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Polémica tras la tragedia

Los foros y las webs sobre montaña echan humo estos días tras la tragedia del K2. El debate está servido: ¿Los alpinistas involucrados tenían experiencia y nivel suficiente para acometer la ascensión a esa montaña? ¿Fue una imprudencia continuar hasta la cumbre pese a lo tarde que se les había hecho? (hicieron cumbre sobre las ocho de la tarde, casi noche cerrada ya en el Karakorum) ¿Lo sucedido fue mala suerte o la actitud de los alpinistas resultó decisiva para el fatal desenlace? ¿Se puede responsabilizar a los alpinistas de la muerte de los porteadores y sherpas que habían contratado para ayudarles en la ascensión?
En algunos foros y comentarios de periódicos incluso ha habido profusión de insultos para los alpinistas fallecidos, descalificándolos como personas y como montañeros. Algo con lo que evidentemente no estoy de acuerdo: es muy fácil criticar la actuación de una persona, al límite de sus fuerzas y a ocho mil metros de altitud, desde el salón de tu casa, con un gin tonic a tu vera y el ordenador enfrente.
Y es que como suele suceder en casi todos los ámbitos de la vida, no todo es blanco o negro. En la vida no hay buenos y malos (eso queda para las del oeste de serie B). Todo hombre, y cada una de sus actuaciones, tiene muchos matices. Y es muy dificil juzgarlas desde la distancia, en un contexto totalmente diferente y sin ni siquiera conocer al cien por cien los detalles de lo sucedido.

(En la imagen de la derecha, la vía de los abruzzos, ruta habitual de ascenso al K2.)

Pero vayamos por partes:
1ª Pregunta: ¿Los alpinistas involucrados tenían experiencia y nivel suficiente para acometer la ascensión a esa montaña?
Un vistazo al currículum de la mayoría de las personas que estaba allí arriba invita a pensar que desde luego no eran unos novatos, no eran unos “turistas” -como algún ilustre escritor les ha definido en un periódico de tirada nacional- la mayoría de ellos tenían amplia experiencia en el Himalaya y/o como escaladores de dificultad. Ahora bien, ¿esos historiales les capacitaban para ascender el K2? Seguramente en circunstancias normales sí (indudablemente, en la lista de personas que han subido el K2 hay gente con peor historial que ellos). El problema es que el 1 de agosto pasado, una serie de circunstancias convirtieron la ruta del K2 en una trampa casi mortal de la que sólo escaladores de una cualidades excepcionales podían escapar. No es casualidad que los dos únicos supervivientes (pese a todo con graves congelaciones) del grupo que quedó atrapado por encima del ‘Cuello de Botella’ hayan sido el holandés Wilco van Rooijen y el italiano Marco Confortola, sin duda los dos hombres con mayor calidad y experiencia contrastadas de los que estaba allí arriba.

2ª Pregunta: ¿Fue una imprudencia continuar hasta la cumbre pese a lo tarde que se les había hecho?
Aquí hay un dato irrefutable: El código de seguridad de toda expedición en un ochomil dice que hacer cumbre más allá de las dos de la tarde supone superar unos límites cuyas consecuencias pueden ser imprevisibles. Y es que la primera norma que cualquier montañero debe de tener presente siempre es que la ascensión no termina en la cumbre, sino en el campo base tras bajar de ella. O como dijo Kurt Diemberger a raíz de su ascensión al K2 en 1986: “un ochomil sólo te pertenece cuando has llegado al campo base. Hasta entonces, tú le perteneces a él”. El problema -o el mérito- es tener la suficiente lucidez, cuando te encuentras al límite de tus fuerzas, por encima de los ochomil metros y a pocos centenares de metros de una cumbre en la que has empeñado todas tus energías durante los últimos años, para decidir darte la vuelta. Probablemente sea ésa la mayor prueba de madurez y responsabilidad a la que se pueda enfrentar un alpinista. Pese a todo, el himalayismo está repleto de ejemplos en los que escaladores, algunos de ellos de contrastada calidad, han hecho cumbre muy tarde, incluso de noche, y han descendido sin mayores problemas. Aunque otros no.

(En la foto de la derecha se advierten las graves congelaciones que sufre Marco Confortola en sus pies)

3ª pregunta: ¿Lo sucedido fue mala suerte o la actitud de los alpinistas resultó decisiva para el fatal desenlace?

