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China cierra el Everest

¿Quién dijo aquello de que es imposible poner puertas al campo? Pues China lo ha hecho. Y nada menos que al Everest, la montaña más alta del mundo (8.848 m.). Aunque lo parezca, no es ninguna inocentada. El Gobierno de Pekín remitió ayer una nota a todas las expediciones con permiso para escalar el Chomolungma (su nombre en tibetano) y a las principales webs de alpinismo en la que informa de la prohibición de ascender el Everest en la presente temporada hasta el 10 de mayo. El cierre lo hace extensible también al cercano Cho Oyu, con sus 8.188 metros, la sexta cumbre más alta del mundo.

Ello supone, de hecho, la suspensión de la temporada de ascensiones por la vertiente tibetana, ya que las expediciones necesitan al menos un mes en la montaña para equiparla y aclimatarse y el monzón entra a finales de mayo o, en el mejor de los casos, principios de junio. Por si fuera poco, el anuncio se produce justo en el momento en el que todas ellas están ya camino del campo base o van a iniciarlo de forma inminente. Unas expediciones, conviene recordarlo, que han pagado cuantiosas cantidades de dinero por los permisos y toda la infraestructura necesaria para acometer la ascensión.

Sin olvidar, por supuesto, el gravísimo quebranto económico que va a suponer a todos los habitantes de la comarca –porteadores, sherpas, dueños y trabajadores de refugios, hostales, tabernas, etc.- la ausencia de alpinistas, para muchos de ellos su única fuente de ingresos durante todo el año.

China ha invitado a Nepal, país con el que comparte la territorialidad del Everest, a que se sume a la decisión, aunque el Gobierno de Katmandú ya ha adelantado que no secundará la medida.

El motivo esgrimido por las autoridades chinas para justificar la medida se refiere a la supuesta preservación medioambiental de la montaña y su entorno. Pero el argumento no se tiene en pie ni un minuto.
El Everest arrastra efectivamente desde hace años graves problemas por la masificación, la basura y el calentamiento global, pero desde luego su cierre durante unas pocas semanas no va paliar en absoluto el problema. Por no hablar de la autopista que el Gobierno de Pekín está construyendo hasta el campo base tibetano, donde tiene previsto levantar -de hecho ya han empezado a hacerlo- un hotel y un hospital.

Tras esta excusa medioambiental se ocultan motivos eminentemente políticos. Que no son otros que el miedo que las autoridades chinas tienen a las reivindicaciones tibetanas y, en general, a las críticas por su permanente quebrantamiento de los derechos humanos. A que pueda verse una pancarta de ‘Free Tibet’ en el Techo del Mundo el año de sus Juegos Olímpicos, el mismo en el que han previsto subir la antorcha olímpica hasta la cumbre del Chomolungma y retransmitirlo en directo, por supuesto antes del 10 de mayo.

Mientras la cuestión tibetana ha sido un problema interno, China lo ha resuelto a su modo: detenciones y encarcelamientos masivos, penas de muerte arbitrarias o, directamente, la ejecución de los disidentes. Como sucedió hace dos años en el campo base del Cho Oyu, donde los soldados detectaron la presencia de varias mujeres tibetanas que intentaban cruzar la frontera y las mataron allí mismo, a la vista de cientos de alpinistas. Varios de ellos grabaron la escena , que dio la vuelta al mundo… sin consecuencias políticas de ningún tipo.

Y como no pueden hacer lo mismo con los cientos de alpinistas que se van a dar cita en las laderas del Everest y el Cho Oyu esta primavera, han tomado la única decisión posible: vetar su presencia en las montañas, evitar la presencia de incómodos testigos, eliminar de raíz posibles reivindicaciones de unos extranjeros a los que aplicar los expeditivos métodos que se utilizan con los habitantes locales podría causar un conficto democrático y, sobre todo, un problema de imagen para sus flamantes Juegos Olímpicos.

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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