Aquello fue, pues, una oportunidad única en mi vida, fue la puerta que me llevó a plantearme seguir escalando. (…) Lo único que puedo decir, lo único que responde a la verdad, es que mi relación con Silvio significó no dejar el alpinismo y no dejar de frecuentar el Himalaya. Esto es un hecho. ¿Puedo decir, pues, que toda esta historia, mi ‘hazaña’ de los ochomiles, nació con una historia de amor? Sin duda, por mucho que entonces no fuera consciente de ello».
Pero todo cuento de hadas tiene un final y éste llegó en 2002: (…) «La cuestión es que, cuando al cabo de unos días nos despedimos en Katmandú, como todos los años, como en cada expedición, nos dimos un hartón de llorar. No pronunciamos siquiera una palabra que aludiera a la ruptura, al fin de la relación. No, aparentemente todo estaba como siempre, pero en realidad aquellas lágrimas tenían el sabor de algo que termina, del desconsuelo, un regusto amargo que era imposible dejar de notar. Y esta sensación persistió en las llamadas telefónicas que nos prodigamos en las semanas siguientes, hasta que en una de ellas, casi en verano, me dijo que su mujer estaba embarazada, que debía tomar una decisión y que, en realidad, ya lo había hecho».
Contacto con la muerte
1999. Su primer intento en el Everest. Silvio y Edurne llegan al campo 3 de la vertiente norte camino de la cumbre. Buscan un lugar para la tienda de campaña.
«(…) Cuando yo llegué Silvio aún estaba buscando el sitio adecuado para plantar la tienda. Yo misma empecé también a mirar a un lado y otro.
-Fíjate, aquí estará bien, ¿no?- le dije.
Y ya se iba andando, como si no me hubiera oído. Fue uno de los ‘sherpas’ quien me dio la información necesaria:
-No, Edurne, aquí no, vamos con Silvio. Aquí hay un cuerpo, ¿no lo ves?
En efecto, allí había un cadáver. Era la primera vez que veía a un persona muerta. A 8.300 metros de altura. (…) Cuando ves un cuerpo, de hecho no quieres mirar, por respeto, por miedo, porque te estás enfrentado a algo que no sería tan extraño que pudiera sucederte a ti. Pero hay una fuerza que atrae la mirada, algo que no sabría cómo calificar, y que no encaja con el significado de la palabra morbo».
Entra mal tiempo y deciden esperar un día allí arriba a ver si mejora. Entonces, otra expedición les avisa de que uno de sus miembros, que ha hecho cumbre, baja con problemas. Cogen una botella de oxígeno de una tienda cercana y salen a buscarle. «Estuvimos caminando casi tres horas, y veíamos que nos íbamos acercando lentamente, a unos doscientos metros empezamos a gritar y a levantar los brazos. No sé si nos vio, ya que iba arrastrándose a ratos y de vez en cuando se levantaba.
-¡Ya lo tenemos, está a tiro de piedra!- avisamos por ‘walkie’.
(…) Cuando estábamos quizá a sólo cien metros se volvió a levantar, tropezó y se precipitó montaña abajo, sin remisión, delante de nosotros. Me quedé sin habla, noté que me faltaba la respiración, comencé a sollozar con violencia y al fin me puse a llorar con todas mis fuerzas. Silvio, que había quedado en principio inmóvil, tan pasmado como yo, comenzó a sacudirme, pero yo no estaba todavía por la labor de reaccionar, no me daba cuenta de nada, era como si un nudo hubiera estallado dentro. Hasta que me dio un par de bofetadas, aunque tuvo que quitarse los guantes para que yo las sintiera de verdad. Y, en efecto, entonces me calmé».
