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El G-IV espera

Ayer partió para Pakistán la expedición formada por José Carlos Tamayo, Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo, Mikel Zabalza y Ferrán Latorre. Os preguntaréis a donde se va esa pléyade de alpinistas de ensueño, ese ‘dream Team’ del himalayismo vasco (seguro que Ferrán, catalán hasta la médula él, no se enfada si le hago vasco un ratito para redondear el adjetivo). Pues nada menos que al G-IV.
¿El G-IV? Sí, el cuarto pico más alto del macizo de los Gasherbrum, en el corazón del Karakorum, en torno a ese pequeño paraiso para los montañeros conocido como Concordia, confluencia de tres glaciares a cuatro mil metros de altitud y privilegiado mirador a algunas de las montañas más altas y bellas del planeta.
El G-IV es la montaña perfecta, sus formas, su dificultad la convierten en el sueño de todo alpinista, una más que digna competencia para el cercano K2 (8.611 m.). Os preguntaréis entonces porque no es una montaña conocida, popular, codiciada como su vecina. La culpa la tienen 75 metros. Los que le faltan para medir 8.000. Esos 75 metros la dejan fuera de Los Catorce (es la decimoséptima montaña más alta del mundo). Esa mínima distancia la ha relegado al anonimato.
Tanto que sólo cuenta con cuatro rutas (tres a la cumbre principal, en la foto la punta derecha del polígono rocoso) y otras tantas ascensiones desde que Walter Bonatti y Carlo Mauri pisaron su cumbre por primera vez en 1958. El dato es el mejor reflejo de su dificultad.
Para varios de los expedicionarios vascos es también un viejo anhelo. Así Tamayo lo intentará por tercera vez (1997 y 1004), mientras que para Iñurrategi, será su segunda incursión en la montaña (2004).
El grupo ha decidido intentarlo por la ruta que en 1986 abrió la expedición australiano-americana formada por Andy Tuthill, Greg Child, Tom Hargis y Tim Macartney-Snape, y que supuso la segunda ascensión absoluta de la montaña. La vía discurre por la arista Noroeste (la de la izquierda en la fotografía), una ruta lógica, bella y con una dificultad mantenida, con una sorpresa final: media docena de largos de V grado a 7.700 metros de altitud.
En 15 días el grupo estará instalado en el campo base y, desde ese momento, la montaña será enterita para ellos. Mientras, a apenas un par de kilómetros, decenas y decenas de personas convertirán las laderas del Broad Peak en una especie de romería camino de uno de los santuarios ochomilísticos. ¡Benditos 75 metros! pensará para sus adentros el G-IV mientras mira de reojo la hilera de penitentes de su vecino. En la inmensidad de sus paredes, la presencia de cinco alpinistas, osados y nobles en la pelea, será para él todo un honor.
¡Suerte y fuerza para todos!

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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