Sí, sí, pasiones. Y no me refiero precisamente a la más bajas (por cierto, nunca he entendido el por qué se las considera bajas), no. Se trata de las otras: las elevadas, sobre todo una: odio. Esa es la conclusión a la que he llegado tras leer los comentarios escritos en El Correo Digital a cuenta de la ascensión de Juanito Oiarzabal al Makalu. Parece que a unos cuantos les molesta que el vitoriano sea capaz aún de subir un ‘ochomil.
Sinceramente, no entiendo esa animadversión ¿O será envidia? que algunos muestran en sus comentarios, algunos de los cuales rozan incluso el insulto personal. Y no pretendo con ello erigirme aquí en defensor de nadie. Conozco a Juanito y he compartido con él expediciones (aunque sólo haya sido hasta el campo base), así que puedo decir que le he ‘sufrido’, pero también que he disfrutado con él. Y, sobre todo, he podido comprobar su experiencia, su capacidad de sufrimiento y superación, sus condiciones innatas para la alta montaña.
Juanito tiene un carácter difícil. No estoy descubriendo nada. Cualquiera que lo conozca lo puede corroborar. Y ha tomado una serie de decisiones en su vida personal, al margen de la montaña, que a unos gustarán más que a otros. Pero no dejan de ser suyas. Y por eso hay que respetarlas. A mí me importa un bledo si antes de escalar el Makalu ha ido a ‘Supervivientes’ a ‘Operación Triunfo’ o a ‘Barrio Sésamo’. A mí lo que me importa es que es un tío capaz de demostrarse a sí mismo que cuatro años después de sufrir la amputación de todos los dedos de los pies por congelaciones y con 54 años en la chepa aún puede subir hasta la cumbre del Makalu, una ‘tatxuelilla’ de casi ocho mil quinientos metros de altitud (el quinto ochomil más alto). Lo que supone, por recordar un detalle sin importancia, su vigésimo segundo ochomil. Miren ustedes por donde (otro detalles sin importancia), algo que nadie ha hecho aún en este planeta.
Algunos de los comentarios hacen referencia también a su supuesta fama de mal compañero y lo justifican refiriendose a la gente que se ha muerto en sus expediciones. Eso es algo que no se puede negar. Los hechos están ahí. Ya sé que las comparaciones son odiosas, pero en ese caso quizás sería bueno mirar a otros ochomilistas. ¿Cual de ellos, y me refiero a los que tienen una cierta experiencia, a los que acumulan ya unos cuantos años de expediciones, no ha sufrido la pérdida de algún compañero de expedición o no han vivido situaciones extremas en las ascensiones con el resultado de muertos, sean compañeros o miembros de otras expediciones? Y Juanito acumula casi 40 expediciones. Seamos justos. La alta montaña, y más los ochomiles, es un deporte de riesgo, de alto riesgo. Y el que no arriesga no se muere, pero tampoco sube.
Y en cuanto a antiguos compañeros de cordada que parecen ir diciendo ahora por ahí que no le quieren ver ni en pintura, creo que hay que volver a ser justos. Es probable que Juanito no este ahora mismo para hacer la ‘magic line’ del K2 en alpino o la travesía de los kangchenjuga en solitario y necesite unos buenos compañeros de expedición para completar una ascensión a un ochomil (los que no los necesitas en el ochomilismo actual se pueden contar con los dedos de una mano). Pero durante años, él ha sido una referencia en el mundo del ochomilismo, y a él se han pegado muchos escaladores porque para ellos era la única forma de llegar a un ochomil. Incluso en tiempos más recientes se le ha utilizado como reclamo publicitario para conseguir patrocinios para luego relegarle a un segundo plano en la expedición. En el mundo del ochomilismo hace tiempo que el romanticismo pasó a mejor vida. Cada uno mira por sus intereses (absolutamente honorables siempre que se vaya con la verdad por delante) y la amistad ha quedado relegada a un plano muy inferior.
Así que sólo me queda darle la enhorabuena al Oiarzabal montañero por su capacidad de superación y por su vigesimo segundo ochomil. ¡Zorionak Juanito!