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Fallece a los 105 años Julio Chamorro, Guarda mayor de Gredos

Julio Chamorro González, Guarda mayor, abanderado de la protección de la Sierra de Gredos e historia viva de ella, falleció el pasado 18 de febrero, mientras dormía en su casa de Hoyos del Espino, en Ávila. Tenía 105 años –cumpliría 106 en junio-. La víspera tuvo un percance doméstico. «Se cayó en la bañera». Le llevaron hasta el Hospital Nuestra Señora de Sonsoles de Ávila, pero no se había hecho nada. «Era un golpe sin gravedad». En la mañana del 18 las dos señoras que lo cuidaban fueron a despertarlo, se lo encontraron muerto en la cama. «Ha muerto de vejez», indicaron fuentes del ayuntamiento de Hoyos. Estuvo casado con Maximiliana López, fallecida recientemente a edad también centenaria.
Fue uno de los primeros guías oficiales de España. Solía mostrar con orgullo el carnet, expedido por el organismo correspondiente a finales de la Guerra Civil. Pero antes había ejercido otras profesiones. Fue carretero -como su padre-, ganadero, agricultor e incluso alcalde de su pueblo, Hoyos del Espino, pero de lo que más se enorgullecía era de haber sido Guarda mayor. Hombre recio, discreto y trabajador, conocía hasta el menor detalle la flora y fauna de la serranía, de la cual es expresión singular la ‘capra hispanica’, el montés,
del que en la actualidad hay más de 6.000 ejemplares repartidos por los prados altos y canchales de la serranía.

Un gran amigo de Chamorro, Alonso Álvarez de Toledo, lo definía a la perfección. «Julio -señalaba- ha sido un hombre completísimo. Dotado de una inteligencia y memoria privilegiadas, ha sabido aprender de quien podía enseñarle a hacer todo mejor. Cazar y pescar, pero también esquiar y escalar, entre otras actividades, pero sobre todo ha estado siempre atento a dar su acertada opinión en todo aquello que podía afectar a Gredos y a sus cabras monteses».

Tras jubilarse como guía siguió pendiente de la Sierra de Gredos. En el 2004 publicó sus memorias, tituladas «Gredos, un siglo entre piornales y roquedos», la historia de la Sierra de Gredos en los dos últimos siglos, contada en primera persona
Desde su puesto de guía de Gredos tuvo relación con personas de gran relevancia política y científica. Conoció a cuatro jefes de estado: el Rey Alfonso XIII, el general Franco y el Rey Juan Carlos I. A Manuel Azaña lo saludó en Madrid. También guió y acompañó en sus cacerías por Gredos al general Dámaso Berenguer, a Manuel Fraga, a Don Alfonso de Borbón y al príncipe Rainiero de Mónaco. «He atendido siempre con la misma amabilidad a un barrendero de Madrid que a los jefes de Estado», afirmó en varias ocasiones el veterano guía.
Fue compañero habitual de montería de Eduardo Figueroa (1899-1986), conde de Yebes e hijo del Conde de Romanones, cazador a tiempo completo, dibujante y escritor que tiene el honor de haber recuperado la raza del perro alano español.

Un gran amigo de Chamorro, Alonso Álvarez de Toledo, mostraba cómo era en el prólogo del libro. «Julio -señalaba- ha sido un hombre completísimo. Dotado de una inteligencia y memoria privilegiadas, ha sabido aprender de quien podía enseñarle a hacer todo mejor. Cazar, pescar, esquiar y escalar, entre otras cosas, pero sobre todo ha estado siempre atento a dar su acertada opinión en todo aquello que podía afectar a Gredos y a sus monteses».

Ante todo fue un hombre de principios. En el libro cuenta que durante una cacería del antiguo Jefe del gobierno Francisco Franco en la Sierra tuvo que echarle agallas, porque muy poca gente se atrevía a hablar con él en los términos en los que Chamorro se le dirigió. Solía contar la anécdota con todo detalle. «En el Circo de Gredos entraron aquel día todas las cabras de la vertiente sur y de la zona de las Cinco Lagunas. Bajaban machos por todas partes y los tiros surgían de aquí y de allá. Hasta los escoltas disparaban. Aquello no parecía una cacería, era un auténtico caos. Fue un éxito, por el número de cabras cobradas, ya que se abatieron 105 ejemplares. Cuando terminamos y mientras regresábamos, yo no hacía más que pensar con tristeza la matanza de cabras que allí se había realizado (…). Al dar vista al Refugio me atreví a decir: ¡Mi general, a este paso nos cargamos el coto!’ No me respondió, pero al año siguiente dio la orden de que: el que viniera por primera vez, podía matar dos ejemplares, pero el resto sólo uno.