Llegamos al meollo de la cuestión. Una vez que todos los supervivientes están ya a salvo y han comenzado a contar lo vivido, sus relatos están sirviendo para conocer con bastante precisión lo ocurrido, que en muchos detalles no coincide con los datos que se manejaban hasta ahora. En todo caso, todo apunta a una combinación de mala planificación, decisiones erróneas y, también, mala suerte. Para empezar, dos de los fallecidos, el serbio Dren Mandic y uno de los porteadores paquistaníes, murieron antes de llegar a la cumbre. Concretamente, poco después de partir del campo IV, cuando Mandic perdió pie y cayó al vacío y a su porteador le pasó lo mismo al acudir en su ayuda. Esta primera desgracia hizo dudar al resto del grupo, formado por una veintena de escaladores de varias expediciones, la mayoría del os cuales finalmente decidió continuar la ascensión. Llegan al ‘Cuello de Botella’, el tramo más técnico de la ruta. Aquí, Wilco van Rooijen y Marco Confortola han coincidido tras su rescate en declarar que fue en ese momento cuando se dieron cuenta de que el grupo pecaba de desorganización e inexperiencia. Hasta el punto de que una mala colocación de las cuerdas fijas les hizo perder casi dos horas. El holandés añadía que esa mala colocación pudo ser incluso determinante para que horas más tarde fueran arrastrada por una avalancha. Pese a todos los problemas, el grupo continúa hacia la cumbre. Camino de ella se cruzan con Alberto Zerain, que baja ya. Sus sensaciones son premonitorias: “iban muy lentos, yo creo que bastante justos de fuerzas y encima la mayoría llevaba botellas de oxígeno. Por la hora que era y el ritmo que llevaban me pareció que era una temeridad seguir subiendo”. Pero lo hacen. Y llegan a la cumbre. Ocho de la tarde, noche ya en el Karakorum. Y es en el descenso cuando se desata la tragedia. En el ‘Cuello de Botella’ se desprende un trozo del serac que pende sobre él y provoca una avalancha que arrastra a tres coreanos y sus sherpas, que justo estaban pasando por debajo, y las cuerdas fijas. Varios de los que habían hecho cumbre habían pasado ya, pero media docena de hombres queda atrapados por encima del Cuello de Botella. Ante ellos, un caos de nieve y hielo ocupa ahora el lugar de la ruta y las cuerdas. Confortola relata cómo vio a varios coreanos colgados de la cuerda sin poder hacer nada por ellos. Bajaba con su amigo Gerard McDonnell y deciden hacer un agujero en la nieve a la espera de ayuda. Entonces un nuevo estruendo sacude al italiano, que sólo acierta a ver las botas de su compañero en el seno de un nuevo alud que pasa junto a él. Algunos de los supervivientes logran llamar a sus campos base con los teléfonos satélites e informar de lo ocurrido. Desde el Campo IV varios porteadores salen con cuerda para reequipar la vía. Por el camino encuentran a Marco. Wilco van Rooijen también aparece más tarde. Del restonada más se ha vuelto a saber.

(Los holandeses Las Van De Gevel y Wilco Van Rooijen, dos de los sueprvivientes, tras ser tratados de sus congelaciones en Skardu)

4ª Pregunta: ¿Se puede responsabilizar a los alpinistas de la muerte de los porteadores y sherpas que habían contratado para ayudarles en la ascensión?

Es uno de los aspectos que más polémica está suscitando. Al fin y al cabo, los sherpas y porteadores de altura paquistaníes suben allí arriba por dinero, porque es su trabajo, no por gusto o placer. Y aunque nadie les pone una pistola en el pecho para hacerlo, quizás si el nivel de vida de su país y el suyo propio fueran otros elegirían otra actividad menos arriesgada. Aquí el debate es complicado y va más allá del alpinismo para entrar en aspectos socioculturales y económicos, de la dicotomía Primer mundo/Tercer mundo. Un debate, en todo caso, inabordable en lo legal pero con las más variadas interpretaciones en lo moral.

Yo me apunto a la reflexión con un, como mínimo, curioso dato: en el trágico verano de 1896, de los 13 alpinistas que murieron en el K2, ninguno de ellos era sherpa ni porteador. En la tragedia de la pasada semana, casi la mitad lo eran. ¿Es ese dato un retroceso para el alpinismo o un avance para los países de los que son originarios los porteadores y guías (Nepal y Pakistán), que han convertido esa actividad en una de sus principales fuentes de riqueza? Sea lo que fuere, es indudable que cualquier persona que afronta una actividad donde el peligro de muerte es palpable debería pensarse muy mucho el implicar en ella a personas cuya decisión de acompañarle se vea condicionada por aspectos económicos y no sólo la amistad, el compañerismo o la comunión de objetivos.

Y para finalizar, aún a reconociendo que todas las comparaciones son odiosas, no quiero concluir este comentario sin recordar que el mismo día de la tragedia del K2, a unos pocos kilómetros de allí, cuatro alpinistas vascos y un catalán (Alberto Iñurrategi, José Carlos Tamayo, Juan Vallejo, Mikel Zabalza y Ferrán Latorre), completaban la sexta ascensión de toda su historia al Gasherbrum IV (7.925 m.) tras una complicadísima y exigente escalada en la que no usaron ni porteadores de altura ni oxígeno. El grupo llegó a las cuatro de la tarde a la cima Norte (9.710 m.) y pese a tener la cumbre principal a apenas 300 metros distancia, pensaron que podían asumir demasiados riesgos y decidieron descender. Todos llegaron sin novedad al campo base, salvo Ferrán, al que una piedra de un desprendimiento mientras completaba el último ráppel, cerca del campo I, le golpeó en el codo y una pierna y le ocasionó unas heridas leves.

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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