El descenso del K2
26 de julio de 2004. Edurne y sus compañeros de expedición, Juanito Oiarzabal, Juan Vallejo y Mikel Zabalza, además de otro grupo de italianos entre los que está Silvio Mondinelli, llegan a la cumbre del K2 a las seis de la tarde, poco antes de anochecer. Está agotada. Silvio se encorda a ella y le ayuda a bajar hasta las cuerdas fijas. Allí se adelanta. Ya es noche cerrada y Edurne se queda sola. «(…) Seguí bajando y llegué hasta el punto en el que, al subir, habíamos esperado a que Juan atravesara la placa de nieve. Enganché la cuerda para comenzar a pasar y, en aquel momento, seguramente por lo agotada que estaba, sin darme cuenta se me cayó la luz frontal montaña abajo y me quedé a oscuras. Por si fuera poco, como no podía soltar el mosquetón, me había sacado un guante que se me perdió también en la oscuridad. En ese punto me quedé sola, de noche, sin frontal y sin guante. ‘Qué voy a hacer?’, pensé, e inmediatamente, de forma instintiva, la cabeza se me fue hacia Juan y Juanito, que venían justo detrás. No podía hacer otra cosa que esperar.
Me senté y en aquel instante no sentía ni angustia ni miedo, porque tenía la tranquilidad de pensar que venían mis compañeros. El caso es que, sin darme cuenta, me adormecí, ni siquiera recuerdo cuánto tiempo debí pasarme sentada allí, hasta que Juan me encontró exhausta, dormida. Llevaba 21 horas a más de 8.000 metros, sin oxígeno, sin parar de caminar, con apenas medio litro de agua y habiendo comido tan sólo una barrita energética. Cuando alguien me pregunta si he estado a punto de perder la vida alguna vez, le digo que sí; en esa ocasión, por ejemplo, pero no fui consciente de ello. Estoy convencida de que mucha gente se ha quedado en el Himalaya sin darse cuenta de que se estaba muriendo.
(…) En cuanto Juan me vio, me sacudió y me despertó todo lo que pudo, pero me parece que mi cuerpo se había relajado ya del todo al dormirme, y me costaba una barbaridad ir avanzando. A cada paso tenía la tentación re renunciar, y terminé por decirle a Juan:
-No puedo más.
Darle la vuelta a esta dinámica es muy difícil sin ningún medicamento o estímulo adicional. Entonces Juan me agarró, le pasé los brazos por el cuello y me bajó literalmente a rastras. Hizo un esfuerzo sobrehumano y, sin lugar a dudas, me salvó la vida».
«¡Quiero morirme!»
Meses antes de escalar el K2, Edurne había iniciado una nueva relación sentimental con un alpinista andorrano, que se prolonga hasta finales de 2005. La ruptura provoca en la tolosarra un íntimo debate sobre si continuar con su vida alpinística o convertirse en una personal ‘normal’ y formar un familia. Las dudas le corroen y acaba por caer en una profunda depresión. El día de Reyes de 2006, algo se rompe dentro de su cabeza «A las siete de la tarde, después de una larga sobremesa, pedí a mis padres que me llevaran a casa y me fui a la cama directamente. Y con mi madre sentada a mi lado estallé al fin, empecé a llorar con todas mis fuerzas, mientras le decía:
-¡Ama, no puedo más! ¡Yo quiero morirme! ¡Yo quiero morirme!
Sentía como si me desgarraran por dentro. Simplemente quería dejar de sufrir, de sentir aquella pena tan intensa. (…) Y así fue cómo decidieron ingresarme en el hospital. Aquella misma noche llamaron y me llevaron a la sección de psiquiatría».
Un mes después recibe el alta y vuelve a las clases de un máster que está cursando en la prestigiosa escuela de estudios empresariales de Barcelona (ESADE). «(…) Pero no estaba bien, no lo sabíamos pero no estaba curada todavía, y de hecho un día caí en lo más profundo del pozo. Un día me sentí sola, tan desgraciada, me desgarraba una desesperación tan intensa que quise terminar con todo. Cogí los frascos de antidepresivos, volqué en el hueco de mi mano la máxima cantidad que pude y me los tragué, mientras, de la manera más torpe posible, intentaba cortarme las venas de la mano izquierda.