Tuve la oportunidad de tratarle en el invierno de 1973. Media docena de esquiadores vizcaínos (los hermanos Ruiz, Boira y alguno más) de los clubes Deportivo Bilbao y Juventus OAR, cuando estaba en Mazarredo, nos desplazamos a Gredos para recorrer con esquís de fondo las alturas próximas a Hoyos, acercarnos a la Laguna, y luego intentar con grampones el Almanzor. La villa era un desierto. Había bar-restaurante y poco más. Dormimos durante varios dias en un pajar, sobre un corral donde mugían las vacas. Un atardecer metido en nieve, en el que pudimos descender con esquís desde la Plataforma al pueblo, después de haber subido al Morezón, nos metimos en la taberna para ver las noticias en la televisión. Un señor ya veterano (Chamorro) se nos presentó y comenzamos a hablar de picos (los había subido todos), de esquís, ceras y las bondades de ls tablas nacionales y extranjeras (finlandesas). Durante la conversación (la repetimos en jornadas posteriores) nos preguntó si conocíamos al ‘Hombre de las Cavernas’. ¡Cómo no¡ le contestamos. De vista, pero que sí. Se refería a Antonio Ferrer Bolart, un montañero del Club Deportivo que tiene el honor de ser el padre de la espeleología vizcaína. Nació en Las Arenas (3-12-1900). Su madre Isabel Bolart y su padre Miguel Patricio Ferrer Malzarraga y su hermano Rafael (el apellido Ferrer es originario de Andratx, Mallorca) fueron los pioneros del fútbol en Vizcaya, en aquellos campos gloriosos de los terrenos de juego de Lamiaco, de la Campa de los ingleses y de la campa de Santutxu.

César Estornés nos traza una detallada biografía en la página de Club Deportivo Bilbao. En ella nos cuenta que Ferrer se crió en un ambiente deportivo. Sabemos de sus actividades deportivas por los periódicos de la época, la natación, los saltos o la vela en la embarcación fondeada en El Abra, propiedad del Club Deportivo La Txata. Practicó el esquí, el slalom, con sus hermanas Conchi e Isabel, en el año 1923. Como todos los montañeros de principios del siglo fue un buen ciclista participando en las pruebas sociales del Club.
Se sabe que en el año 1917 empieza explorando simas y cuevas, como complemento a su actividad montañera. Es el padre de la espeleología en Vizcaya. Antes de la guerra, Ángel Sopeña, ilustre montañero del Club, le puso en el semanario Norte Deportivo el apodo de ‘El Hombre de las Cavernas’. Antonio hacía gala de ello y llevaba consigo una sortija, con un hombre primitivo y un cráneo de oso. Julio Chamorro nos contó en una de aquellas veladas que Ferrer había estado varias veces en Gredos y que él le había acompañado en alguna de sus correrías. Incluso nos mostró un libro en el que recogía sus andanzas peninsulares y que le había regalado. También nos dijo que le había invitado a venir a Bilbao para subir al Gorbea. No recuerdo si aceptó el ofrecimiento.

Sirvan estas líneas para recordar a un gran montañero que tuvo la suerte de enlazar durante casi cien años en activo diferentes maneras de enfocar la montaña. Cazadores y excursionistas, turistas y escaladores, todos recurrían a Julio Chamorro como guía serrano. Fue buen jinete y mejor andariego. Realizaba grandes travesías a caballo para avituallar a los viajeros y visitantes que recalaban en el Refugio del Club Alpino, heredero del llamado Refugio del Rey, que se hundió tras años de uso. Su lugar lo ocupa ahora el Parador Nacional, pionero de estos establecimientos turísticos españoles.

Foto Agencia Efe

www.diarioavila.es

www.club-deportivo.com

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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febrero 2010
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