No es la primera vez, ni será la última, que los símbolos que señalan las cumbres y/o ilustran el paisaje (buzones, cruces, pequeñas esculturas, cruces de señales, mesas de orientación…) sufren la actuación de gamberros, vándalos o ‘animales racionales’ de similar pelaje. Ahora le ha tocado al Txindoki, como ilustraba el pasado sábado nuestro compañero del Diario Vasco José Manuel Sotillos en su página semanal del periódico guipuzcoano.
La pequeña figura de metal de un montañero que había en la cumbre de la popular montaña de Aralar ha sido arrancada recientemente de su ubicación. Ni me planteo intentar buscar un motivo que lleve a una persona a realizar ese acto.
Pero como decía al principio, por desgracia ni ha sido la primera vez ni será la última. La historia del montañismo está plagada de actuaciones de este tipo. Venganzas ocultas, fundamentalismos ecologistas o simple afán destructor, el caso es que los casos de vandalismo en la montaña son numerosos.
Uno de los más incomprensibles lo padeció la mesa de orientación de la cumbre del Gorbeia hace seis años. Uno de los símbolos del punto culminante de Bizkaia y Araba (la original se colocó en 1931) fue sustituida por una nueva en enero 2002 con motivo del centenario de la colocación de la primera Cruz, cuya conmemoración se realizó dos meses antes. Sin embargo, el 6 de junio estaba ya rota. El 20 de marzo de 2003 había una nueva, pero entre el 24 y el 31 de julio se ese mismo año la mesa volvió a ser destrozada, según pudo comprobar el montañero Pedro Puelles, que en esa época subía a la Cruz todos los jueves del año.
Esta vez, la Diputación foral de Bizkaia, responsable de la renovación, decidió no sustituirla para que todos los montañeros pudieran comprobar la sinrazón de algunos. Y así sigue, como se puede comprobar en la foto adjunta. Cabe recordar que la mesa de orientación del Gorbeia está realizada con pirolava, un material de extrema dureza, por lo que los autores del destrozo tuvieron que subir hasta la cumbre algún elemento pesado como una maza, un pico o una piedra de grandes dimensiones para romper a golpes la esfera en la que están registrados nombres de 104 montañas que se divisan desde la cima en un día claro, hasta una distancia de 230 kilómetros. Lo que hace aún más incomprensible la agresión, ya que tuvo que ser perfectamente planificada por sus autores.