Y acto seguido, muy rápidamente, antes de que las pastillas me hicieran efecto (puesto que mi muñeca apenas sangraba) tuve tanto miedo que llamé de inmediato al teléfono de urgencias. (…) Y ya no recuerdo nada más, sólo que me desperté en la cama del hospital».
Intento de violación
En el verano de 2006, en pleno proceso de recuperación de su depresión, Edurne vuelve a las montañas, concretamente al Karakorum, en un proyecto para el programa ‘Al filo de lo imposible’ mitad alpinístico y mitad humanitario. Camino de la cordillera hacen noche en Chilás, un pueblo perdido en mitad de Pakistán, en una región controlada por los talibanes. Después de cenar sube a la azotea del hotel para llamar a casa con el teléfono satélite.
«Estaba llamando a casa y a punto de comunicar con mis padres cuando, de repente, oigo un ruido y veo que el hombre que me había atendido hacía unas horas al llegar, y que era el propietario del hotel, aparecía por la puerta de la azotea y la cerraba tras de sí. No entendí bien lo que hacía hasta que, inmediatamente, se me acercó y comenzó a tocarme. (…) Empecé a pegar manotazos y patadas, pero aquel canalla no desistía, y entonces comencé a gritar con todas mis fuerzas. Por suerte mis compañeros de expedición me oyeron en seguida y no tardaron ni un minuto en subir. Y no le pegaron una paliza porque al fin y al cabo somos más civilizados (…)».
La muerte de tres amigos
13 de enero de 2007. Edurne, su primo Asier Izagirre y tres buenos amigos suyos, Luis Mari Pikabea ‘Loro’, Xabier Zubieta y Xabier Saralegi, escalan la cara norte del Taillón, una de las rutas invernales más clásicas de los Pirineos. Los dos primos formaban una cordada y los otros tres alpinistas, otra. «En un momento dado nos alcanzaron hasta el punto en el que estábamos, y yo, que iba la segunda tras mi primo, empecé a hablar con ‘Loro’, el primero de su cordada. (…) Y no sé qué debió pasar, si fue Xabi o Zubieta quien perdió pie, nunca llegaré a saberlo, el caso es que, de repente, los tres se fueron para abajo. Me quedé sin habla, me agarré a la roca, a todo lo que pude, pasmada, como también quedó Asier, sin saber qué hacer, qué decir, dónde mirar. Éramos conscientes de que habían muerto, no podía ser de otro modo, pues la caída era al menos de trescientos metros. Sin decirno apenas cuatro palabras, comenzamos a bajar poco a poco, asegurándonos ahora en cada paso (…). Estuvimos bajando casi dos horas durante las cuales, periódicamente, nos asaltaba todavía una brizna de esperanza, aun siendo conscientes de que el desenlace no podía ser otro que el que se produjo a la postre. En un momento dado le pregunté a Asier si creía en Dios.
-No lo sé- me constestó, jadeando, sin mirarme, sin detenerse ni un instante».
Horas más tarde se encuentran con las familias de los tres amigos. «En aquel momento, Asier y yo nos abrazamos, llorando como nunca lo habíamos hecho, y recuerdo que lo primero que les pedimos fue perdón, mil veces perdón, como si estuvieramos disculpándonos por estar vivos. Pero la verdad es que yo me preguntaba: ‘¿Por qué han sido ellos? ¿Por qué no he sido yo?’ Aquel dolor era insoportable, es un momento en el que lo estás pasando tan mal que no quieres vivir. Y luego, con el tiempo, al rememorar aquel episodio, me he ido dando cuenta de que casi es una reacción de egoísmo, y sin duda de cobardía, la de preferir morir antes que sufrir o que asumir la responsabilidad, por dura que sea. Y al mismo tiempo supongo que es una reacción muy humana.»

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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