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Muere Sir Edmund Hillary

A las cuatro de la mañana del 29 de mayo de 1953, dos hombres se apretujaban en una diminuta tienda de campaña azotada por el viento a 8.500 metros de altitud en el Everest. El apicultor neozelandés Edmund Hillary y el campesino nepalí Tenzing Norgay se aprestaban a hacer Historia en el Techo del Mundo. Sin embargo, a esa hora y en ese lugar, ellos no estaban para grandes pensamientos. Habían dormido a 25 grados bajo cero en el interior de la tienda, totalmente vestidos dentro de sus sacos. Tenzing incluso con las botas puestas. Tras desayunar y comprobar los equipos de oxígeno, Hillary tardó una hora más en descongelar sus botas al calor del hornillo.
Eran la punta de lanza de una colosal expedición británica que, bajo concepción militar, como lo era su jefe, el coronel John Hunt, asedió la montaña más alta del mundo durante mes y medio hasta instalar nueve campos de altura antes de tenerlo todo preparado para el asalto final. La conquista del Techo del Mundo se había convertido en una cuestión de orgullo nacional.
Pero quiso el destino que el encargado de subir a lo más alto del planeta el orgullo británico fuese un apicultor nacido en las antípodas de las islas, en Nueva Zelanda. Y es que una serie de casualidades acabaron por situar a un joven y risueño Edmund Hillary como punta de lanza de la expedición al Everest. Su inclusión en el grupo llegó casi de rebote. Gracias a unas bajas de última hora y a los méritos acumulados en una expedición que hizo en 1951 a la India, donde escaló 6 címas vírgenes de más de seis mil metros. Y ya en el Everest no era el hombre previsto para hacer el primer ataque a cima, pero su buena adaptación a la altura y los problemas de la cordada titular –Bourdillon y Evans– que dos días antes se dio la vuelta a 8.760 m., les acabó situando como cabeza de ataque.
El caso es que tras dos horas largas de preparativos, a las 6.30, Hillary y Tenzing salen por fin de la tienda. Ajustan sus pesados equipos de oxígeno –18 kilos a la espalda en dos bombonas– y salen al exterior. El día es espléndido, aunque muy frío. Unidos por una cuerda de 10 metros, Tenzing es el primero en abrir huella. Se turnan en el trabajo por una arista cimera llena de nieve blanda e inestable hasta la Cima Sur (8.760 m.). Son las 9 de la mañana. Están a menos de 100 metros de desnivel de la cumbre.
Se deshacen de las primeras botellas agotadas y siguen hacia arriba por una arista, virgen del hombre hasta ese momento, con mejor nieve pero mucho más afilada y con una peligrosa cornisa de nieve. Ascienden tallando escalones a golpe de piolet, la técnica de la época.
El Escalón Hillary
Una hora después llegan al pie de un resalte de roca vertical de poco más de 12 metros. No les sorprende. Lo habían visto en fotos aéreas. Pero tenerlo delante no es lo mismo. En su Nueva Zelanda natal apenas sería un calentamiento, pero a 8,780 metros de altitud… «La diferencia entre el éxito y el fracaso», escribiría Hillary más tarde. La roca es lisa, pero el neozelandés ve una grieta por la que asciende clavando los crampones en sus paredes. Tenzing le sigue. Desde entonces es el Escalón Hillary. Arriba, agotados, mientras toman aliento sobre la nieve, Hillary tiene por primera vez el presentimiento de que «ya nada nos impedirá alcanzar la cima».
De nuevo a tallar escalones. El trabajo es interminable y agotador. Parece que nunca van a llegar. Hillary se obsesiona con el consumo de oxigeno. «¿Tendremos suficiente para bajar»? Han pasado otras dos horas y los ánimos comienzan a flaquear. «Entonces me di cuenta de que la cresta, en vez de seguir elevándose, se interrumpía de súbito. Unos pocos golpes más de piolet en la nieve firme y estábamos en la cima». Son las 11.30.
Los abrazos y las fotos suceden a la íntima emoción de cada uno al verse en la cumbre. «Hemos vencido a este bastardo», piensa Hillary, una frase que luego confesó a su compañero George Lowe y de la que años mas tarde se reconoció arrepentido. Mientras, Tenzing realiza una ofrenda a sus dioses.
El resto de la historia ya no pertenece a ellos… La vida de este agricultor y piloto de avión durante la II Guerra Mundial quedó ya irremisiblemente ligada al Everest, hasta su muerte ayer. Y extendió esa vinculación a sus gentes con la creación de una fundación para promover el desarrollo del pueblo sherpa. Le dio todo, pero también le quitó mucho: su primera esposa, Louise, y su hija Belinda murieron en un accidente de aviación en Nepal. Su hijo Peter también es alpinista y ha escalado el Everest dos veces.

El secreto a la tumba

Edmund Hillary se lleva a la tumba un secreto que ya nunca se conocerá (Tenzing murió en 1986): ¿Quién de los dos fue el primero que llegó a la cumbre del Everest? Para evitar polémicas, ambos decidieron no revelarlo jamás. Y los dos han cumplido hasta el final. Pese a las numerosas presiones que recibieron y los intentos de muchos medios, que incluso buscaron enemistarlos para que alguno rompiese el pacto. Siempre remarcaron que fue una labor de equipo y como tal quisieron que pasara a la historia.
Tras la gesta, Hillary extendió su actividad aventurera a la exploración, hasta el punto de convertirse en el primer hombre en alcanzar los tres polos, el Norte con la simbólica compañía de Neil Armstrong (el primer hombre que pisó la luna). En sus últimos años se ha centrado en criticar el alpinismo que actualmente se desarrolla en el Everest, hasta el punto de sumarse a las opiniones que piden el cierre de la montaña durante unos años para permitir su regeneración y limpieza.

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Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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